La cocina integral, basada en la alimentación sana y «limpia» es la tendencia dominante entre los gurús de la cocina de hoy. ¿Pasaron a la historia entonces los placeres pecaminosos?
Parece que no. A pesar de la moda de comer sano, hay algunos alimentos y bebidas que nos atraen irremediablemente.
Nuestra afición por alimentos que nos hacen sentir un poco mal después de comerlos, ya sea porque están llenos de grasa, azúcar, son altamente procesados o contienen aditivos y conservantes, sin duda no muestra signos de disminuir.
Y no ayuda que esas delicias estén a la vuelta de cada esquina. Son tan globales y accesibles que es difícil resistir la tentación. Y todos tenemos un punto ciego.
Las propiedades adictivas del azúcar, la grasa y la comida procesada han sido ampliamente comprobadas.
Y aunque sabemos que hacen mal, los seguimos consumiendo. Pero al placer le sigue la culpa.
Culpa directamente proporcional a la porción
Las mujeres que hacen dieta experimentan mucha más culpa al comer que las mujeres que no la hacen, según un estudio reciente publicado en la revista Psicología y Salud.
Investigadores de la Universidad de Utrecht, Holanda encontraron que el privarse de comer no está asociado con la ingesta de alimentos, sino con un aumento de los niveles de culpa después de comer.
¿Influye la cantidad de comida que ingerimos?
Mucha gente ama el chocolate y se sienten bien después de comerlo.
Un estudio realizado por el Departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Bristol observó cómo se sentían las personas después de comer cantidades de 40g y de 80g.
La investigación mostró que los hombres son más felices después de comer la cantidad más grande, mientras que las mujeres reportaron más culpa y arrepentimiento después de comer la misma porción.
El estudio concluyó que la culpa puede ser reducida si se administran porciones más pequeñas.
Sin embargo, comer menos de algo que nos hace mal puede ser todo un reto cuando hay «estímulos potentes en todas partes», le dice a la BBC la doctora Charlotte Hardman, profesora del Departamento de Ciencias Psicológicas de la Universidad de Liverpool.
«Los estímulos para comer aparecen en televisión, en anuncios, en vitrinas (…) desarrollamos relaciones entre los estímulos y la comida, así como asociaciones, muy, muy rápido», explica.
«Las asociaciones se remontan a la niñez, por ejemplo, cuando se le dan helados o dulces dados a un niño cuando se caen o lastiman y los hacen sentir mejor»
Así, algunos alimentos se convierten en consuelo, calman el hambre emocional.
«Un placer culpable tiene que ver con una asociación y con la forma en que una persona se siente al comer algo».
La ansiedad y el sucumbir a los antojos pueden provocar sentimientos de arrepentimiento.
«La gente piensa de forma paradójica y eso termina por aumentar la ansiedad», dice Hardman.
Según la doctora, basta decidir «no voy a comer chocolate», para terminar comiéndose el chocolate que le envió un estímulo desde el escaparate. Esta es la razón por la que las personas desarrollan placeres culpables con la comida: ellos mismos deciden que no, pero luego dicen que sí y se sienten culpables tras haberse dado el gusto.
La clave es no privarse
Restringir los alimentos que más nos gustan lo único que logra es hacer que los deseemos más, dicen los expertos
Ahora está surgiendo una nueva escuela de cocina.
La chef Natasha Corrett, coautora del libro «Honestamente saludable… coma con su cuerpo en mente», promueve recetas indulgentes pero «alcalinas», como pizzas libres de trigo y un risotto de remolacha con arroz rojo.
«Una dieta alcalina tiene en cuenta cómo reacciona la comida en el cuerpo y la forma en que la digiere: hay cosas que pueden parecer extremadamente alcalinos en la escala de pH, pero cuando se digieren pueden ser extremadamente ácidos».
«Los alimentos procesados, como el trigo, el azúcar, el alcohol son cosas sobre las que nos abalanzamos así que estamos tratando de equilibrar el azúcar en la sangre».
«Mi comida debe ser considerada como un antojo ya que contiene altos niveles de azúcares naturales, pero no perjudica al cuerpo como sí se hace con los azúcares refinados».
Corrett no descarta ni el chocolate.
«Como chocolate crudo. Muchos cambios pequeños hacen que uno forje un nuevo estilo de vida, no que esté haciendo dieta. Así, no se tienen antojos pues uno nunca se priva de nada».
Buscar alternativas
Para el chef Jordan Bourke, quien escribió con su hermana Jessica «Gourmet sin culpa», «ese viejo refrán de que todo en moderación es bueno aplica».
En conversación con la BBC, señala que con la tendencia a cocinar en casa usando productos frescos en vez de comprar comidas preparadas, las cosas pueden no sólo quedar ricas sino más sanas.
«Una de mis recetas es para una tarta de chocolate hecha con aguacate en vez de crema… ¡fue toda una sorpresa!». La tarta quedó igual de cremosa y deliciosa, que era lo que él buscaba. Así mismo, al hacer caramelo, substituye el azúcar refinada por morena.
Tanto Corrett como Bourke usan azúcar de palma de coco para sustituir azúcar refinada, harina de espelta en vez de trigo y sustitutos de lácteos.
La doctora Hardman, quien no cree que la abstención funciona, hace eco de esta tendencia: «todo en moderación y trate de reducir la parte dañina».
Con informaci{on de bbc.co.uk