Hace casi 30 años, disfrutábamos absortos en la descomunal pantalla del cine Rialto de “Volver al Futuro”, escuchando antes de su inicio en aquella sala amplia una cortina musical que era interrumpida por una publicidad de imágenes rudimentariamente estáticas, y luego por el relinchar del caballo del vaquero de Marlboro en una montaña lejana, seguida por la versión playera y nacional de la cuña de la otra marca de cigarrillos
Barquisimeto celebra un año más de su existencia como ciudad. Estudiosos, historiadores y rigurosos vigilantes de su crónica citadina, han abundado y abundarán por estos días en historias, cuentos y recuerdos de nuestra urbe crepuscular, de su crecimiento demográfico, económico, cultural o urbanístico, que ha devenido esta realidad que hoy respiramos y sentimos, caótico amasijo de concreto, paisajes, afectos y recelos en el cual habitamos.
En mi caso, la nostalgia no se lanza en el tobogán temporal 50, 100 o más años atrás, con las usuales y acostumbradas fotografías retocadas digitalmente pero que aun así, no pueden ocultar su esencia sepia o blanquinegra. Faltando aún cuatro Diciembres para aterrizar en los 40, opto por recordar el Barquisimeto de los años 80, y esas imágenes que en el trance infantil y adolescente, atesoramos en el disco duro de nuestra memoria, “envirado” en ocasiones por un desenfrenado presente que se hace quizá demasiado pesado y hostil.
Vivíamos en la carrera 31 con calle 15, por lo que en las aulas del Grupo Escolar “República de Costa Rica” transitábamos años escolares con una normalidad que hoy se antoja grata y feliz. En el Colegio “La Salle” cumplimos el trayecto del bachillerato, y en esa época, una ruta eventual de obligado ocio ante la falta de tal o cual profesor nos lanzaba a las aceras de una avenida 20 con tráfico, y una tímida economía informal que, en algunos casos, nos ofrecía en un “cassette” pirata el éxito musical del momento.
Hace casi 30 años, disfrutábamos absortos en la descomunal pantalla del cine Rialto de “Volver al Futuro”, escuchando antes de su inicio en aquella sala amplia una cortina musical que era interrumpida por una publicidad de imágenes rudimentariamente estáticas, y luego por el relinchar del caballo del vaquero de Marlboro en una montaña lejana, seguida por la versión playera y nacional de la cuña de la otra marca de cigarrillos. Según la hora de salida del cine, la faena podía completarse con 10 0 20 minutos de Videojuegos con avanzadas consolas de Atari o Intellivision, o una visita al Supermercado “Cada” mimetizado en el Beco de la 28 con 20.
La antipolítica vivía momentos de esplendor, y años después el “Caracazo” sacudiría los cimientos de un país que parecía despertar de una ilusión de armonía, parafraseando el título del célebre texto de académicos del IESA. Las elecciones locales y regionales, en los albores de la descentralización, le dieron algo de oxígeno a la fragilidad institucional que se podía percibir en una ciudad, y un país que nadie podía avizorar, más de dos décadas después, cayera en dos telarañas, la tejida por el mesianismo militar y colectivista, y la internáutica y telecomunicacional.
Los escasos “centros comerciales” albergaban la oferta consumista de la época, o el encuentro con los panas el fin de semana, pero nada que ver con los actuales “Malls”, catedrales de vidrio posmodernas y con aire acondicionado, que se han convertido, por el imperio del hampa y el insólito poder de los pranes, en las nuevas plazas públicas para ver, y dejarse ver.
Por eso hoy, fecha en la cual celebramos nuestra historia urbana, nuestra lenta edificación de una ciudadanía barquisimetana, en esta hora global e incierta, y a las puertas de una elección que podría significar o la consumación del fracaso disfrazado de perpetuación delirante, o la posibilidad de ajustar nuestras coordenadas democráticas, vemos inauguración de obras para la ciudad, necesarias pero claramente insuficientes ante su compleja y estructural cúmulo de carencias, y la reincidencia en el pan y circo ferial. Casi nadie piensa en el futuro de la ciudad, o en la calidad de vida que alguna vez creímos, podíamos aspirar.
Hoy, Barquisimeto, extraño esa época en la que podíamos caminarte, y caminar, y caminar sin el estrés de colas interminables, o sin la arbitrariedad y suciedad instalada en cualquiera de tus esquinas, caminar y caminarte sin temor, sin la angustia de que la delincuencia nos quitara la vida, impidiéndonos seguir deleitándonos con cada naranja atardecer de tu cielo amplio y familiar. Claro, quizá no extrañamos solo a una ciudad, sino también a un país. Te felicito, Barquisimeto. Feliz Cumpleaños. Te celebro recordando cuando podía en tus calles, caminar sin miedo. Sin duda alguna, una verdadera nostalgia andante.
Alexei Guerra Sotillo