Por José Luis Farías
En este rincón de América Latina, donde la historia ha sido testigo de luchas y esperanzas, la oposición democrática venezolana se enfrenta a una encrucijada decisiva. Desde hace casi un siglo, el espíritu democrático ha impregnado el alma de nuestra nación, un legado que no puede ser borrado por la tiranía ni por la desidia. En este contexto, es imperativo que los líderes de la oposición actúen con la serenidad y la determinación que la situación exige. Las palabras: “¡Amoroso, entrega las actas!” deben resonar como un eco en cada rincón del país y traspasar fronteras, convirtiéndose en un clamor unánime que estremezca a todo el planeta para conocer lo que expresó realmente la voluntad popular.
La demanda de transparencia
La situación actual exige una movilización cívica sin precedentes. La entrega de las actas de escrutinio es fundamental para desenmascarar las irregularidades que han empañado el proceso electoral y afectan profundamente la soberanía popular. Esta demanda no es solo una cuestión de legalidad; es una exigencia moral que busca restablecer la verdad en un país donde la mentira ha sido el pan de cada día. El artículo 337 de la Ley Electoral es claro: la entrega de las actas es un derecho del pueblo venezolano a través de los testigos electorales que puso en cada mesa de votación, y su violación por parte del gobierno es un acto de despojo que no puede ser tolerado.
Los países democráticos comienzan a alzar la voz en esta cruzada de profundo civismo. El gobierno de Maduro reacciona con la barbarie de expulsar a sus delegaciones diplomáticas. La comunidad internacional, que ha sido testigo de los abusos y las injusticias, se suma a nuestro grito de verdad. La solidaridad con la causa venezolana no es solo un acto de apoyo; es un compromiso con los principios democráticos que deben prevalecer en cualquier sociedad civilizada. La verdad está en las actas, no en alguna improvisada servilleta pasada por el gobierno de Nicolás Maduro a Elvis Amoroso. La oposición está dispuesta a mostrar las que posee (73,30%, según ha dicho la líder María Corina Machado, que registran 6.275.182 de votos para Edmundo González Urrutia y 2.759.256 para Nicolás Maduro) a auditores internacionales dignos de credibilidad y eso hará, según sabemos, en los próximos días. Es un acto de transparencia que busca restaurar la confianza en un sistema que ha sido socavado por el autoritarismo.
La verdad y el acceso a la justicia
En los próximos días, se abrirá una ventana al mundo para que compruebe lo que realmente sucedió en Venezuela el 28 de julio. No se trata solo de una cuestión política; es un imperativo ético que exige que cada venezolano tenga acceso a la verdad. La protesta debe sustentarse en la denuncia del tema de las actas de escrutinio, un acto que visibiliza la lucha por nuestros derechos y por la dignidad de nuestro pueblo.
La oposición democrática no puede permitirse caer en la desesperación ni dejarse llevar por el desánimo. En lugar de eso, debe afianzarse en su convicción y actuar con cabeza fría y juicio sereno. Así lo está haciendo. La historia nos ha enseñado que las luchas más significativas son aquellas que se llevan a cabo con firmeza, claridad y serenidad. La verdad, esa luz que disipa las sombras de la mentira, debe ser nuestra guía en este camino. Así, el excandidato presidencial Enrique Márquez, exrector del CNE, cumpliendo un extraordinario papel estratégico durante la campaña electoral, ha denunciado que el órgano comicial no imprimió el Boletín de escrutinios No 1 en la Sala de Totalización frente a los Testigos, incurriendo en una gravísima irregularidad.
Es hora de que cada venezolano levante su voz y exija lo que le pertenece: la verdad sobre su futuro y sobre su democracia. La entrega de las actas no es solo una formalidad; es el primer paso hacia la reconstrucción de un país donde el respeto a la voluntad popular sea la norma, y no la excepción. Que el clamor por la verdad resuene desde las plazas hasta los palacios, desde los barrios hasta los foros internacionales. Solo así, con unidad y determinación, podremos recuperar el rumbo hacia una Venezuela libre y democrática.
El impacto global de la crisis venezolana
En el crepúsculo de una jornada electoral que prometía ser una luz de esperanza en el tumultuoso panorama político venezolano, el país se enfrenta a una nueva oscuridad. El 28 de julio, un día que en otras circunstancias podría haber sido un hito de libertad y justicia, se ha convertido en el escenario de una burla despiadada a la democracia. El gobierno, en su desesperada tentativa por mantenerse en el poder a todo trance, ha emprendido una campaña de intimidación y represión que no solo desafía la integridad del proceso electoral, sino que agrava la crisis que ya atormenta a Venezuela.
El flamante presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE), Elvis Amoroso, con su discurso en la madrugada del 29 de julio, reveló sin tapujos la magnitud de la afrenta que se cierne sobre el país. Mientras la mayoría de las actas recabadas reflejan una realidad diametralmente opuesta a la proclamada por el régimen, el gobierno insiste en silenciar el clamor de la verdad. Los venezolanos, desde sus hogares y sus centros de votación, saben muy bien lo que sucedió. La Fuerza Armada Nacional y los cuerpos de seguridad del Estado, presentes en cada rincón de los centros de votación, conocen con precisión la magnitud de lo sucedido. Los casi mil observadores internacionales, que se han convertido en testigos involuntarios de esta farsa, también saben lo que se oculta tras las cortinas de la opacidad oficial.
En su desmedida ambición por perpetuar un poder que se tambalea, el régimen está sacrificando la paz, empujando al exilio a millones de venezolanos y profundizando la crisis social y económica que ya nos asfixia. Cada acta escondida, cada resultado distorsionado, no solo envenena el proceso electoral, sino que agrava la dramática situación política que el país enfrenta. Las corrientes democráticas que aún subsisten en el gobierno de Maduro tienen la responsabilidad, y quizás la última oportunidad, de distanciarse de este despropósito monumental. Aún están a tiempo de hacer valer la verdad y no convertirse en cómplices de la inmensa afrenta contra la nación.
El impacto de esta acción antidemocrática no se limitará a las fronteras de Venezuela. El mundo, y particularmente América Latina, observa con atención. Los gobiernos del continente, encabezados por figuras de talante democrático como el presidente Gustavo Petro y el presidente Lula da Silva, no pueden ni deben permanecer indiferentes. Su compromiso con la democracia y los derechos humanos los obligan a pronunciarse y a actuar frente a esta grotesca transgresión. La comunidad internacional debe alzar su voz en defensa de la verdad y en apoyo a un pueblo que clama por justicia. La tragedia venezolana, en su magnitud y en sus implicaciones, exige una respuesta que, con esperanza y determinación, nos permita vislumbrar una salida digna y democrática para el país.