Bryan lleva un mes viviendo en la calle en la ciudad de Iquique, en el norte de Chile. El venezolano de 21 años entró de manera irregular al país por la pequeña localidad de Colchane, ubicada a pocos kilómetros de la frontera con Bolivia.
Llegó buscando trabajo pues, dice, la situación en su país se hizo “insostenible”. Pero en Chile se encontró con una realidad que está lejos de la que soñaba.
Sin un sitio donde dormir, no le quedó otra opción que instalarse en una carpa enplaza Brasil, en el centro de Iquique, de donde el pasado viernes 24 de septiembre fue desalojado por la policía en un acto que incluyó resistencia, forcejeos y dejó 14 detenidos.
Deambulando nuevamente por las calles, Bryan se encontró al día siguiente (sábado 24 de septiembre) con una marcha de manifestantes contra los migrantes que terminaría aún peor: con la quema de sus escasas pertenencias.
“Quedé con lo puesto, no tengo nada. Esto ha sido horrible”, le dice por teléfono a BBC Mundo.
“Tuve mucho miedo”
Fue una imagen desoladora y que dio vueltas al mundo. Colchones, frazadas, ropa, juguetes infantiles e incluso pañales pertenecientes a un grupo de venezolanos ardieron mientras una turba de manifestantes gritaba consignas contra los extranjeros.
Las condenas a los hechos de violencia no tardaron en llegar, desde particulares y organizaciones hasta representantes del gobierno central, liderado por Sebastián Piñera.
Pero tres días después de los acontecimientos nada de eso parece tranquilizar a Bryan, quien dice estar asustado y dolido con lo que pasó.
«Nos tiraron piedras, botellas, de todo. Y la gente, en vez de ayudar, grababa con sus teléfonos; era como un show para ellos. Nos sentimos humillados, tratados como animales, como una basura», afirma.
«Es muy triste que, porque uno es venezolano, ha pasado por miles de cosas, y te traten así», agrega.
Ese día Bryan estaba acompañado de Moisés, también venezolano. El joven llegó hace seis meses a Chile y aún no logra encontrar trabajo ni salir de Iquique.
«Tuve mucho miedo. Habían niños, niñas, mujeres embarazadas, personas mayores… Tuvimos que escapar todos a la playa porque empezaron a quemar nuestras carpas, las maletas, toda nuestra ropa», recuerda para BBC Mundo.
Tras la marcha, Moisés cuenta que siguieron deambulando por las calles durante toda la noche.
«Buscamos una solución, pero nada. Nadie nos dio la oportunidad de quedarnos en una casita o algo. Y ahora seguimos dando vueltas en la calle, buscando gente que nos ayude para seguir adelante», señala.
«Nos tocó salir corriendo»
A unas pocas cuadras de Bryan y Moisés estaba Gabriela, otra venezolana, de 25 años.
La mujer había llegado ese mismo sábado a Chile, también de manera irregular, por el paso de Colchane.
«Llegó un policía y me dijo: ‘Ahí viene la marcha, váyase porque le van a quitar sus cosas’», recuerda.
«Junto a otra venezolana que estaba con sus hijos, agarramos nuestras cosas y nos tocó salir corriendo, con los niños, con los bolsos, con todo. No sabíamos dónde correr, teníamos mucho miedo».
Gabriela avanzó un par de cuadras hacia el norte. No sabe bien dónde fue a parar, pero se quedó escondida en un callejón.
«Sentí mucho miedo, sentí que no era bienvenida…. Fue una cosa de locos. A algunos amigos los agarraron a golpes, a otros les quemaron sus carpas, fue muy feo», agrega.
Una experiencia similar vivió Mauricio, de 22 años. El joven salió de Venezuela el 10 de septiembre y, tras cruzar varios países en 10 días, hace una semana llegó a Chile (también de forma irregular y por Colchane).
«Cuando supe lo que estaba pasando, agarré a mi familia, a mi hermano, mi cuñada y mi sobrina, y corrimos a aislarnos a un lugar seguro, lejos de los saqueos. Y ahí nos pudimos resguardar un par de horas», señala.
«Tengo miedo porque no sabemos las acciones que otras personas pueden cometer. Antier (lunes 27 de septiembre) estaba en la calle y pasó un hombre amenazando».
Crisis migratoria
Bryan, Moisés, Gabriela y Mauricio forman parte una ola de migrantes que ha llegado a Chile en los últimos 10 años.
Los extranjeros aumentaron de 305.000 en 2010 (lo que correspondía al 1,8% de la población total chilena) a casi 1,5 millones en 2020 (7,5% de la población), según la organización Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), que recopiló datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) y del Departamento de Extranjería y Migración de Chile.
Esto se explica en parte por el fuerte aumento de la inmigración venezolana, que pasó de ser una comunidad de 8.000 en 2012 a 500.000 en 2020.
Muchos migrantes entran de manera irregular a Chile por la pequeña localidad de Colchane, a pocos kilómetros de la frontera con Bolivia.
Según estimaciones del INE, los venezonalos conforman el grupo más grande de extranjeros en Chile (30,5%), seguido de peruanos (15,8%) y haitianos (12,5%).
La nueva ola migratoria ha significado un fuerte desafío para Chile, donde se han tenido que adoptar medidas a contrarreloj para intentar adecuar sus políticas de integración.
También ha habido importantes transformaciones sociales: debido a la gran concentración de extranjeros ha cambiado el perfil demográfico de varias ciudades, especialmente las que están ubicadas en el norte y cerca de las fronteras con Perú y Bolivia, entre ellas, Iquique.
«Sabemos que causamos molestia»
Al no encontrar oportunidades laborales ni la posibilidad de regularizar su situación migratoria, muchos de los extranjeros terminan viviendo en las calles, en precarias condiciones.
Y esto ha provocado roces con la población local.
«Yo entiendo que los chilenos tienen sus leyes y las respeto, pero muchos inmigrantes están desesperados porque, por ejemplo, no todos tienen 500 pesos (50 centavos de dólar) para pagar un baño público. Yo prefiero comprar alimento con ese dinero y dárselo a los niños en vez de gastarlo en un baño», comenta Mauricio.
«Nosotros sabemos que causamos molestia estando en la calle. A mí tampoco me gusta dormir en la calle, es feo, hay mucha xenofobia, la gente no nos quiere», añade Bryan.
«Lo que pasa es que necesitamos plata para pagar un cuarto. Y, además, muchas veces te dicen: ‘¿Eres venezolano? No, no te puedo arrendar’. Entonces, no nos ayudan».
«Cuando dicen que somos delincuentes nos sentimos humillados», agrega Moisés. «Porque somos trabajadores, no queremos hacerle problema a nadie. Lo que queremos es trabajar, sacar adelante a la familia, ayudarlos y lograr nuestras metas y sueños».
«Hay más personas de buen corazón»
Hoy muchos de estos venezolanos están recibiendo ayuda de organizaciones promigrantes y de la Iglesia católica.
Les han dado alimento y ropa, y los han instalado en algunos alojamientos improvisados.
«Muchos chilenos nos están ayudando. Hay más lado bueno que lado malo», dice Mauricio.
La misma opinión tiene Gabriela. «Aquí hay muchas personas buenas. No todos los chilenos son iguales. Hay más personas de buen corazón».
Por lo mismo, la mujer no pierde la esperanza de que encontrará un mejor futuro en Chile que en Venezuela.
«Voy a llegar a Santiago y allí se van a dar las oportunidades, estoy segura. Toda mi familia está esperándome, mis hermanas y mis primos, y ya tengo trabajo», agrega. BBC Mundo