En marzo de 2020, Dave Smith, un instructor de manejo británico de 72 años, se contagió de covid-19.
Reino Unido estaba en ese momento atravesando la primera ola de la pandemia y Smith tenía una serie de afecciones de salud preexistentes —había sido diagnosticado con leucemia y tratado exitosamente con quimioterapia en 2019— que lo hacían particularmente vulnerable ante el virus.
La mayoría de las personas infectadas con SARS-CoV-2, incluso aquellas que sufren el llamado covid-19 de larga duración, eliminan el virus de su cuerpo en un promedio de 10 días.En el caso de Smith, en cambio, este se quedó en estado activo dentro de su cuerpo por más de 290 días.«Las conté. Fueron 43 veces», le dice Smith a los periodistas, rememorando la cantidad de pruebas PCR que dieron positivo.«Rezaba todo el tiempo pidiendo que la próxima fuera negativa, pero nunca lo era».
Los médicos confirmaron que no se trataba de una reinfección sino de una infección persistente tras secuenciar el virus en el laboratorio.
Los cerca de 10 meses que Smith pasó enfermo —que incluyeron siete internaciones hospitalarias— fueron una agonía para él: sus niveles de energía eran mínimos, y necesitaba ayuda para casi todo.
«En un momento dado estuve tosiendo horas sin parar. Desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche. No puedes imaginar el agotamiento que genera esto en tu cuerpo», dice el paciente, que perdió 60 kilos en el transcurso de su enfermedad.
El de Smith es uno de los casos de infección activa por covid-19 más prolongados que se haya registrado hasta el momento en el mundo.
El caso de Smith es extremadamente poco común, sobre todo por la cantidad de tiempo que le llevó eliminar el virus, pero es algo que puede ocurrir en personas inmunocomprometidas.
Así se lo explica Andrew Davidson, profesor de virología de la Escuela de Medicina Celular y Molecular de la Universidad de Bristol, en Reino Unido, y parte del equipo que investigó el caso de Smith.