Mientras dicen que lo ocurrido en Ecuador y Chile es una insurrección popular reivindicando justicia social de las clases oprimidas por gobiernos capitalistas que no les importa el sufrimiento de las masas desposeídas, cuando se trata de Bolivia, hablan de golpe de Estado y de la confabulación de la derecha conservadora con el represivo estamento militar
Leonel Alfonso Ferrer
Los medios de comunicación afectos, consciente e inconscientemente, al discurso de la izquierda internacional, divulgan en las noticias los recientes y diversos acontecimientos en América Latina dependiendo de la orientación ideológica de quienes detentan el poder político o gobierno en el Estado en cuestión.
Así, mientras nos dicen que lo ocurrido en Ecuador y Chile es una insurrección popular reivindicando justicia social de las clases oprimidas por gobiernos capitalistas que no les importa el sufrimiento de las masas desposeídas, cuando se trata de Bolivia, hablan de golpe de Estado y de la confabulación de la derecha conservadora con el represivo estamento militar.
Parecen olvidar que desconocer el mandato del pueblo en un referendo en el cual se expresó indubitablemente no querer a Evo ni al MAS para un nuevo mandato es un golpe de Estado y que autoproclamarse vencedor en la primera elección, manipulando los resultados electorales para perpetuarse en el poder, también lo es.
La izquierda internacional representada en dos deletéreos carteles de pandilleros políticos como el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, no tienen empacho alguno en mostrar un discurso sofista sobre su doble moral: si la molestia popular y la lealtad militar nos favorece es legítima y loable, si nos es adversa, hay que denunciarla como un movimiento reaccionario contra los intereses del pueblo de los cuales hipócritamente se arrogan su omnímoda representación.
Hemos llegado a un estado asqueroso en el que se llama tolerante a aquel que ofende y calla a lo que hoy se conoce como “políticamente incorrecto”. Parece que ese es el deber de la “buena gente”. Es decir, hoy en día el “tolerante” es el intolerante de izquierda: el izquierdista que calla al de ideas y valores contrarios.
La gente de izquierdas puede caer en el autoritarismo con una probabilidad similar a la gente de derechas, pues ambos grupos exhiben un grado similar de prejuicios, dogmatismo y fanatismo, por ello, quienes militamos en el ideal de la libertad, debemos entender que la izquierda al igual que la derecha, aunque utilice el mote de liberal, es realmente un cercenamiento dogmático a la libertad. Ahora bien, la libertad solo es entendible en democracia, bajo el imperio de la ley, la libertad sin ley es caos y ella lleva siempre a la opresión de los más débiles.
Es por ello, que hoy, más que nunca, cobran vigencia las célebres palabras del filósofo alemán Thomas Mann: «La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad».
Del ecologismo…
Hoy, muchos se disputan la hegemonía en su discurso y en su capacidad de incidir en la sociedad, influyendo en sus decisiones, formando opinión pública, caracterizando los actos culturales y marcando a la propia cultura con su visión ecológica.
Una primera tendencia puede denominarse conservacionismo. Se trata, en lo fundamental, de conservar a los seres vivos amenazados por el gran proyecto industrial, hoy mundial, que presupone tecnologías sucias causantes de contaminación atmosférica, envenenamiento de las aguas y suelos, es un compromiso con la idea de que el crecimiento económico ilimitado es imposible en un mundo de recursos naturales finitos y propone ajustar nuestros patrones de producción y consumo a esa realidad. Es, de nuevo, un llamado al sentido común y a la moderación. Nada más lejos del radicalismo ideológico.
El conservacionismo es especialmente importante en los países nórdicos, donde se crean grupos que defienden a las ballenas, van al Polo Norte a defender a las focas, ejercen presión sobre hábitos culturales nocivos para la preservación de las especies. Ese es el costado positivo del conservacionismo: contribuye a la preservación de las especies amenazadas.
No hay que caer en la polarización ni en la violencia, pero tampoco hay que bajar el tono del debate. La cuestión ambiental, además de relevante, es contenciosa. Es un debate técnico, pero antes que nada, es debate político.