De qué sirvió cambiarle el rostro a Bolívar, si su nombre se pisotea y se envilece al desatender la Constitución
Por decir lo menos, este experimento de socialismo ineficiente y corrupto no valió la pena, ganamos poco o nada y queda una secuela de daños no siempre fáciles de reparar. La elección del ahora Presidente saliente fue un gesto de protesta, búsqueda de nuevo rumbo. Ahora, añejado en el tiempo, se nos muestra a cuerpo completo como un error histórico, y corregirlo es lo inteligente. ¿Qué sentido tendría que el 7 de octubre le prorrogáramos el mandato para que sume veinte años continuos en el poder?, ya con catorce solo le gana Juan Vicente Gómez en tiempo de gobierno, el dictador cruento y también militar que se enquistó por 27 años, período de barbarie y negación de derechos humanos.
De los hechos más nefastos de estos catorce años ha sido la liquidación de las instituciones, el rompimiento de la armonía entre los poderes públicos y el sometimiento de todos a la voluntad de un solo hombre, al cual en las esferas del Poder Público nacional no se le niega nada. El Presidente Chávez no solo administra la República, sus políticas y recursos, sino que asume igualmente las otras dos funciones vitales para el equilibrio del poder, para que el Estado no se convierta en “lobo del hombre”. El Presidente que se va es también legislador y juez. Al igual que a Gómez podemos llamarlo “El Único”.
De qué han valido los “cambios”. Sirvió para algo cambiar la bandera o el escudo de Venezuela, si la República ha descendido y la bandera cubana se exhibe en nuestros cuarteles, hasta ahora bajo la mirada inactiva de nuestra oficialidad, si bien sabemos que la mayoría de ellos están rumiando su indignación.
De qué sirvió cambiarle el rostro a Bolívar, si su nombre se pisotea y se envilece al desatender la Constitución. De qué sirvió cambiar el bolívar, nuestra moneda, ponerle el calificativo oficial de “Fuerte”, si la devaluación lo ha hecho pedazos. De qué valió cambiar la hora oficial de la República en 30 minutos, si quedamos rezagados años en la historia de América, con una economía desbaratada que solo es capaz de sostenerla el transitorio altísimo precio del petróleo, con una cifra de asesinatos y robos sin precedentes, con mayor número de niños en la calle, enfermos sin hospitales y gente sin casa.
De qué vale hablar de revolución política, sea cual sea el planteamiento que conlleve, si se olvida a la gente, se desatienden sus servicios y sus requerimientos, lo que ha llevado a Capriles a afirmar, “Mi revolución es de luz, educación y empleo”. Yo añadiría que la revolución de Chávez es de habladera de pistoladas, de cháchara como dice quien va a ser electo próximo Presidente.
No valió la pena. “Lo mío es mío y lo tuyo también es mío” es lo que expresa con sus actos y palabras llenas de insultos y de odios el Presidente que ahora se va. “Lo tuyo es mío” es la revolución de las expropiaciones. Esta revolución no es para que la gente tenga, sino para que el Estado se haga propietario de todo. Ahora, cada vez más, tenemos gente pobre, sin recursos ni casa, sin trabajo y sin ingresos que compensen la inflación asfixiante. En contraste tenemos un gobierno rico y unos funcionarios que se enriquecen groseramente aprovechándose de sus funciones, sin que el Presidente vea nada ni oiga nada. El silencio y la complicidad son la norma.
No valió la pena el experimento de Chávez, y por eso ha nacido una nueva mayoría, cansada ya de más de lo mismo, fatigada de peor de lo mismo. Catorce años es demasiado, veinte años son incalables. No obstante, uno solo no puede producir el cambio que es responsabilidad de todos. El joven Dr. Henrique Capriles Radonski ha asumido el liderazgo de esta hora. Acompañarlo es un deber. Vamos con él, Chávez no valió la pena.
Paciano Padrón