Por ahí he leído que la inflación es el impuesto para aniquilar a los pobres, es decir, hacerlos más pobres. El actual Gobierno, sigue empeñado en su noble misión de acabar con la pobreza, y eso es algo loable, sólo que la ineptitud se lo impide
A nadie le gusta ser un crítico o un opinante gratuito, y mucho menos referir sobre una realidad, la venezolana, que nos duele por nuestra condición de connacional. Aunque la atmosfera que se respira hoy, enrarecida y densa, no nos deja otra opción.
Una vez más, la República, o más bien, los jirones que aún quedan de ella, es una copia lastimosa de un país que transitó la segunda mitad del siglo XX bajo los augurios de un desarrollo portentoso, de la mano de la explotación petrolera, aspiración ésta que nunca logró concretarse.
Lo sorprendente de la situación actual, en que los más optimistas analistas señalan que estamos al borde de un despeñadero, es que el país no ha sufrido una guerra armada, de esas que dejan a las naciones exhaustas y bajo una desmoralización colectiva paralizante. En Venezuela lo que ha ocurrido es el saqueo y la rapiña por parte de quienes en los últimos 14 años asaltaron el Poder y asumieron el control del Estado, es decir, la fuente de la riqueza que impone el control social. En el país no se ha procurado obtener el bienestar de la gente sino su envilecimiento y servilismo. Hoy, la potencia Venezuela es una caricatura de sí misma.
De respeto a la institucionalidad no vale la pena extenderse mucho. Las huestes del proceso saben bien que el que “hace la ley, hace la trampa”, y que las leyes y normas sólo se aplican a los adversarios del régimen. Los procesos electorales dejan mucho que desear y las evidencias de un fraude continuado ya es una matriz de opinión instalada en la ciudadanía.
La semana pasada despedí a un familiar muy querido. Su sepultura se hizo alrededor de tumbas destruidas y saqueadas. Es una vergüenza como en nuestros cementerios estadales y municipales se deshonra la memoria de nuestros muertos. Cementerios destruidos, escuelas y universidades en ruinas junto a hospitales sin insumos médicos, dan la nota de una sociedad enferma y postrada.
Leyendo las historias de terror que cotidianamente se inspiran en nuestra realidad, The Economist, ubica a Venezuela como el tercer país del mundo con el mayor hacinamiento carcelario, sólo detrás de Haití y Filipinas. Y eso a pesar de los intentos redentoristas y muy humanistas de la gente que comulga con el “Socialismo del Siglo XXI”.
Por ahí he leído que la inflación es el impuesto para aniquilar a los pobres, es decir, hacerlos más pobres. El actual Gobierno, sigue empeñado en su noble misión de acabar con la pobreza, y eso es algo loable, sólo que la ineptitud se lo impide. Los cerebros de la economía venezolana nos están conduciendo a un hara kiri financiero de pronóstico reservado ya que las más optimistas previsiones señalan que la inflación en Venezuela cerrará el 2013 con la más alta del mundo, es decir, entre un 36% y 40%. Y cito literalmente lo que dice un portal acerca de éste flagelo: “La inflación hace que el precio de los bienes y servicios se incremente, o que el valor del dinero disminuya, lo que afecta el poder adquisitivo de las personas. La gente pobre devenga muy pocos ingresos, y cualquier incremento en la inflación disminuye su ya poca capacidad adquisitiva, por lo que le imposibilita el acceso a buena parte de los bienes y servicios. La inflación puede llevar a una persona no tan pobre a la extrema pobreza en la medida que la mayoría de los bienes y servicios se vuelven inalcanzables para la mayoría de las personas, como consecuencia del crecimiento generalizado de los precios”.
Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ
Ángel Rafael Lombardi Boscán