La revolución de Francisco está en marcha. Y no todo el mundo está contento con ella.
En los cuatro meses de su papado, Francisco exhortó a los jóvenes católicos a que salgan a las trincheras espirituales y sacudan una iglesia doctrinaria, anquilosada, que pierde fieles y relevancia. Pidió un papel más prominente para las mujeres, aunque no como curas, en una iglesia que reconoce que María es más importante que cualquiera de los apóstoles. Y causó conmoción, dejando posiblemente sin aire a los sectores más homofóbicos, al pronunciar la palabra «homosexuales» y acotar: ¿Y qué?».
El pontífice argentino se ha metido en el bolsillo a millones de fieles e incluso a la prensa, oficiando la segunda misa papal más concurrida de la historia en Río de Janeiro, donde asistió a las Jornadas Mundiales de la Juventud. Eso le da ciertos reaseguros a medida que hace lo que se le encomendó: reformar no solo una burocracia vaticana que no funciona sino la iglesia misma, usando su propia persona y su historia personal como modelos.
«Le está devolviendo la credibilidad al catolicismo», afirmó el historiador de la iglesia Alberto Melloni. Ese entusiasmo, no obstante, no es compartido por todos.
El predecesor de Francisco, Benedicto XVI, había dado fuerza a los sectores más tradicionalistas de la iglesia, que quieren misas en latín y se oponen a las reformas del Segundo Concilio Vaticano. A ese grupo le preocupó un poco la elección de Francisco y ahora sus peores premoniciones se están haciendo realidad. Francisco ha hablado públicamente y en privado acerca de los «grupos restauracionistas», a los que acusa de ser retrógrados que han perdido el sentido de la misión evangelizadora de la iglesia en el siglo XXI.
Su reciente decisión de prohibir a los sacerdotes de una orden religiosa celebrar la misa en latín sin la autorización de la cúpula de la iglesia pareció dar marcha atrás con una de las grandes iniciativas del papado de Benedicto, un decreto del 2007 en el que se permite un uso más generalizado de la liturgia en latín por parte de todo el que lo desee. El Vaticano negó que hubiese contradicción alguna entre las posturas de ambos, pero los católicos tradicionalistas ven en las palabras y los hechos de Francisco una amenaza. Y están en retirada por ahora.
«Sean inteligentes. Habrá tiempo en el futuro para que la gente analice el significado del Segundo Concilio Vaticano», expresó el reverendo John Zuhlsdorf en su blog dirigido a lectores tradicionalistas. «Pero escuchen lo que les digo: Si cuestionan el Segundo Concilio Vaticano en estos momentos, en el ambiente actual, podrían perder lo que han conseguido».
Tampoco los conservadores moderados están muy contentos con Francisco. En una reciente entrevista con el National Catholic Reporter, el arzobispo de Filadelfia, Estados Unidos, Charles Chaput dijo que los católicos de derecha «no están contentos» con Francisco.
Una cosa está clara: Francisco no ha cambiado nada acerca de las enseñanzas de la iglesia. No se ha dicho ni se ha hecho nada que vaya en contra de la doctrina. Todo lo que ha dicho y hecho promueve conceptos cristianos como amar al pecador pero no al pecado y tener una iglesia compasiva y misericordiosa.
El tono y las prioridades, no obstante, pueden constituir un cambio, especialmente cuando se toma en cuenta los temas en los que no se ha hecho énfasis, como la doctrina de la iglesia sobre el aborto, el casamiento homosexual y otros asuntos a los que Benedicto y Juan Pablo II aludían con frecuencia.
El diario del Vaticano, L’Osservatore Romano, empleó la palabra «gay» en su edición del miércoles en un artículo expresando admiración ante los cambios impulsados por Francisco. Fue tal vez la primera vez en sus 150 años de vida que usó esa palabra.
«En pocas palabras, expresó claramente la novedad, sin comprometer la tradición de la iglesia», dijo el diario sobre los comentarios de Francisco acerca de los gays y las mujeres. «Uno puede cambiar todo sin alterar las reglas básicas, aquellas en las que se basa la tradición católica».
El mayor revuelo lo generó Francisco en la conferencia de prensa que dio a su regreso de Brasil esta semana, cuando se le preguntó por un monseñor de su confianza que supuestamente tuvo alguna vez un amante homosexual. «¿Quién soy yo para juzgar?» la orientación sexual de los curas si buscan a Dios y tienen buena voluntad, respondió el pontífice.
En circunstancias normales, considerando la moralidad sexual predominante en la Iglesia Católica, revelar que alguien es un gay activo acaba prácticamente con la carrera de un religioso. Los funcionarios del Vaticano que analizan nombramientos importantes generalmente estudian si un religioso es «extorsionable».
Pero Francisco dijo que él mismo investigó las denuncias y no encontró nada que las sustentasen. Y que, de todos modos, si alguien es gay y se arrepiente, Dios no solo lo perdona sino que también olvida. Francisco dijo que todo el mundo debería hacerlo. Al sacar a la luz la extorsión, Francisco puede haberle cortado las alas a una práctica bastante común en el Vaticano.
Francisco dio de que hablar asimismo cuando exhortó a la iglesia a elaborar una nueva teología del papel de la mujer, diciendo que no basta con tener niñas en el altar y una mujer al frente de un departamento del Vaticano a la luz de la importancia que han tenido las mujeres en el crecimiento de la iglesia.
En una conferencia de prensa de casi una hora y media Francisco tocó otros temas y dijo cosas que refuerzan la impresión de que el suyo es un papado distinto.
-Anulaciones matrimoniales: Dijo que el sistema judicial de la iglesia para anular casamientos debe ser reconsiderado porque los tribunales religiosos no siempre están a la altura de las circunstancias. Esto seguramente le cayó bien a quienes tienen que esperar años por la anulación, un proceso en el cual la iglesia tiene que llegar a la conclusión de que el matrimonio jamás se concretó.
-Divorcios y nuevo casamiento: Insinuó un cambio en las enseñanzas que prohíben tomar la comunión a una persona divorciada que se vuelve a casar a menos que haya conseguido una anulación.
-Gobierno de la iglesia: Dijo que su decisión de nombrar a ocho cardenales para que lo asesorasen obedecía a pedidos expresos que hicieron los cardenales en el cónclave en el que fue elegido. Los cardenales pidieron el nombramiento de personas ajenas al Vaticano. Francisco acató el pedido y creó básicamente un gobierno paralelo que funciona junto a la burocracia del Vaticano: un papa y un gabinete de cardenales que representan a la iglesia en cada continente.
Y no nos olvidemos de Río. Desde que pisó tierra se hizo evidente que se estaba produciendo un cambio. No usó un papamóvil blindado sino un simple Fiat… que quedó atascado en el tráfico cuando se equivocó de camino y fue rodeado de fieles. Lejos de asustarse, Francisco bajó su ventanilla para saludar a la gente. Si se tiene en cuenta que los papas acostumbraban a ser trasladados en un sillón para mantener distancia de la gente, el gesto fue verdaderamente revolucionario.
Hablando con 35.000 peregrinos de Argentina, les dijo que armasen un «lío» en sus diócesis, que saliesen a las calles a diseminar la fe, incluso si esto implica enfrentarse con su obispos. Lideró con el ejemplo al internarse en una de las favelas más violentas de Río, rodeado por una multitud.
«O haces el viaje como hay que hacerlo, o no lo haces», declaró a TV Globo en Brasil. Agregó que no hubiera podido visitar a Río «encerrado en una caja de vidrio».
AP