El cuerpo se engaña al recibir luz cuando es de noche
«El uso de la electricidad para la iluminación no es en absoluto perjudicial para la salud, ni afecta a la solidez del sueño», aseguró en su día, con evidentes intenciones publicitarias, Thomas Edison. Y se equivocó. Sabemos que la luz artificial altera notablemente el ciclo de sueño de las personas y animales, ya que el cuerpo se engaña inconscientemente al percibir esos rayos de luz llegada la noche, alterando el reloj biológico que administra el tiempo que dormimos y el que permanecemos despiertos.
En ese contexto, ponernos en la cara tabletas y smartphones resplandecientes no hace sino empeorar la situación. En su última reunión anual, la Asociación Americana de Medicina lo dejó muy claro : «la excesiva exposición a la luz durante la noche altera estos procesos esenciales y puede crear efectos potencialmente perjudiciales y situaciones peligrosas».
Los procesos esenciales a los que se referían los médicos de EE. UU. son los que regulan en nuestro organismo el ritmo circadiano, ese reloj biológico que nos invita a dormir para que no fallezcamos y que nos anima a despertarnos al cabo de un tiempo apropiado para el organismo. Y, por lógica, también afecta a los patrones de alimentación. Pero también a la actividad cerebral o a la regeneración celular. Alterarlo no provoca simples ojeras: una distorsión grave y prolongada de este ritmo puede provocar obesidad , diabetes, incluso cáncer, y está muy relacionada con el trastorno bipolar.
Sin embargo, la llegada de la luz artificial ha supuesto un contratiempo enorme para la salud del ritmo circadiano.
«Al igual que el oído tiene dos funciones (audición y equilibrio), con el ojo ocurre lo mismo», explica el especialista Czeisler. Por un lado, nos proporciona el sentido de la vista, pero cuenta con otra función que incluso disfrutan los invidentes: junto con los fotorreceptores que nos permiten ver, la retina cuenta con unas células -llamadas ganglionares- que hacen de vigías para el ritmo circadiano. Estas células son las que perciben si es de día o de noche y, en función de lo uno o lo otro, el organismo actúa en consecuencia.
La llegada de la noche, percibida por las ganglionares, activa la secrección de melatonina, que durante el día es escasa. La melatonina es una hormona que, entre otras cosas, nos acuna hasta los brazos de Morfeo. Sin embargo, si la retina sigue recibiendo luz aunque sea medianoche, todo este proceso se altera, provocando que el ritmo circadiano se rompa hasta el punto de convertirse en un verdadero problema de salud en los casos más graves. Según explica Czeisler, hay muchas razones por las que se tiene falta de sueño en nuestra sociedad. «Pero el factor desencadenante es un avance tecnológico a veces olvidado: la luz eléctrica», escribe. «Y la luz afecta a los ritmos circadianos con más fuerza que cualquier droga».
La luz artificial en la retina inhibe a las neuronas que inducen al sueño y activa a las que provocan el estado de vigilia en el hipotálamo. «Cuanto más iluminamos nuestras vidas, menos dormimos», resume Czeisler, profesor de Harvard. En EE UU, hace 50 años apenas un 3% de la población dormía menos de seis horas diarias de media; hoy es 30%. Los niños de todo el mundo duermen de media hoy 1,2 horas menos de lo que lo hacían los menores de hace un siglo. Y la falta de sueño diaria no se recupera.
Agencias