Nunca imaginó Romeo Costea que cumpliría largos 93 años en Caracas para terminar su ascenso por la escalera de Jacobo. Llegó a La Guaira el 23 de diciembre de 1953 y se quedó, “creo que para siempre”
Lo conocimos de trato y palabra. Era el único artista rumano que luchó en Venezuela. Nos veíamos una vez al mes y durante el almuerzo de los 25 de diciembre en su modesto, pero elegante, apartamento en Chacaíto; aquello era toda una fiesta gastronómica. Y así fue durante varios años, porque él, como yo, nos dejábamos manipular por la infancia navideña ya lejana.
Nunca imaginó Romeo Costea que cumpliría largos 93 años en Caracas para terminar su ascenso por la escalera de Jacobo. Llegó a La Guaira el 23 de diciembre de 1953 y se quedó, “creo que para siempre”, como nos lo dijo en una ocasión, para apuntalar el desarrollo del teatro venezolano al formar actores, exhibir autores foráneos, como los indispensables franceses, y estrenar la ópera prima de Isaac Chocrón, además de formar espectadores. Falleció el 5 de septiembre del 2015. Fue, por cierto, una Navidad muy nostálgica para este periodista.
Nos contó que rezó dos veces, junto a su madre Caterina, una novena a San Antonio para rogar aunque fuese un solo milagro: conseguir enrolarse en la tripulación de un barco y escapar así del naciente comunismo de Rumania, donde había nacido el 14 de enero de 1922. Y el santo lo escuchó: fue aceptado para tareas muy específicas en el buque Transilvania, pues hablaba muy bien el francés y el inglés, y logró así salir por el puerto de Constanza; atracó el 11 de julio de 1948 en Marsella. Desertó y el 14 de julio lo festejó en París.
En la Universidad de la Sorbona continuó sus estudios teatrales, iniciados en Bucarest; trabajó con Marcel Marceau y en la Comedia Francesa, para luego emprender, hacia 1950, una serie de giras internacionales. Ese mismo año fundó en la llamada Ciudad Luz su propia agrupación y se presentó en el Theatre de Poche (Teatro de Bolsillo) hasta 1952; luego hizo lo mismo, en 1953, en el Theatre de la Huchette.
A raíz de una prolongada huelga obrera que lo dejó sin espacio teatral para exhibirse, optó por venir a Caracas de vacaciones, invitado por unos familiares. Compró un boleto en el buque italiano Auriga y el 23 de diciembre de 1953 desembarcó en La Guaira para nunca más irse, aunque en septiembre de 1960 hizo una breve incursión por Nueva York y hasta logró montar la pieza El año del censo (The Year of the Census) de John Hopper, para el Teatro La Mamma.
Costea se adaptó rápidamente a la vida caraqueña, tras aprender el castellano, y es en junio de 1955 cuando presenta, con el invalorable apoyo de la embajada de Francia por intermedio de su instituto cultural, al grupo Compás. Una institución que sí ha dado el ejemplo de lo que es un incesante y atinado trabajo artístico, haciendo énfasis en la producción y exhibición, durante continuas temporadas, de los maestros del teatro francés, como Moliere, Marivaux, Cocteau y Musset; además de lo más representativo de su vanguardia: Ionesco, Tardieu, Adamov y Westphal, entre otros. Como es obvio, incluyó una selección del teatro rumano, con Caragiale a la cabeza. También incluyó en su producción escénica otros autores, como Cervantes, Casona, Pirandello, Mihura y por supuesto a lo más destacado de la dramaturgia venezolana, como Arturo Uslar Pietri, Alejandro Lasser, José Gabriel Núñez, Sergei Vintrin y Jean Zune. Lanzó, por así decirlo, a Isaac Chocrón, cuando le montó su ópera prima Mónica y el florentino, en 1959.
Romeo perdió la cuenta de los montajes realizados y de esos largos 50 años de trabajo quedaron, como testimonio irrebatible, una pared de su apartamento tapizada, por así decirlo, con una selección de los afiches de sus espectáculos. Creía que había escenificado algo más de unas 104 piezas, sin contar las reposiciones.
Además de su dilatada actividad como director y maestro, Romeo fue actor para varias películas francesas rodadas aquí en Venezuela, así como también era uno de los intérpretes favoritos del cineasta Román Chalbaud, su amigo. Admitía que uno de sus mejores roles fue en La gata borracha, aunque aparece en buena parte de la cinematografía del maestro merideño.
Eso por todo eso, además de haber sido profesor en la Escuela Nacional de Teatro, además de su inquebrantable amor y fe en Venezuela, que un idóneo jurado le concedió el Premio Nacional de Teatro en 1996.
A Romeo no le gustaba y hasta demostraba su abierto enojo cuando le recordaban su origen europeo. Él insistía en que era un director venezolano y no rumano, pues “aquí llevo más de medio siglo y además ostento su máximo premio para los teatreros; creo que me merezco que no consideren más un director extranjero. De Rumania no tengo sino imborrables recuerdos, pero no poseo ningún documento, como célula ni pasaporte de mi país de origen. Soy un artista venezolano nacido en Europa, que ha realizado más de un centenar de montajes y numerosos programas para la televisión cuando estaba en su etapa inicial. También hay que aclararle a las nuevas generaciones que antes de la llegada de Alberto de Paz y Mateos y otros foráneos a Caracas, aquí sí había teatro de calidad y además los sainetes divertían a los venezolanos. Lo que ellos hicieron fue actualizar la cartelera y formar a nuevos comediantes, como yo también lo hice. Es mi historia, corroborada por otros premios y reconocimientos”.
Nunca se imaginó Romeo Costea lo que sería su vida ni que viajaría al continente americano para dejar una huella cultural en un país petrolero. Ese fue el otro milagro que le hizo San Antonio, pero ambos los disfrutó y fue feliz, a pesar de los humanos contratiempos con su salud.