Consumado el golpe, tras la renuncia forzada de nuestro hermano Evo Morales y la autoproclamación inconstitucional de la senadora Jeanine Áñez, actual dictadora de Bolivia, las fuerzas armadas y policiales han desatado una masacre de proporciones no vistas
Elías Jaua Milano
Escribo estas líneas en las horas en que el pueblo humilde de Bolivia libra una tremenda batalla por su existencia, por su dignidad. Se ha consumado un golpe de Estado, cívico militar, muy violento, cruel y racista en pleno siglo XXI. El alto mando militar cometió la felonía bajo el argumento de no querer reprimir a las bandas fascistas de Luis Fernando Camacho que venían quemando y linchando desde la ciudad de Santa Cruz hacia La Paz para derrocar al presidente constitucional Evo Morales, quien más allá de los resultados electorales del pasado mes de octubre de este año 2019, tiene un mandato legal y legítimo desde el año 2015 hasta enero de 2020, resultado de las validadas elecciones del año 2014.
Consumado el golpe, tras la renuncia forzada de nuestro hermano Evo Morales y la autoproclamación inconstitucional de la senadora Jeanine Áñez, actual dictadora de Bolivia, las fuerzas armadas y policiales han desatado una masacre de proporciones no vistas, en tiempo corto, desde el golpe de Estado contra el presidente mártir Salvador Allende, por parte de Augusto Pinochet, en 1973, contra el pueblo chileno y del gobierno de Carlos Andrés Pérez contra nuestro pueblo en febrero y marzo de 1989.
No es tiempo de señalar errores, ni de lamentos, pero sí de aprender las lecciones que en tiempo real nos está brindando el caso boliviano, a saber:
Como decía el Che, “del imperialismo no se puede confiar un tantito así”. No hay “lobbies” que valgan, cuando la Casa Blanca está decidida a truncar procesos de transformación democrática, sus enemigos históricos. A la sombra es más peligroso.
Las dirigencia revolucionaria siempre debe tener oído en tierra, para escuchar los movimientos telúricos. Estos procesos golpistas no se producen de la noche a la mañana. Poco útiles son los autoconvencimientos de que “todo está bajo control”.
Los y las incondicionales, no siempre son los y las más leales. Una verdad dicha y escuchada a tiempo puede salvar un proceso revolucionario.
Las obras y las políticas de gobierno son necesarias pero no suficientes. Sin ideología, sin apego a los principios programáticos, se pierde el rumbo cierto a la victoria. Con Bolívar decimos: “vacilar es perdernos”.
Una vez más se comprueba la frase de Augusto Sandino: “Solo los trabajadores y los campesinos llegaran hasta el fin”. En las calles de Bolivia, abriéndose el pecho y derramando su sangre para izar sus banderas, la tricolor de la independencia y la Wiphala multicolor de la diversidad cultural, están los indios, las indias, los campesinos, las campesinas, los trabajadores y las trabajadoras, los mineros y mineras, el pueblo humilde. En esas calles no hay empresarios, ni banqueros, ni artistas fulgurantes, ni enchufados. No están, son los oportunistas de todos los tiempos. ¡Solo el pueblo salva al pueblo!
Las revoluciones tienen que ser pacíficas, democráticas, pero armadas.
Con el pueblo siempre habrá mañana. Las instituciones pueden ser una circunstancia. Son los pueblos lo que hacen revolución. Los pueblos siempre van a luchar, los pueblos no se rinden.
Vaya nuestra admiración por los pobres de Bolivia, por su conciencia, por su dignidad, por su valentía. La victoria les pertenece. El fascismo no pasará. ¡Venceremos!