¿Pobre calidad educativa o inseguridad y precaria salud laboral docente?
Estamos persuadidos de que la dirigencia del movimiento magisterial venezolano se mantiene atrapada en los conceptos y definiciones de la huelga del año 1969 cuando se reclamó, del gobierno del entonces presidente Rafael Caldera, superiores condiciones de trabajo para el personal docente de liceos, escuelas técnicas, escuelas primarias y preescolares. La inmensa mayoría de los decentes apenas reclaman, casi que piden, aumento salarial. Transcurridos ya 43 años, estos voceros y estos actores sociales clave exigen, una y otra vez, la misma reivindicación básica: aumento salarial.
Síndrome del
«docente quemado»
Se trata de una compleja expresión de síntomas que sufren los maestros y profesores que deben enseñar en un ambiente plagado de penurias y hostilidades. Es un fenómeno que afecta a los educadores que están frente al aula: el «síndrome del docente quemado».
Un docente promedio hoy cobra un salario bajo con relación a las necesidades que exige la vida cotidiana, trabaja en centros educativos con déficits materiales que llegan a extremos vergonzosos, y soporta a diario un desprestigio social nunca antes visto.
De ser un ideal para la comunidad ahora es cuestionado, descalificado por los padres y por sus propios alumnos. Tiene que cumplir en el aula funciones de asistencia psicológica y social para las que la universidad no lo formó. Trabajar en estas condiciones produce un desgaste que termina impactando existencia por enfermedad o fatiga.
Se percibe que el entorno de la escuela ha cambiado mucho. Hay factores que colaboran para que la tarea del educador se dé en un ámbito que agobia. Tiene que trabajar con alumnos desinteresados, con alumnos indisciplinados o lo que es más grave con niños y adolescentes violentos, incluso tornados en delincuentes. La desautorización que sufre el educador merma las posibilidades de ejercer adecuadamente la educación. El maestro se prepara para enseñar, pero si el clima educacional no le permite trabajar en lo que sabe, y además al alumno poco le interesa aprender y los padres cuestionan, el docente termina totalmente desalentado. Hoy la docencia es una tarea de alto riesgo.
Eunuco político y castrado
para actuar y transformar
El magisterio venezolano, los profesores y maestros, los trabajadores de la educación y la enseñanza, de liceos y colegios, de escuelas y preescolares, transcurridos los últimos veinte años de desgobierno, se encuentran a las puertas de lo que Luis Beltrán Prieto Figueroa definió como los educadores eunucos, eunucos políticos, y que otro pedagogo consagrado, Paulo Freire, llamó educadores castrados.
Prieto Figueroa se refería a lo que Humberto Marcano Rodríguez caracteriza en “Ayudemos a los educadores”: «muy mal pagados en relación con cualquier otro profesional, atraso constante en sus pagos, deudas constante del estado para con ellos, no siempre buenos ambientes de trabajo, carencia de insumos en las escuelas con instalaciones en la mayoría de los casos en pésimo estado, la mayoría de las veces falta total de comprensión de los padres y representantes para con el trabajo que realizan”.
Ricardo L. Plaul refiere, en “Paulo Freire: un educador del pueblo”, el autor quien nos legó una frase lapidaria: «Nadie «es» si prohíbe que los otros «sean», una descripción reveladora “A quienes nos formamos como docentes en las convulsionadas décadas de los sesenta y los setenta nos han golpeado una y otra vez los heraldos del autoritarismo oligárquico e imperialista tratando de apagar el fuego idealista que promovía la justicia, la libertad, la solidaridad y la igualdad”.
Tal comportamiento eunuco y castrado parece imponerse y hace resentir las bases del sistema educativo venezolano. Descriptores de esta situación problemática son: calidad educativa precaria y salud docente en riesgo. Ambas patologías sociales llaman a intervenir en conciencia para inducir cambios significativos, si es que creemos y queremos el desarrollo, efectivamente soberano e independiente del país, equilibrador de las notorias desigualdades sociales y de las iniquidades económicas, y, por supuesto, de la ideologización políticamente castradora.
Del diario acontecer en las aulas
Grisel, una maestra de escuela barloventeña, deplora que en sus diez años de servicio en el aula de clases, no ha recibido actualización ni perfeccionamiento docente. Ni la visita pedagógica de un supervisor educacional que le brinde orientación pertinente y oportuna en cuanto a estrategias o evaluación escolar. Prácticamente es ella «sola contra el mundo», haciendo lo que mejor puede. Como Grisel, centenares de miles, desasistidos de la obligada acción académica/docente ministerial.
Por su parte Elena, quien trabaja en una escuela básica de uno de los barrios más populosos de Petare, en José Félix Ribas, parece temblar todavía cuando relata, «Empistolado con una 9 milímetros al cinto y con cara de pocos amigos, pero con la osada actitud del galán del cerro, se acercó a mí Juancito, un alumno del quinto grado y dijo, ¡Maestra, yo quiero tirar contigo! No dijo, ¡señorita, usted es bien bonita. No, creyéndose dotado de un poder aterrador dijo, ¡Yo me la quiero coger! Desde entonces Elena no se desprende de la jaqueca persistente y, vive de permiso en permiso médico o laboral, hasta ver si su situación de peligro facilita el cambio de escuela antes de ser violada si no muerta en el barrio.
Manuel es docente en Ocumare del Tuy, y deplora a diario que la precaria dotación del setentón liceo Pérez Bonalde sea objeto del vandalismo delincuencial que hurta equipos pedagógicos y mobiliario indispensables. Y comenta que no sólo ocurreallí, sino en el liceo Alesson de la misma ciudad. Tiza y pizarrón, dice el profesor Graterón, es lo que queda en escuelas y liceos del Tuy, en Miranda, para enseñar y aprender.
Ricardo enseña en La Quebradita, barrio de Artigas, en Caracas. Observando un día el comportamiento de sus alumnos del séptimo grado se percata que Antoñito lleva consigo un revolver .38. De inmediato, nervioso, lo increpa y dice, ¡No puedes andar armado en el liceo! El alumno, sin inmutarse le ve y contesta ¿quién me lo va a quitar, tú?, ¿es que te quieres morir antes de tiempo? Al día siguiente Ricardo recibe la visita nada grata de los padres de Antoñito, ¿cómo pretendes tú desarmar al muchacho?, ¿sabes tú acaso que sin su “cañón” lo matan al bajar o subir al cerro?, ¡sigue con tu matemática y sobrevive, pendejo!
Hernán Papaterra e-mail
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