La aplicación rusa FaceApp, que permite ver el envejecimiento de un rostro, obtiene millones de fotos en todo el mundo, generando preocupación sobre su uso. Pero, por muy intrusivo que parezca, refleja una práctica general.
Lanzada en 2017, FaceApp ha resurgido en los últimos días con sus herramientas de inteligencia artificial que le permiten envejecer, rejuvenecer y modificar un rostro.
Pero el éxito de FaceApp, actualmente la aplicación gratuita más descargada en Google Play con más de 100 millones de usuarios, ha ido acompañado de un gran revuelo en términos de protección de la privacidad. Incluso ha llevado a un senador estadounidense a pedir al FBI que investigue los “riesgos para la seguridad nacional” y a Polonia y Lituania a anunciar que vigilarían la aplicación.
Sin embargo, los especialistas en ciberseguridad piden que se relativicen los riesgos, como la empresa israelí Checkpoint, que dijo no haber encontrado “nada extraordinario en esta aplicación que parece haber sido desarrollada en la dirección correcta”.
“FaceApp no debe ser estigmatizada, muchas aplicaciones utilizan los mismos procedimientos”, confirma Sylvain Staub, abogado de París especializado en derecho de datos.
Además del hecho de que la empresa sea rusa, algo que alimenta la fantasía, las condiciones generales de uso establecen que mediante el uso de la aplicación “usted concede a FaceApp una licencia perpetua, irrevocable, no exclusiva, libre de regalías, a nivel mundial, (…) para utilizar, reproducir, modificar, adaptar, publicar, traducir, crear obras derivadas, distribuir, explotar públicamente y mostrar” las fotos y la información adjunta a las mismas, incluidos los nombres o pseudos.
“Es algo muy habitual”, explicó Baptiste Robert, experto en ciberseguridad. En las condiciones generales de uso “de la mayoría de los sitios web como Twitter o Snapchat, encontrará exactamente lo mismo”.
Aunque estos usos sean estándar, son contrarios al Reglamento Europeo de Protección de Datos (RPE), al menos en un punto: la obligación de las empresas de obtener un consentimiento “libre, específico, informado e inequívoco”.
En cambio, al abrir la aplicación, no se solicita explícitamente ningún consentimiento. “Hay que acceder a las largas y tediosas condiciones generales de uso, en inglés y sólo en el sitio”, explica Sylvain Staub.
“Tampoco hay posibilidad de detener la recolección de datos, ni un procedimiento claro para solicitar la eliminación de datos”, agregó Baptiste Robert.
“La indignación que surge de esta historia es buena, porque la gente está interesada en su vida privada, pero FaceApp en sí misma no es más maliciosa que otras”, continúa.
Si las condiciones generales de uso de los gigantes cumplen más con la ley, es porque son editadas por “ejércitos de abogados, a diferencia de las de FaceApp”.
En ambos casos, los datos personales se utilizarán con fines comerciales, para dirigir anuncios personalizados o mejorar los algoritmos, en este caso para FaceApp.
“No hay comparación entre FaceApp y gigantes como Facebook, que despiertan interrogantes mucho más importantes” sobre la privacidad, dice Constantin Pavléas, abogado especializado en derecho de las nuevas tecnologías.
El abogado recuerda que en febrero, por ejemplo, Alemania restringió el uso por parte de Facebook de los datos de sus usuarios, prohibiéndole utilizar información recopilada por sitios de terceros o filiales como Instagram y Whatsapp sin su consentimiento explícito.
Todo este asunto pone de relieve la relación coste-beneficio de nuestra vida digital. “¿Tengo interés, por tener una foto de mí mismo envejecido, en renunciar a mi derecho de propiedad de algo muy personal como una foto?”, se preguntó Caroline Lancelot-Miltgen, una investigadora especializada en temas de datos personales