Ronald Álvarez manejaba por una transitada calle cuando escuchó insistentes bocinazos de alguien que se le acercaba por atrás. Era un sonido familiar que hizo que se le acelerase el corazón, como le ocurre a todo conductor en su situación.
Los motociclistas son famosos en Caracas por su manejo zigzagueante y por tratar de pasar por espacios reducidos, llevándose a menudo los espejos de los autos, sin querer o incluso intencionalmente, si consideran que el conductor no le deja espacio para pasar, a propósito. Al correrse hacia un costado para darle lugar a la moto, Álvarez chocó contra un vehículo que se había detenido súbitamente, causándole daños a la parte delantera de su propio auto.
«Son la peor plaga que tenemos en Caracas», lamentó Álvarez. «No lo digo yo, lo dice todo el mundo».
Efectivamente, casi todos los caraqueños se quejan de la cantidad de motocicletas que transitan por las calles como langostas, llevándose luces rojas, avanzando a contramano y atropellando peatones con impunidad. Son además el medio de transporte preferido por los ladrones y los asesinos a sueldo: en el 90% de los delitos violentos de esta ciudad con un alto índice de homicidios se usan motos, según un estimado.
Los caraqueños dicen que la invasión de motos comenzó hace una década con la importación de modelos chinos que costaban pocos cientos de dólares y se acentuó en los últimos seis años. La gasolina, que se vende a precios subsidiados por el gobierno en este país petrolero, es la más barata del mundo —más barata incluso que el agua— y cuesta centavos llenar el tanque de una moto.
En 2011 el gobierno finalmente sancionó una ley que debía ayudar a controlar los desbordes de las motocicletas, pero casi dos años después nadie hace cumplir esas normas y la gente dice que el problema está empeorando.
«Para mí el problema de los motorizados se ha convertido en un tema de salud pública», expresó Fermín Mármol García, prominente criminólogo que llegó a la conclusión de que hay motos involucradas en el 90% de los delitos violentos tras analizar datos del gobierno y de organizaciones no gubernamentales. «Ya no es un tema de delito solamente o un tema de violencia. Es un tema de salud pública».
Venezuela tiene el dudoso honor de estar tercero en la lista de países con mayor índice de muertes causadas por vehículos automotores, con 37,3 muertes por cada 100.000 habitantes, según un estudio de la Organización Mundial para la Salud publicado este año. Solo República Dominicana y Tailandia están peor.
No está claro qué porcentaje de esos accidentes involucran motos, pero la radio reporta constantemente incidentes con esos vehículos. Pase una hora en las calles de Caracas y observará violaciones a las leyes de tránsito de todo tipo.
Pelotones de hasta 50 motos corren por las arterias. Decenas se estacionan en las aceras, bloqueando el paso de los peatones. A veces se ven cuatro miembros de una familia en una misma moto. Con frecuencia los pasajeros de las motos cargan paquetes enormes. Hace poco se vio a un motociclista con un pequeño terrier en su regazo y el animalito tenía las patitas delanteras en el volante.
«Parece que se transformara la persona cuando se monta a una moto», dijo el conductor de taxi Samuel Tarazón, quien el año pasado vio como una moto atropellaba a un anciano en un cruce. «Es una forma de manejar muy violenta».
La Policía generalmente mira hacia otro lado y hay quienes dicen que los agentes son a veces lo que peor manejan. Por las calles se ven muchas motos del gobierno que circulan sin placas y que aparentemente ni siquiera están registradas.
Parte del problema es que todavía no se han implementado los estatutos que establecen castigos para las infracciones de las motos. Así, incluso si un policía decidiese castigar a un conductor por no usar casco, no podría darle una multa porque no hay una cifra para esa infracción.
La sanción de esos estatutos ha sido aplazada varias veces y los expertos dicen que ello da a los motociclistas una sensación de impunidad que ha generado una nueva tendencia, la del uso de las motos para cometer delitos.
Ladrones armados que se movilizan en motos atracan a automovilistas durante los feroces trancones de tráfico y la Policía no tiene forma de responder a la denuncia. «Estoy en una cola y hacen así en un vidrio. ¿Qué voy a hacer?», relata Álvarez, imitando el sonido de un arma que choca contra un vidrio. «‘¡Dame lo que tengas!’. Toma hermano. No voy a arriesgar mi vida por una pertenencia».
Las bandas en motocicletas han proliferado y han creado una tradición de formar caravanas luego del funeral de uno de ellos y frenar deliberadamente el tráfico. El mes pasado, en un caso que conmocionó por su audacia, unos 400 motociclistas que participaban en una de esas procesiones le robaron a una decena de automovilistas billeteras, carteras, computadoras portátiles y teléfonos celulares en la autopista hacia el suburbio de Macaracuay.
Han algunos indicios de que el presidente Nicolás Maduro habla en serio cuando dice que va a combatir el problema. Aborda el tema con mucha más frecuencia que su predecesor Hugo Chávez. Las autoridades dijeron hace poco que están negociando con los gremios de motociclistas la redacción de las nuevas normas.
«A todo el que no se ajuste a las normas le caerá el peso de la ley», afirmó el ministro del Interior y Justicia Miguel Rodríguez Torres el mes pasado. El apoyo del gremio puede resultar crucial, pues los motociclistas tienen fama de defender a sus pares, incluso con la violencia.
En un caso las autoridades trataron de confiscar motos ilegales y más de 100 motociclistas rodearon una unidad policial, obligaron a salir a sus ocupantes y le prendieron fuego al edificio.
Mármol García dijo que algunas bandas tienen lazos con importantes círculos políticos desde el fallido golpe de Estado de 2002, en que el gobierno buscó organizar una fuerza de choque que puede movilizarse rápidamente.
«Cuando usted alimenta pequeños monstruos, y esos monstruos crecen, cobran vida propia», declaró. «Y tal vez… la anarquía del gremio de motorizados es un monstruo hoy día con mucho poder y genera mucha preocupación en el estamento público para ponerlos en cintura».
El boom de las motocicletas, por otro lado, permite que mucha gente se gane la vida. Por ejemplo, han florecido los «mototaxis», algo hasta hace poco desconocido. Hoy por hoy, en cada esquina hay mototaxis esperando por clientes en al sector comercial de la ciudad. Los conductores dicen que se necesita una licencia para conducir una moto, pero no para poner un negocio de mototaxi.
En la actualidad hay unas 275.000 motos registradas, según el último censo en esta nación de 28 millones de personas, pero se calcula que en realidad hay más de 800.000 motos en la calle, de acuerdo con un informe reciente del diario El Universal.
Para algunos, las mototaxis son una salvación. Caracas es una ciudad de calles estrechas, ubicada en un valle, y la infraestructura de transporte ha sido ignorada por décadas, lo que da lugar a grandes congestionamientos de tráfico.
Por ello, manejar una moto o subirse a un mototaxi le permite a uno llegar a tiempo a una cita. En las horas pico todo el mundo, desde jornaleros y estudiantes hasta médicos y abogados, se montan en una moto.
Henry Frías, un empleado bancario de 35 años, toma mototaxis a menudo para hacer en 15 minutos un recorrido a su casa de 8 kilómetros (5 millas) que de lo contrario tomaría una hora y media.
«Uno tiene que llegar antes de las 8 de la mañana, pero con los semáforos y el tráfico es imposible llegar a esa hora», manifestó Frías recientemente, luciendo pantalones grises y una camisa de vestir blanca. «Tiene sus peligros, porque en la mototaxi muchas veces uno corre el riesgo de sufrir cualquier tipo de accidente… Lo que pasa es que es lo más seguro para llegar temprano».
El conductor de mototaxi Wilmer Acosta dijo que ofrece un servicio esencial y trata de ser respetuoso de las leyes, aunque admite que de vez en cuando comete alguna infracción. «Si yo me llevo un espejo es mi deber como ciudadano, como persona consciente, de parar, aunque sea para pedir disculpas», dijo. «Quizás no lo vaya a pagar, pero aunque sea decir ‘discúlpame»’.
AP