Luis fue llevado hasta un hotel en Plaza Venezuela y se encontró una habitación sucia, desordenada, desaseada, tras resultar positivo en una prueba que, según advirtió, le hicieron con una aguja sucia y usada
Con el anuncio de la prueba PCR positiva para covid-19, Luis se acostó en la cama de aquella habitación de aislamiento de un hotel en Plaza Venezuela con miedo, al preguntarse qué seguía. Puso su alarma para pararse bien temprano. Al día siguiente lo pasarían buscando para llevarlo a otro hotel, donde le aplicarían el tratamiento contra el virus. Era asintomático. Tenía mucha ansiedad. Ya tenía trece días aislado.
En un callejón de La Vega, en el oeste del área metropolitana de Caracas, el coronavirus puso los nervios de punta a los habitantes. Dos vecinas tuvieron síntomas y decidieron hacerse la prueba rápida. Salieron positivas. El viernes 8 de agosto, el líder del consejo comunal se enteró de esos dos casos y decidió organizar una jornada de despistaje en esa calle, donde viven 24 personas.
Habilitaron el espacio de un comedor. Luis estaba nervioso, porque días atrás había tenido fiebre, pero ya se había recuperado. “Tomé limonada caliente y té de malojillo, y ya me sentía bien”, aseguró.
Llegó su turno. Se sentó. Una doctora abrió el empaque de la aguja, le pinchó el dedo y agarró una pipeta que estaba a la intemperie en la mesa. No sacó una nueva. Otros vecinos coincidieron en notar la irregularidad. “Me di cuenta de que eso no era normal. Estaba sucia. No supe decir algo, mi mente estaba nublada en ese momento”, lamentó.
15 días aislados
De los 24 vecinos, 16 resultaron positivos. El líder del consejo comunal les aseguró que, como eran muchos, entonces no se los llevarían a un hotel o CDI, sino que podían cumplir el aislamiento en casa. El plan se cayó a las pocas horas. Llegó una ambulancia para buscarlos.
Los nervios terminaron de subir hasta que explotaron. Los vecinos no se querían montar en esa ambulancia. No querían irse de sus casas. Tenían miedo de las condiciones que fueran a encontrarse en otro sitio. Quienes manejaban la ambulancia los amenazaron y les dijeron que iban a llamar a la policía y a representantes del gobierno. Los vecinos prefirieron irse porque les dio aún más miedo.
Se subieron trece adultos, dos niños y una bebé de diez meses. Todos amorochados. Sin distancia y, por supuesto, sin certeza de quién estaba realmente infectado, teniendo en cuenta que las pruebas rápidas tienen un porcentaje alto de error. “De camino al hotel nos dijeron que íbamos a estar al menos quince días aislados y que las pruebas PCR las hacían a los dos días de haber llegado”, contó Luis.
Cuando Luis abrió la puerta de su habitación, se encontró con que todo estaba sucio. Las sábanas tenían polvo. Había basura en el piso. El baño tenía mucho tiempo sin limpiarse. La alfombra estaba manchada.
Las paredes eran blanco hueso. Había una cama matrimonial con dos mesitas de noche a los lados. Las cortinas tapaban la vista hacia la avenida Libertador. Del lado derecho había un clóset de madera y, frente a la cama, un espejo ovalado. El televisor estaba guindando en el techo y solo mostraba canales nacionales.
Por suerte, Luis se llevó un juego de sábanas para cambiarlas, botó lo que estaba tirado en el suelo. Puso a un lado las almohadas para no usarlas. Limpió un poco el baño y puso como regla no caminar descalzo. Estaba solo.
En el hotel, un miliciano le comentó que un señor que estaba en la ambulancia tenía diarrea fuerte y no había un médico que lo atendiera. “Sentí miedo, porque no sabía qué podía pasar conmigo”, relató a un equipo periodístico del portal Crónica Uno.
Rutina diaria
La seguridad del hotel estaba en manos de dos milicianos y un sargento. El personal del hotel solo estaba en el área de recepción. Los familiares podían llevar cosas y los milicianos se encargaban de subirlas a las habitaciones.
La mañana del 10 de agosto le tocó la puerta un hombre vestido de los pies a la cabeza de blanco. “Como en las películas de zombies”, comparó Luis para referirse al traje de bioseguridad. Era el médico que le iba a hacer la prueba PCR con el hisopado. Le dolió mucho, y al día siguiente se despertó botando coágulos de sangre por la nariz. “Fue muy rústico”, agregó.
La rutina de Luis era algo monótona. Se despertaba a las 7:00 am para arreglarse. A las 8:20 am ya le tocaban la puerta con el desayuno. Se volvía a acostar hasta el mediodía; mientras, hablaba con su novia y amigos por las redes sociales. Ponía una serie en una aplicación del celular hasta el mediodía, cuando le llevaban el almuerzo. Volvía a acostarse hasta las 6:00 pm, que llegaba la cena. Seguía sin tener ningún síntoma.
Luis usaba los estados de WhatsApp como un diario. Escribía algunos chistes para hacer reír a sus familiares y amigos que estaban preocupados. Además, también lo ayudaba a no angustiarse. A no perder la calma.
Tres días después, el 13 de agosto, se enteraron de que los resultados aparentemente estaban listos. Una amiga del trabajo, que también estaba aislada, les dijo por mensaje que su esposo había podido retirar su resultado o “boleta de libertad”. Ya ella podía regresar a casa porque resultó negativo.
A la espera
Luis es oriental. Su familia vive en Maturín y él tiene dos años viviendo en Caracas. Hay algunas zonas de la ciudad que no conoce mucho. Incluso, la ubicación del hotel era confusa para él. Sabía que al esposo de su amiga le habían dado los resultados en un lugar cerca de Plaza Venezuela, pero no entendía precisamente en dónde era. Le pidió el favor a un amigo para que se metiera en la página del Ministerio de Salud a ver si salía su resultado, pero nada.
El grupo que llegó con Luis comenzó a irse del hotel con sus resultados negativos. Quedaron solamente él y una familia de dos adultos y tres niños que estaban juntos en una habitación.
Pasaron los días y a Alberto, vecino de Luis en La Vega, le confirmaron que sus resultados ya estaban listos y los llevaron a la habitación. Cuando su esposa revisó el papel, los nombres que aparecían no eran los suyos. Había una equivocación.
Además, le pareció haber leído el nombre de Luis, pero supuso que se lo llevarían a su cuarto. Tampoco fue así. “Día 8 de aislamiento: Hoy han jugado con mis sentimientos todo el día. Estoy a la espera del resultado de la prueba PCR y justamente hoy se antojaron de tocarme la puerta a cada rato. Cada vez que escucho que tocan, pienso que vienen a buscarme para irme, pero siempre es otra cosa”, escribió Luis en su estado de WhatsApp.
RECUADRO
Incertidumbre total
“Estoy nervioso porque sí estoy infectado, pero no tengo síntomas de nada. Estoy perfecto, entonces mañana me van trasladar y me da miedo que me pongan un tratamiento que me pueda hacer daño”, confesó Luis.
Esa noche se acostó con muchos nervios. Puso la alarma para pararse bien temprano. Recogió sus cosas y se preparó para el traslado.
Pasó el mediodía y no llegó el transporte que lo llevaría a otro hotel. Esperó una o dos horas más y le preguntó al miliciano que a qué hora lo buscaban. “No se preocupe, esa gente no tiene hora de venida. Pueden llegar a cualquier hora”, le respondió. Luis aún espera el traslado, y en el hotel donde se encuentra no le han ofrecido ningún tratamiento o atención médica. Por suerte, sigue asintomático.
Mariana Sofía García/Crónica.Uno