La crisis obliga a algunos a desafiar aguas del mar

Jonny Gómez, albañil de oficio de 22 años de edad, regresa a la costa después de pasar un día pescando en mar abierto en su cámara neumática, en Playa Escondida, La Guaira

Cada vez son más los venezolanos que se aventuran a pescar en cauchos, en un intento por buscar el sustento alimenticio de sus familias y pese que ello supone exponerse a peligros insospechados

Muchos venezolanos desesperados por alimentar a sus familias en medio de la pandemia de coronavirus desafían el mar abierto en frágiles cámaras neumáticas, armados apenas con un anzuelo y un sedal, reportó la agencia de noticias Associated Press (AP).

Un pequeño pero creciente número de personas en La Guaira ha recurrido al mar en busca de medios para sobrevivir.

Es un riesgo que se ven obligados a tomar mientras el confinamiento nacional paraliza una economía que ya se encontraba en una situación miserable. “Nosotros somos constructores, nosotros somos albañiles, pero ahorita no hay trabajo de construcción. No hay. ¿Cuánto cuesta un saco de cemento? Cuesta 10 dólares. ¿Quién compra un saco de cemento ahorita en 10 dólares? Y si compran el saco de cemento no van a tener para pagarte la mano de obra. Entonces, ¿cómo hacemos? Más fácil para nosotros es salir a pescar”, dijo Juan Carlos Almeida, de 35 años, quien pesca acompañado de Eric Méndez.

Otros que reman en pequeños grupos hasta 8 kilómetros de la costa perdieron sus trabajos en ramas como la construcción y los restaurantes que atendían a los bañistas. Todas las playas están cerradas, pero ellos tienen niños hambrientos en casa en los barrios cercanos.

El nuevo coronavirus golpeó a Venezuela a mediados de marzo y el gobierno ordenó el cierre de la mayoría de las empresas, pero el virus se ha propagado de manera constante en los cinco meses desde entonces.

La nación permanece en gran parte paralizada y los vuelos comerciales han dejado de pasar por el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía. La gente tiene pocas esperanzas de que la vida vuelva a la normalidad pronto.

Los recién llegados a la pesca menor prefieren la seguridad del muelle de La Guaira, por temor al mar abierto, pero Almeida y Méndez, de 40 años, se consideran experimentados después de pasar un par de meses metiéndose al agua en sus cámaras de aire. Han hecho paletas de remo con bandejas de plástico y usan aletas en los pies para impulsarse hacia el Caribe. Rápidamente se pierden de vista de los que están en tierra.

Llevan anzuelos extra en el ala de sus sombreros, lejos de la goma y listos para pescar. Dejan caer líneas de pesca de un carrete cebado con sardinas.

Uno de los mayores temores de los ahora pescadores es que alguno de sus anzuelos pueda perforar accidentalmente su cámara de aire mientras pescan muy lejos de la orilla. Llevan tiras de goma para improvisar parches de emergencia en caso de un pinchazo accidental.

Cuando atrapan un pez, lo jalan lentamente para ver si hay un tiburón siguiéndolo. Evitan acercarlos demasiado, pues podrían tratar de morderles las piernas. Independientemente de los riesgos, los pescadores en cámaras de aire dicen que estar en el mar durante varias horas los relaja. Les permite alejarse por un momento de las luchas de la vida en tierra: la pandemia, la crisis económica, los niños hambrientos y la falta de trabajo.

Dicen que prefieren adentrarse en el mar porque ahí es donde nadan los peces grandes, pero también hay corrientes que amenazan con arrastrarlos mar adentro.

Cuando regresan a la costa reman contra las corrientes. Es agotador. Luego caminan varios kilómetros hasta su casa, descalzos y cargando su pesca en una mochila amarilla, azul y roja, de las que el gobierno le da a los niños en la escuela. Llevan su cámara sobre los hombros.

RECUADRO

Actividad rentable

La pesca de un buen día puede alimentar a sus familias durante una semana e incluso pueden compartirla con vecinos. El resto lo venden por una pequeña ganancia. “Nosotros también tenemos derecho a la comida. Si nosotros no tenemos un trabajo, tenemos que ir… ¿a qué? A lo que Dios le dio a uno: el mar. Tenemos que lanzarnos a pescadores”, dice Méndez, un esposo y padre con dos hijos.

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