Combates, pobreza, crisis humanitaria, delincuencia organizada, terrorismo y yijadismo conviven en una franja de unos 5.000 kilómetros cuadrados que atraviesa el continente africano desde el Atlántico al Mar Rojo, y sirve de transición entre el desierto del Sahara y la sabana africana
Una revisión del panorama internacional muestra la existencia de un conflicto que, a pesar de su peligrosidad, no ha tenido la merecida notoriedad. Se trata de lo que está ocurriendo en el llamado Sahel y que está generando no solo graves consecuencias regionales sino de mayor proyección.
El Sahel se ha convertido en un polvorín y en “el cinturón del hambre” africano. Combates, pobreza, crisis humanitaria, delincuencia organizada, terrorismo y yijadismo conviven en una franja de unos 5.000 kilómetros cuadrados que atraviesa el continente africano desde el Atlántico al Mar Rojo, y sirve de transición entre el desierto del Sahara y la sabana africana. La creciente penetración de terroristas en el África Occidental ha suscitado un sentido de mayor urgencia, siendo los países más afectados Mali, Burkina Faso, Níger, Chad y Mauritania, que integran el llamado G5 Sahel.
La crisis de seguridad comenzó en el 2012, cuando una alianza de militantes separatistas e islamistas se apoderaron del norte de Mali. Francia decidió entonces intervenir para evitar que las bandas yihadistas conquistaran la capital del país, ampliaran su expansión y desestabilizaran la región entera.
Pero las bandas armadas, que incluyen elementos vinculados a Al-Qaeda y a ISIS, expandieron su penetración ante unas fronteras incapaces de ser controladas por los soldados locales en medio de gigantescos territorios desérticos, llevando a cabo una guerra asimétrica e impulsando el tráfico de armas y drogas, aunque existen rivalidades entre ellas por razones de predominio.
Los países del G5 Sahel crearon una fuerza conjunta de 5.000 hombres. Francia tiene 5.100 soldados en la región. La ONU desplegó 13.000 efectivos para apoyar la pacificación del país. No obstante, los ataques terroristas habrían ocasionado hasta 4.000 muertes el año pasado. Para contener esa arremetida se formó en marzo la “Task Force Takuba”, compuesta por 13 países europeos, a fin de asistir a las Fuerzas Armadas de Mali. La Unión Africana anunció en febrero el despliegue temporal de 3.000 tropas en el Sahel.
Algunos analistas consideran que Francia está pagando un precio muy alto por mantener su condición de potencia global y su influencia en África. París estaría librando desde el 2013 una guerra casi imposible en el Sahel, un conflicto sin perspectivas de un desenlace exitoso que recuerda la pesadilla que está viviendo Estados Unidos en Afganistán desde el 2001.
La presencia francesa en el Sahel, rechazada en varias protestas locales, adquirió mayor sustentación estratégica a raíz de la ola de atentados terroristas perpetrados en Francia desde enero de 2015. Combatir a los yihadistas en el corazón de África evitaría tener que enfrentarse a ellos en los pueblos y ciudades francesas. Un razonamiento similar fue esgrimido por George W. Bush para invadir Afganistán. ¿Hasta qué punto es válido ese argumento hoy en día?
El caso es que Francia, apoyada por sus aliados europeos y Estados Unidos, estaría inmersa en “una trampa geopolítica” de la que será difícil salir. Si se retira pierde credibilidad y sus antiguas colonias podrían caer en manos extremistas convirtiéndose en un santuario terrorista que amenazaría a Europa. Si se queda, probablemente se desgasta. En todo caso, la guerra del Sahel, lejana y poco comprensible para la mayoría de los propios franceses y desconocida para muchos en el exterior, amerita un atento seguimiento pues suscita cada vez más preocupación.
RECUADRO
ELecciones en burundi
El presidente de Burundi, Pierre Nkurunziza, murió súbitamente el pasado 8 de junio, mientras se preparaba para entregar el poder al ganador de las elecciones realizadas en mayo, su candidato Evariste Ndayishiminiye. El mandatario había gobernado con mano de hierro ese pequeño país durante 15 años, siendo el presidente con más tiempo en el poder. Nkurunziza, quien se vio obligado a desistir de un cuarto mandato, se las arregló para llegar al poder en el 2005, siendo reelegido en el 2010 en elecciones boicoteadas por la oposición. Su determinación de lanzarse como candidato en 2015 generó una inmensa ola de protestas y pudo superar un golpe de Estado. La represión fue feroz y la condena internacional lo llevó al aislamiento. En 2018 anunció que no buscaría otro mandato, pero permanecería como “Guía supremo del Patriotismo”, recibiría 500.000 dólares del Estado, una mansión y seguiría activo en la política. Burundi abre una nueva etapa en su convulsionada historia con muchas interrogantes sobre su porvenir político y económico.
Horacio Arteaga