David Uzcátegui
El delincuente Carlos Luis Revete, alias “El Coqui”, fue abatido este martes 8 de febrero por fuerzas mixtas de seguridad del Estado, según las informaciones que circularon profusamente en los medios de comunicación nacionales e internacionales sobre el hecho.
Diversas fuentes informativas confiables dan cuenta de la veracidad del hecho, ocurrido según se refiere, en el sector La Arenera de Las Tejerías, estado Aragua.
Con este titular, termina la historia de uno de los delincuentes más nombrados, temidos y buscados de los últimos tiempos. Y por ello, también es el momento adecuado para preguntarnos qué nos está sucediendo como sociedad y como nación.
¿Por qué una persona fuera de la ley llega a alcanzar estas dimensiones de poder? ¿Por qué se sale de control hasta semejantes niveles? Y lo más inquietante: ¿Por qué algunos lo idolatran y hasta lo perciben como un modelo a seguir?
Que la delincuencia está fuera de control en Venezuela, es una historia muy vieja. Se nos pierden en la memoria los hechos con finales fatales que han conmovido a la nación desde hace mucho tiempo. Es desde hace rato un hábito triste del venezolano el salir a la calle con miedo e intentar ponerse a buen resguardo lo antes posible.
“Por eso cuídate de las esquinas, no te distraigas cuando caminas”, afirmaba el cantante Yordano en su inolvidable canción que dio el nombre a la telenovela “Por estas calles”, a la cual le sirvió como tema musical en los tempranos años 90 del siglo pasado.
Lo cierto es que la delincuencia se ha convertido en un poder semejante a un para-estado dentro de nuestra nación.
Afirmamos esto respecto a “El Coqui” cuando incluso los cuerpos de seguridad del Estado, con toda su potencia desplegada, no podían penetrar la barriada caraqueña de la Cota 905, la cual fue tomada por este irregular y su gente para establecerse y convertirla en el centro de sus delitos.
Se volvieron tristemente célebres los enfrentamientos entre esta banda y las autoridades, con saldos negativos para estos últimos y la certeza para la ciudadanía de que una persona al margen de la ley, podía estar muy por encima de quienes tienen el monopolio legal de las armas en el país.
Esto trajo terribles consecuencias en el ánimo de la gente. La confirmación de que estamos protegidos y desamparados, a la buena de Dios, en un tiempo histórico en el cual Venezuela está a merced de la delincuencia y que, por la lotería de una ruleta, puede sucedernos cualquier cosa.
Y lo que es aún peor, “El Coqui” se convirtió en un líder negativo, en un ejemplo a seguir por jóvenes del sector y de todo el país; quienes ven en estos delincuentes unos modelos que hacen lo que les viene en gana, sin tener que rendir cuentas a nadie y sin pagar por sus fechorías.
Para medir la trascendencia de este triste personaje, basta decir que por su captura se llegaron a ofrecer hasta 500 mil dólares, que la balacera que terminó con su deceso se prolongó por más de siete horas y que el enfrentamiento con las autoridades alcanzó tal calibre, que fue necesario detener el tránsito en ambos sentidos en la muy importante Autopista Regional del Centro, aledaña al lugar de los sucesos.
Que haya sido abatido, no es un final feliz. Es la opción extrema que tenían las autoridades, desbordadas y burladas en incontables oportunidades por este irregular y por muchos como él.
La tragedia no es solamente su final sellado por la muerte, lo realmente patético es que una vida se pierda así, en el placer de delinquir y asesinar sin rendir cuentas. En todas las naciones hay elementos que se salen de control y muchos de ellos enfrentan finales trágicos.
Pero que el personaje a quien hoy nos referimos haya llegado a niveles en los cuales prácticamente estableció un gobierno paralelo en el barrio, que se convirtió en su fortaleza inexpugnable, nos alarma desde hace mucho rato.
No solamente por el tiempo en el que se extendió la situación, sino porque no ha sido la primera ni será la última.
Más allá de que circunstancias así no sean extrañas en nuestra patria y ya no asombren a nadie por más que duelan, cabe la triste y trágica comparación con figuras siniestras como el temido e idolatrado narcotraficante Pablo Escobar Gaviria.
Revete supo también erigirse sobre un trono de crueldad y amoralidad para someter a una población, mientras intentaba corromperla con obsequios y prebendas para ganar su favor y fidelidad.
¿Hasta dónde se extiende el daño hecho por este personaje a nuestra sociedad y a nuestra juventud? ¿Cuántos más como él existen? ¿Cómo atajamos y remediamos esta enfermedad que ya ha hecho metástasis hasta lo inimaginable?
La historia de “El Coqui” aún no termina. Y no terminará mientras no asimilemos como colectividad la lección que nos deja.