Que la cordialidad y la amabilidad del venezolano no se siga perdiendo, sino que, muy por el contrario, se recupere y se fortalezca, como un valor asociado a nuestro gentilicio. Que en nuestras manos esté el recuperar, robustecer y fortalecer la calidez de nuestro gentilicio
En la recta final de este accidentado año 2019 no nos queda más que aspirar, como es usual en estas fechas, a un año mejor para el que está por venir. Y la lista de deseos y peticiones de los venezolanos no es corta.
Lamentablemente, como colectividad, no vimos mejoría en estos 365 días que están por culminar. Y, muy por el contrario, fuimos testigos del empeoramiento de situaciones que creíamos habían tocado fondo. Sin querer dejarnos ganar por la fatalidad, parece que comprobamos aquello de que siempre se puede caer más abajo.
Sin embargo, nos negamos a perder el optimismo, simplemente porque eso es lo que nos mantiene vivos y cohesionados. Porque lo contrario sería entregarse, dejarse vencer, perder. Y con toda seguridad, eso no está dentro de los planes de los venezolanos.
Hoy, desde la fe, queremos compartir nuestros deseos para Venezuela en 2020. Porque estos deseos nos juntan con quienes piensan como nosotros, porque pueden ser puente con quienes tengamos diferencias, pero también coincidencias; porque el exteriorizarlos puede ser el primer paso para su materialización, desde el punto de vista de quienes profesamos una fe.
Que la cordialidad y la amabilidad del venezolano no se siga perdiendo, sino que, muy por el contrario, se recupere y se fortalezca, como un valor asociado a nuestro gentilicio. Que en nuestras manos esté el recuperar, robustecer y fortalecer la calidez de nuestro gentilicio.
Que la paz gobierne sobre nuestra nación. Que nada ni nadie nos la robe, que todos contribuyamos a su creación, fortalecimiento y consolidación. Que la paz como tarea se vuelva un objetivo y una prioridad.
Que descansemos de la lucha. Que se acabe la confrontación, el enfrentamiento agotador y empecemos a construir desde la coincidencia, desde la convergencia, desde esos puntos en común que a todos nos son imprescindibles para nuestras vidas. Existe, están allí, son más de los que imaginamos. Quizá los llamemos por nombres diferentes, pero estamos hablando de lo mismo.
Que hablemos, que dialoguemos, que nos entendamos. Que no sigamos perdiendo la capacidad de comunicación, que recuperemos la que hemos extraviado en el camino. Que hablemos el mismo idioma, algo que parecemos haber olvidado en toda esta etapa de trayecto tan convulsionado y complejo. Que se construya desde la palabra y se limpie el vocabulario. Porque estamos convencidos de que un verbo limpio es el pilar de la sociedad deseada.
Que se entienda que diferencia no es enemistad. Que hay colores, matices y diferencias y que eso no tiene por qué convertir la cotidianidad en un campo de batalla. Que adversario no es enemigo, que debate no es pelea, que se puede competir sin aplastar, ganar o perder sin exterminar.
Que recuperemos el valor de la educación. Que sobre ella se construya el progreso, la prosperidad y el bienestar. Que el conocimiento sea la moneda de cambio más valiosa, cuyo valor siempre esté al alza. Que se persiga la ética como norte y fin. Que la palabra empeñada vuelva a tener valor y que se cumpla.
Que dejemos de sentir que la supervivencia es un pulso constante. Que desaparezca esa tensión cotidiana. Que la vida fluya, como lo merecemos y que sintamos que vale la pena. Que esos valores sobre los cuales se edifica, salgan finalmente robustecidos y consolidados de esta etapa turbulenta. Y, sobre todo, que estos días oscuros que parecen eternos, tengan un final y no regresen.
Que los derechos se ejerzan y los deberes se cumplan. Que cada quien haga la parte que le toca para que la vida de todos sea mejor. Que nadie se aproveche de una posición de ventaja en desmedro del otro. Que la actuación correcta sea premiada y el abuso, castigado. Que nadie necesite de la coacción para cumplir con su parte del contrato social, que la cumpla simplemente porque es lo que le dicta su conciencia.
Que los que se fueron, vuelvan. Que quienes están, se queden. Que nadie sienta nunca más que su país es un lugar inseguro para vivir, para subsistir. Que todos sintamos que bajo este cielo se puede obtener y conseguir lo que es necesario para llevar una vida tranquila, sana próspera y de realizaciones para nosotros, nuestra familia y nuestras generaciones por venir. Que nunca decaiga el ánimo, cuando se trate de pensar que las cosas mañana serán mejores.
Y, sobre todo, que la próxima Navidad nos encuentre con motivos para celebrar, para recuperar el sentido de esta festividad: unión, familia, agradecimiento, tradiciones, paz. Sin que por ello dejemos de dar gracias este año por la vida, por la salud, por los nuestros y por las oportunidades que se nos brindan para construir el país que queremos y merecemos. Que las sepamos aprovechar para el bien de todos.
EPÍGRAFE
“Que los derechos se ejerzan y los deberes se cumplan. Que cada quien haga la parte que le toca para que la vida de todos sea mejor”…