Si SE acepta el axioma que dice que en la política “el poder nunca es dado, siempre es tomado”, la conclusión obvia es que los movimientos no violentos han triunfado porque, de algún modo, ejercieron un poder mayor al de sus oponentes. Tienen “una fuerza más poderosa” que las armas
Desde el 22 de febrero de 2019, el pueblo argelino retomó las calles en un movimiento histórico contra las intenciones de Abdelaziz Bouteflika de literalmente “morir” aferrado al poder y no las ha abandonado a pesar de su renuncia formal en abril, pues aspira a una verdadera democracia. Algo parecido sucedió en Sudán en contra de Omar al Bashir.
Las protestas en Hong Kong que se iniciaron en junio en contra de una legislación propuesta para permitir la extradición de personas a la China continental, algo que hizo que muchos temieran por la independencia judicial de la ciudad y la vida de los disidentes, lograron su cometido. La norma fue retirada. Y las manifestaciones se mantuvieron para exigir una investigación sobre las denuncias sobre los presuntos excesos represivos de la policía y más democracia.
El paro de octubre en Ecuador finalizó con Lenín Moreno derogando el polémico Decreto 883 que eliminaba el subsidio a los combustibles.
Como estos casos, muchos otros con menos cobertura. La historia, que normalmente leemos como una sucesión de conflictos armados, tiene otra cara: una cronología de luchas no violentas con protagonistas y causas tan diversas como la humanidad misma. Según una reconocida base de datos de la Universidad de Denver, su porcentaje de éxito, a pesar de una pequeña remisión en los últimos años, es casi el doble del de fracaso (Stephan and Chenoweth, 2015).
¿Cómo es esto posible? ¿Cómo se explica su mayor eficacia relativa? Si aceptamos el axioma que dice que en la política “el poder nunca es dado, siempre es tomado”, la conclusión obvia es que los movimientos no violentos han triunfado porque, de algún modo, ejercieron un poder mayor al de sus oponentes. Tienen “una fuerza más poderosa” que las armas.
He aquí la clave para comprender que el poder del que hablamos no es el poder definido en términos tradicionales como monopolio de la fuerza, bruta o no. Las teorías alternativas han ampliado el concepto de poder centrándose en sus aspectos relacionales y en la fuerza de los débiles, promoviendo la idea de un poder “pluralista”, que se contrapone a aquella de un poder “monolítico”, fijo, del cual solo cambian sus representantes ubicados en el tope de la pirámide social.
Se considera que, en última instancia, el poder reside en el consentimiento de la gente común, ubicada en la base, a someterse a determinadas reglas. Y que cada una de esas personas, en cualquier momento, puede cambiar de parecer y negarse a obedecer, ejerciendo, individual o colectivamente, la cuota de poder que le es inherente. Así, el poder deja de ser una cosa rígida que «pertenece» a una minoría y puede ser redistribuido tantas veces como sea necesario.
Esto se vincula con la visión constructivista de la Paz, la cual no se equipara con la ausencia de conflictos de intereses, inevitables en sociedades complejas, sino con la resolución pacífica de los mismos (Galtung, 1996).
La paz de Maduro es una paz negativa, que apunta a la supresión de los conflictos sin cambiar en nada el escenario de violencia estructural. La paz a la que aspiramos pasa por la resolución de esos conflictos mediante la superación negociada de todo tipo de violencia, una paz positiva, nacida del consenso. La resistencia civil está moldeando sociedades y gobiernos alrededor del mundo. ¡Adelante, Venezuela!
Un poco de historia
Los movimientos exitosos no solo les dicen a las personas que son poderosas, sino que demuestran el poder de la gente al establecer objetivos claros y alcanzables para luego documentar y difundir sus victorias. Estas al inicio pueden ser limitadas, pero suelen tener un efecto inflamable.
Por ejemplo, el movimiento por los Derechos Civiles de los EE.UU. comenzó por combatir la segregación en los autobuses de Alabama entre 1955 y 1956 y en terminar con la segregación de los mostradores de las cafeterías de Nashville. La campaña de Gandhi en India entre 1930 y 1931 enfocó sus esfuerzos en boicotear las Leyes de la Sal. Objetivos modestos en comparación con la gigantesca tarea de derrocar la segregación en los Estados Unidos o ganar la independencia de la India.
Sin embargo, no hay que restarles importancia. Fueron la chispa que encendió el fuego libertario. Estas victorias le mostraron a la gente que sus acciones importaban y podían hacer la diferencia, lo que impulsó la participación y propulsó a estos movimientos a nivel nacional e internacional.
María Gabriela Mata Carnevali