La ingobernabilidad puede desembocar en una crisis interna que haga que la que, sin lugar a dudas, es la democracia más sólida de la región -tal vez la única- quede sometida al letargo de un electoralismo exagerado o peor
En lo que sin lugar a dudas puede evidenciar la mayor crisis política de su historia, Israel vivirá un nuevo proceso electoral, pues el Parlamento, probablemente huyéndole a la vergüenza de extinguirse ante la imposibilidad de poder concretar un mandato, optó por aprobar su disolución, dejando al país sometido a una inquietante inestabilidad política, mientras abre las puertas de un nuevo proceso comicial que pareciera extender la agonía de repetir, en este caso por tercera vez, unos resultados en los que lo estrecho del margen, aunado a otros factores, impide concretar gobierno.
Todo pareciera reducirse a una ecuación personalista en la que el gubernamental partido Likud no está dispuesto a hacer ningún tipo de cesión, mientras que el partido Azul y Blanco de Benny Gantz estaría dispuesto a pactar con su adversario, siempre y cuando se retire de la jefatura de gobierno a Benjamín Netanyahu, premisa descartada por el actual funcionario, pues implicaría dejarlo sometido a una situación en la que no podría estar blindado ante los procesos judiciales que se le siguen.
Las restantes fuerzas tampoco logran aglutinar lo suficiente para poder inclinar la balanza. En esta dirección ha tratado de presentarse como una tercera opción el dirigente Avigdor Lieberman de la agrupación Israel Beitenu (Israel nuestra casa), pero su opción no ha generado la suficiente confianza para imponerse, tratando además de pactar con ambos sectores, lo cual no ha rendido frutos. Por otra parte, el resto de agrupaciones no parecieran impactar en posibilidad alguna, pues la agrupación de las fuerzas árabes, que concurrió en una lista conjunta que le permitió imponerse como el tercer sector con más escaños, ha señalado no querer establecer ningún tipo de acuerdo, mientras que los movimientos religiosos optarían por acercarse a Likud sin suficiente poder de influencia y los movimientos partidistas históricos están sumidos en delicadas crisis que los lleva a correr el riesgo de desaparecer electoralmente.
Es una realidad desgastante que no tiene visos de cambiar. Por el contrario, la apatía ciudadana y la imagen de afán de poder que transmiten todos los actores que no estarían dispuestos a ceder y que en el imaginario colectivo quedan como obsesionados por el gobierno, al punto de llevar a su país a una nueva elección, con los inmensos costos que representa, indican que no puede esperarse un escenario distinto al vivido en los dos procesos anteriores. Sondeos de opinión de último momento mencionan un crecimiento en la intención de voto hacia la organización de Gantz, pero su aumento resultaría insuficiente para alcanzar la mayoría requerida.
La realidad es muy alarmante, pues la ingobernabilidad puede desembocar en una crisis interna que haga que la que sin lugar a dudas es la democracia más sólida de la región –tal vez la única- quede sometida al letargo de un electoralismo exagerado o peor, tal vez temerosos de tener que regresar a un nuevo proceso, se apuren pactos y coaliciones poco sólidas que al menor debate terminen rompiéndose, llevando a mayor incertidumbre y al surgimiento de peligrosos actores demagógicos.
Habrá que ver hasta qué punto está dispuesta la clase política a buscar el gobierno, a costa de la tranquilidad. Por lo pronto, la imagen de desacuerdo deja entrever un patético espectáculo en el que los dirigentes no se dan cuenta del enorme daño que hacen.
RECUADRO
El ladrón de libros
Ha creado enorme malestar en los medios de comunicación social de México, el video que se difundió masivamente en las redes sociales y que muestra al embajador de ese país en Argentina, Óscar Ricardo Valero Recio Becerra, tomando un libro de una tienda y escondiéndolo, para sacarlo del lugar. Posteriormente, funcionarios de seguridad del comercio lo retuvieron.
Tan preocupante como el hecho del hurto del libro de diez dólares, es la reacción del gobierno mexicano, que si bien llamó a consultas al funcionario, trata constantemente de minimizar el hecho, e incluso justificar su proceder.
Al final de cuentas, más allá de la acción –que algunos estipulan como una simple maña producto de la edad- el hecho es la evidencia de la descomposición acelerada de una cancillería cuyos funcionarios se comportan inadecuadamente. López Obrador, ¿más de lo mismo o peor? Pareciera la segunda premisa, a pasos agigantados.
Luis Daniel Álvarez V.
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