Mientras en Washington se firmaban los Acuerdos de Abraham entre Israel, Emiratos Árabes Unidos (EAU) e Israel y Baréin, auspiciados por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, milicianos de Gaza lanzaban cohetes contra Israel, que hirieron a dos personas. Todo un símbolo para una pregonada paz que, de momento, no lo es tanto.
“¿Ha firmado Israel la paz con el pueblo adecuado?”, se preguntaba en el diario Haaretz Anshel Pfeffer, quien resaltaba que la normalización de relaciones con Abu Dabi y con Manama, si bien es “probablemente el mayor logro de Benjamín Netanyahu, no es paz”.
A los dos cohetes que se lanzaron desde Gaza mientras en el césped de la Casa Blanca se intercambiaban sonrisas y apretones de manos -o toques de codos-, siguieron otros once más durante la noche, ocho de ellos interceptados por el sistema antimisiles de Israel.
Los proyectiles recordaron dos cuestiones. La primera, que la situación sobre el terreno a menudo dista de las grandes palabras en salones diplomáticos y los papeles firmados. Y la segunda, que el conflicto que vive Israel desde hace más de setenta años no es con Emiratos ni con Baréin, sino con los palestinos.
Pese a ello, los expertos coinciden en señalar que los pactos son un hito histórico, con un valor que va más allá que lo que indica su texto, puesto que suponen el fin de la Iniciativa de Paz Árabe, que supeditaba las relaciones con Israel al establecimiento de un Estado palestino en las fronteras de 1967.
Así, EAU y Baréin han dado finalmente la bienvenida a Israel en Oriente Medio, sin necesidad de tener la excusa de tener que apagar ninguna guerra o ser vecinos fronterizos, como Jordania y Egipto. “El conflicto árabe-israelí ha estado muriendo durante muchos años y ayer se le pronunció muerto. El conflicto palestino-israelí, por otro lado, está vivo y coleando y no debe ser tomado a la ligera”, advirtió en el periódico Yediot Aharonot el articulista Ben Dror Yemeni.