En Venezuela, sociedad profundamente violenta y acosada por la inseguridad y la delincuencia, se ha venido insinuando los peligros de una violencia política e, inclusive, algunas voces irresponsables han llegado hasta hablar de guerra civil; pero, realmente, no saben de lo que están hablando.
Al efecto es muy aleccionador el discurso de Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, en vísperas de la terrible guerra civil y cuando los ánimos estaban exaltados; en ese clima un grupo de fanáticos irrumpieron en el aula magna de esa universidad, encabezados por el bárbaro general Millán-Astray con su tristemente célebre grito de “¡Viva la muerte, abajo la inteligencia!”.
En ese trágico momento, 12 de octubre de 1936, decía el rector Unamuno: “Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Acabo de oír el necrófilo e insensato grito de ¡Viva la muerte!, y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no la comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El General Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero, desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el General Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor”. Millán-Astray lo interrumpe y grita: “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”. Y la asamblea le hace coro. Unamuno inmutable continúa: “Este es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”.
La barbarie se impuso como lo temía el rector Unamuno y España pagó las consecuencias. En Venezuela somos tan insensatos que no hemos aprendido estas lecciones fundamentales de la historia.
Ángel Lombardi