La inseguridad es noticia permanente en los medios de comunicación. No dejan de sorprender los análisis que de lado y lado (gobierno y oposición) se hacen sobre el tema, sobretodo, porque en ocasiones se confunden los diagnósticos con las soluciones, y los problemas con las propuestas para mejorar los indicadores. Después de todos estos años de violencia incremental e inseguridad, pareciera que todavía no entendemos la situación y no se vislumbran acciones concretas para, en definitiva, resolver el mal.
Se trata del principal problema que como país tenemos y que día tras día despedaza a las familias. Vale aquí citar una célebre frase de Jack Welch Ex Presidente de General Electric: «Quien no entiende la realidad está fuera de ella y a merced de ella». Todo indica que ignoramos las dimensiones del problemon en el que estamos metidos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que en un país en el que se haya traspasado la frontera de los 10 homicidios por cada 100 mil habitantes, se está entrando en serios problemas de salud pública. En el 2020, el Observatorio Venezolano de Violencia reportó que en la nación alcanzamos la cifra record de 99 homicidios por cada 100 mil habitantes.
Para empezar a entender la realidad debemos comprender las causas raíces de la inseguridad. Tendríamos que comenzar preguntándonos ¿Por qué Venezuela es insegura y violenta? Las respuestas son muchas: juventud sin oportunidades de desarrollo y progreso, sistema judicial y penitenciario desbordado y corrupto, cuerpos policiales mal preparados y equipados, armas que circulan libremente impunidad, apatía, desidia, dejadez, etc.
Haciendo un esfuerzo de síntesis se pueden agrupar las causas en cinco ejes: Contextos socio urbanos, Cultura y ciudadanía, Legislación, Cuerpos policiales e Institucionalidad. Una realidad con estas dimensiones de complejidad sólo es posible abordarla a través de una estrategia si de verdad queremos impactarla positivamente. En los gobiernos eficientes las estrategias exitosas se convierten en políticas públicas de seguridad y convivencia.
Planear una estrategia de seguridad ciudadana exige la identificación minuciosa del problema de la violencia, así como de sus consecuencias. Desde este punto, es necesario definir cómo debe ser la seguridad que necesitamos; a qué debe responder. En mi opinión, la seguridad debe crear espacios de convivencia y vida pacífica y servir para formar ciudadanía. Una seguridad que acompañe al ciudadano en el máximo desarrollo de sus potencialidades y aptitudes, donde no se tolere la impunidad y que tenga medios efectivos para la resolución de conflictos. La idea es que en la respuesta esté implícita el Norte de la estrategia. Es así como no puede haber estrategia sin sentido ni dirección, de otra forma no sabremos si nos movemos en contra o a favor de los objetivos que estamos trazando.
Una estrategia requiere igualmente de ejes estratégicos y líneas de acción. Es decir, los planos en los que deben desarrollarse las iniciativas y propuestas, proyectos y programas. Los proyectos aislados y las propuestas, sin el debido marco estratégico que los soporte no solucionan el problema. Incrementar, por ejemplo, el número de policías en la calle, sin saber los modos de operación de los delincuentes, los días y las horas de acción del delito o cuáles son las zonas de mayor incidencia criminal, es confundir aún más al ciudadano en su percepción de inseguridad y desperdiciar recursos, pues el aumento de los delitos a pesar de mayor número de funcionarios en servicio lo que revela es incapacidad para entender y por ende, afrontar el problema. Es la seguridad a merced de la realidad.
El Norte y los ejes estratégicos son en conjunto, poderosas herramientas para priorizar iniciativas, conformándolas en proyectos y estos en planes y programas. La estrategia es la mejor manera de ordenar problemas, recursos e ideas con el propósito de alinearlo todo al Norte hacia dónde apuntamos.
Dos aspectos determinantes en la estrategia son los indicadores y el presupuesto de ejecución. Los indicadores son el tablero de control y dirán si nos movemos en la dirección correcta. En este sentido debe tenerse claro que toda planificación estratégica es flexible y debe adaptarse a la dinámica de la realidad sobre la que pretende actuar. Estrategias demasiado rígidas terminan por colapsar sobre su propia estructura, mientras que aquellas muy abiertas pierden rápidamente el Norte y se extravían antes de mostrar resultados.
Algunos indicadores de seguridad son las tasas de homicidio, número de robos o hurtos de vehículos y propiedades en determinados espacios, número de casos reportados de violencia doméstica, número de conflictos resueltos en las comunidades, metros cuadrados recuperados de espacio público, etc. Los indicadores son una especie de termómetro de la verdad en la estrategia.
El presupuesto por su parte, es el combustible que alimenta la estrategia. El objetivo de un buen administrador es alcanzar el Norte al menor costo y tiempo posible. Experimentar con improvisaciones divorciadas de la realidad es perder dinero y tiempo.
La mejor de las estrategias es aquella que se puede ejecutar. El fin de la inseguridad es posible, países vecinos fueron capaces de resolverlo sólo cuando la voluntad política y ciudadana entendió que la realidad no obedece a buenos deseos sino a acciones decididas de quienes nos gobiernan y a ciudadanos comprometidos con la transformación.
@adogel
Adolfo M. Gelder