Ya después de cinco años juntos, María comenzaba a cansarse de los malos tratos de Augusto. Todo lo que ella hacía le parecía mal. Además, con picardía, en su presencia él miraba a otras mujeres
En ocasiones, podemos devengar un sentimiento hacia nuestro compañero sentimental que se parece al amor que se confunde por él pero que bien lejos está de serlo. Entonces, las mujeres olvidamos o desconocemos que el querer empieza por nosotras mismas.
Asimismo, en una circunstancia semejante, la relación que mantengamos no será sana y nos negará la oportunidad de tener un vínculo en que seamos correspondidas para más bien terminar víctimas de un vínculo fatal que atente contra la dignidad, lo más preciado que se tiene.
1. Una ama más
que el otro
María Joaquina, una mujer atractiva, de ojos verdes y cabello castaño, se había casado con Augusto, alto, moreno, de cuerpo fornido y carácter fuerte, que fue su único novio. Lo conoció cuando ella arribaba a los dieciocho años, y él a los veinticinco. Al año de noviazgo, él le propuso que se casaran y esta muchacha, sin pensarlo mucho, loca de amor, aceptó, porque pensaba que ese hombre era todo para ella, así que no se sentía capaz de respirar sin su compañía.
En verdad, Augusto le gustaba a María Joaquina. Cuando la besaba su corazón se aceleraba. No deseaba algo más que estar a su lado, ser su mujer, su esposa y compañera, y que ese amor durara hasta el final de sus días.
Aunque no era rico, Augusto tenía una posición económica estable, por lo que los padres de la joven enamorada, de buena gana, aceptaron que se casara con él, por considerarlo un buen partido para ella. Sin embargo, esta dama no sabía de dinero, sino de las emociones tiernas que este galán despertaba en ella.
Augusto amaba a María, pero se mostraba contenido y racional frente a ese amor mientras que ella lucía tan desprotegida como un bebé recién nacido. Sin embargo, ella se decía que siempre hay uno que ama más que otro. Y resulta difícil controlar las emociones, sobre todo, las que provoca el verdadero amor que nos puede colocar en una ruleta rusa que se vuelva en contra nuestra al volvernos vulnerables.
En ese año de amores, antes del matrimonio, María Joaquina creía que conocía bien a Augusto, pero después de casados, él se convirtió en un hombre diferente al que ella una vez pensó que era, pues, comenzó a tratarla de un modo en que no demostraba ese amor que una vez él dijo sentir por ella, cuando siendo novios, en el sofá de su casa, le dijo que la amaba tanto que la haría su esposa.
2. Cuando el
maltrato viene de atrás
Después de realizada la ceremonia que los había convertido en marido y mujer, Augusto había dejado de ser cariñoso con María Joaquina, sí muy exigente en todo. No le perdonaba que él llegase a la casa y la comida no estuviera lista, o que la ropa no la encontrara impecablemente planchada. Antes de hacerle el amor, se mostraba afectuoso. No obstante, después de haber logrado su objetivo sexual, volvía a ser indiferente.
Aunque a María le provocaba gritarle cuatro insultos a Augusto, para luego botarlo de la casa mientras le lanzaba la ropa de él por la ventana; no podía, ya que su pecho rebosante de amor la hacía incapaz de reclamar por esas acciones que ella no merecía, así que lloraba en silencio esperando que, de un momento a otro, su esposo cambiara.
A pesar de su frío y poco compasivo comportamiento, Augusto quería a su esposa, pero le gustaba tener el control. Se decía que sí le demostraba su amor, ella sentiría que podría hacer de él un ser sin voluntad, que siempre estaría a merced de su mujercita. Por ello ese querer lo guardaba dentro de sí.
Asimismo, creía Augusto que demostrar vulnerabilidad por las mujeres para nada era bueno, porque más rápido podían abandonarlo, ya que su madre se había ido dejándolos a su padre y a él solos mientras su partida lloraban. Cuando ocurrió aquello todavía Augusto era un niño. Ahí se volvió incapaz de albergar amor en su corazón; o por lo menos sí lo sentía no lo demostraba.
3. Recobrando
la voluntad
Ya después de cinco años juntos, María comenzaba a cansarse de los malos tratos de Augusto. Todo lo que ella hacía le parecía mal. Además, con picardía, en su presencia él miraba a otras mujeres. De repente, ella ya no era víctima de ese amor ciego que la convertía en una masa sin voluntad.
María había comenzado a alejarse de Augusto, a evitarlo en la cama y a ocuparse de sí misma. Encontró un trabajo de medio tiempo que le dio libertad financiera y le devolvió la confianza cuando al hacerlo bien recibía halagos que compensaban su esfuerzo. Esto no le pasaba en su relación con Augusto, así que, de pronto, fue él quien sintió un fuerte miedo que lo paralizó cuando se percató de que su mujer podía huir de él, sin arrepentimientos de última hora.
Lo que temía Augusto ocurrió una mañana cuando, con una frialdad pasmosa, María lo miró y le dijo que quería el divorcio. Él fue incapaz de proferir palabra alguna. Sólo sus ojos se aguaron mientras su ser se inundó de un asfixiante dolor.
A pesar de lo anterior, cuando recuperó el aliento, no hubo alguna cosa que hiciera a su compañera sentimental desistir de querer separarse de él, pues María deseaba recobrar su condición de mujer, pérdida entre uno y otro desprecio, que iba de la mano con muchas palabras ausentes, cuando ella sólo le había dado el más puro y desinteresado amor mientras que él sintiéndose superior pisaba aquel afecto que, sin condiciones ni apegos, pocas veces, se encuentra en esta vida, en la que muchas aman a cambio de bienes materiales o de un simple estatus.
¿Aunque me maltrata,
sentirá amor por mí?
*** En vez de esconder ese sentimiento, cuando te aman te lo hacen sentir con acciones que confortan, palabras dulces y caricias tiernas, así que, en caso contrario, con maltrato y silencio, el amor brilla por su ausencia.
*** Aunque hay hombres a los que les cuesta demostrar sus emociones, cuando se duda de su amor, ellos pueden abrirse para expresar cuanto aman, pero cuando eso no pasa es mejor huir de un nexo que puede terminar causándonos más daño que la alegría y la satisfacciones que ofrece el verdadero amor
La voz de la mujer
Isabel Rivero De Armas