Estamos padeciendo una psicosis en un mundo donde todo se derrumba. Negligencia refinadora que mata a decenas; un juez que confiesa haber firmado una sentencia que condenó a 30 años de presidio a hombres inocentes, sólo porque recibió una orden de Chávez. Ministros que encabezan listas de narcotraficantes seguidos por la DEA; puentes que se desploman, escuelas donde ratas y cucarachas superan en número a los humanos; y mil cosas más.
Como basura que se mete debajo de la alfombra, los escándalos se silencian usando el mismo comodín: que nada distraiga la cita del 7-O. El señor Chávez es ilegítimo como candidato, su candidatura viola dos veces la Constitución Nacional, pero eso tampoco parece importar.
Se ha desarrollado una campaña donde se insiste en minimizar la existencia de vicios que ilegitiman al árbitro; se ha generado un ambiente de fiesta democrática que confunde al mundo y borra los peligros intrínsecos de lo que estamos confrontando. No se toca el aspecto criminal del régimen que ha secuestrado el destino venezolano; solamente se habla de su incapacidad para darle respuesta a las necesidades del pueblo, aunque se aplauden las misiones, que son la piedra angular del engaño cocinado en Cuba.
El régimen gastando a manos llenas, engañando en cadena nacional con sus «indiscutibles logros sociales», poniendo la pelea en el terreno que le conviene, como si se tratara de un gobierno bueno o malo, y no de un sistema que responde directrices de una organización internacional del crimen organizado.
La campaña gira en torno a quién ofrece más y qué se ofrece, ignorando por completo el aspecto legitimador que esa estrategia implica.
Hay que respaldar a Henrique, votar y hacer calle. Pero de la psicosis hay que curarse.
Juan C. Sosa