Apareció por la constelación de Casiopea, en el hemisferio norte, avanzando extraordinariamente rápido, a unos 33 km/s, y conforme se fue acercando al Sol, después de vagar durante miles de millones de años por el espacio interestelar, este pequeño cubo de hielo formado en el génesis de alguna estrella lejana comenzó a calentarse y a expulsar gas y polvo de su superficie, y a tejer una cola. Se convirtió, así, en un cometa de nuevo.
Seis meses más tarde, en agosto, un astrónomo aficionado en Crimea lo vio por primera vez atravesando la constelación de cáncer y dio la voz de alarma. Observaciones posteriores realizadas con los grandes telescopios terrestres sobre su velocidad y trayectoria indicaron que 2I/Borisov, como lo han llamado en honor a su descubridor, es el segundo objeto interestelar identificado por los astrónomos que nos visita.
Por el momento, nadie sabe de dónde procede Borisov ni tampoco hacia dónde se dirige. El pasado 8 de diciembre, alcanzó el perihelio, que es el punto más cercano al Sol en su periplo por el sistema solar. Y ahora emprenderá el regreso hacia el espacio interestelar, aunque antes, el próximo 28 de diciembre, pasará muy cerca de nuestro planeta, a 290 millones de kilómetros, unas dos veces la distancia de la Tierra al Sol.
“Hacía muchos años que los astrónomos esperábamos la entrada de un objeto de otro sistema estelar”, confiesa Miquel Serra, investigador del Instituto de Astrofísica de Canarías (IAC). “Las teorías predecían que esas visitas debían ser regulares, pero no lográbamos identificar nada que procediera de otra estrella distinta a la nuestra. Por eso Borisov es un hito en astronomía, porque se trata, seguramente, del primer cometa de otro sistema solar que descubrimos”, resalta.
Desde que 2I/Borisov se identificó hace seis meses, astrónomos de todo el planeta observan y estudian minuciosamente este objeto, una bola de hielo, gas y polvo, para desvelar sus secretos. También desde el espacio: el telescopio espacial Hubble, de la NASA y la ESA, captó una imagen del cometa interestelar hace unos días, mientras éste llevaba a cabo su mayor acercamiento al sol.
Los cometas y asteroides son remanentes de la formación de planetas y estrellas; se generan a partir de los mismos discos de gas y polvo de que surgen los mundos en sistemas estelares y, por tanto, pueden preservar los ingredientes primordiales de esa creación. De ahí la importancia de poder examinar de cerca uno de estos ‘ladrillos’ primigenios procedentes del reino de otras estrellas distintas al sol.
“Son cuerpos extremadamente interesantes porque permiten estudiar muestras de materiales de fuera del sistema solar”, afirma el astrónomo Kenneth Carpenter, al frente de las operaciones del Telescopio Espacial Hubble en el Centro de vuelo espacial Goddard, de la NASA.
“Algunas de las observaciones que realicemos nos dirán cuál es la composición del cometa, que tiene al menos 5000 millones de años de antigüedad y que procede de una estrella de la segunda o tercera generación de estos astros en el universo. Es realmente fascinante”, añade.
Por el momento, y a pesar de la expectación generada por Borisov, todas las observaciones muestran que es muy similar a los cuerpos de este tipo que ya conocemos de nuestro sistema solar. Tiene un núcleo de un kilómetro de ancho, una tonalidad rojiza, y su cola se extiende 160.000 km, una distancia equivalente a poner 14 Tierras seguidas. Su corazón, helado, parece estar compuesto por materiales volátiles, como monóxido de carbono y posiblemente agua congelada.
Las dos únicas diferencias halladas por el momento son su órbita, que, en lugar de ser ovalada como la de los otros cometas, es hiperbólica. Y su velocidad: Borisov es mucho más veloz que cualquier otro cuerpo similar, asteroide o planeta conocido orbitando alrededor de una estrella.
En este sentido, los científicos esperaban ansiosos el momento en que Borisov alcanzó el punto más cercano al sol; como era el momento en que más radiación recibiría, pensaban que algunos elementos en su superficie se desharían y permitirían ver el interior del núcleo del cometa, los gases que lo conforman, su rotación. Sin embargo, Borisov ha pasado demasiado lejos del sol como para calentarse lo suficiente y revelar la composición de su núcleo.
Oumuamua, que en hawaiano quiere decir “el primer mensajero venido de lejos”, se descubrió hace dos años cuando ya había atravesado su perihelio y se dirigía de nuevo hacia el espacio interestelar, por lo que los astrónomos apenas tuvieron semanas para estudiarlo. Aún así, este objeto generó todo tipo de teorías acerca de su origen, incluida que fuera una nave de otra civilización inteligente, tal como propuso un reputado astrónomo de Harvard. En un principio se consideró que Oumuamua era un asteroide, puesto que no se detectó que tuviera la cola característica cometaria. Pero un estudio reciente sugiere que en realidad es un cometa sin cola.
Para ver si Borisov desvela algún misterio habrá que esperar a los resultados de las observaciones que se seguirán realizando en los próximos meses, hasta otoño de 2020, cuando el cometa se volverá a perder en el espacio interestelar. Durante ese tiempo, los astrónomos tratarán de calcular su trayectoria, averiguar su edad, esclarecer si contiene moléculas prebióticas, claves para la vida. También buscarán muestras de isótopos de átomos encerrados en el hielo que tal vez puedan arrojar luz sobre el origen de este cometa. En definitiva, tratar de averiguar cuál de los puntos brillantes que salpican el firmamento cada noche fue alguna vez su hogar. reseña la vanguardia