Cuando han pasado ya 34 años, la CNT ha estrenado la pieza Fin de Mundo, de Rubén Joya, cuyo tema, según palabras del autor, es la opresión frente a un mundo que decide cambiar
Gracias a los decretos 133 y 134 del 22 de mayo de 1984 se puso en marcha una colosal empresa cultural: la Compañía Nacional de Teatro (CNT), teniendo como director al dramaturgo Isaac Chocrón. Fue el 27 de febrero de 1985 que se estrenó, en el Teatro Nacional, en la esquina de Cipreses, la pieza Asia y lejano oriente, del mismo Chocrón, dirigida por Román Chalbaud, la cual hizo 49 funciones.
Cuando han pasado ya 34 años, la CNT, ahora comandada por Carlos Arroyo y en el teatro Alberto de Paz y Mateos, sede oficial de la institución, se ha estrenado la pieza Fin de Mundo, de Rubén Joya, cuyo tema, según palabras del susodicho autor, es la opresión frente a un mundo que decide cambiar y vuelve a reincidir tanto en lo que aspira, como en lo que intenta y va dejando a su interés. Presenta una estructura con cuatro obras cortas, concatenadas, que llamó cuadríptico, pues, su composición es importante dentro de la relación temática. Es una obra atemporal, con visos absurdos, con un ambiente de guerra, personajes enigmáticos dentro de un lenguaje particular y realista. Es un ejercicio poético de la desdicha y la esperanza que se desarrolla en un entramado de teatro, música, danza, performance. Hay que vivir el teatro para entender qué nos está pasando y que podemos reflexionar al menos en torno a es”.
Arroyo, sin pretender equipararse con el legendario director Carlos Giménez, muestra con su pulcro trabajo con las didascalias y con los severos ajustes que le hizo a la misma estructura original propuesta por Joya, recuerda, y hasta podría utilizar sus mismas palabras, de un célebre artículo del fundador de Rajatabla, publicado en mi libro Carlos Giménez (Antes y después del 2003),que ve con tristeza cuando el teatro huye de la poesía, cuando los actores vagan por la escena, falsamente engañados por los directores que no lo son. Y donde se reitera que hay que dudar de aquel que no enamora del escenario, que no se convence el profundo significado de una puerta se abre, una luz que se enciende, un trozo de cielo que se inventa conque solo mires para arriba.
“Ello es más grave cuando los jóvenes-viejos se declaran oficialmente presos, o muertos. Hablan el mismo lenguaje de los viejos artesanos prescindibles de nuestra historia recuente. Dicen centrarse en el actor y en el texto pero abandonan a ambos, los someten a la más espantosa soledad: la ausencia de poesía. No hay arte. Gente que se mueve sin saber por qué, recitando u texto con más o menos emoción. Y los espectáculos se suceden unos a otros en un proceso que los devora sin piedad. No hay una sola escena a discutir, una propuesta que emocione, una idea que deslumbre. Se vuelve todo rutina”
Como enseña Giménez, el director Arroyo dice lo que no hacen: mi teatro no tiene efectos, huyo del efectismo, me centro en el texto y en el actor…Cuanta vejez prematura y provinciana en esos anuncios de lo que se huye y no de lo que se busca.
Y remata con estas palabras lapidarias de Giménez: «dejen en paz al fantasma, que los obsesiona. Y traten de inventar su propia referencia. Así se crea y se vive más a gusto”.
Hemos querido hoy usar las palabras del inolvidable Giménez porque eso es lo que ahora ha logrado Arroyo y quizás hasta materializar en escena toda esa filosofía artística. Toda una revolución total de su estilo teatral y porque queremos invitar a la audiencia para que vayan al Alberto de Paz y Mateos y vean todo que se hizo, gracias al excelente equipo de escenógrafos y técnicos y al grupo actoral donde Jorge Canelón y Francis Rueda brillan.
Ah, se nos olvidaba, ahí está la CNT, como la hubiese querido ver Chocrón o el mismo Giménez, quien dirigió memorables montajes en coproducción con su Rajatabla.