En los próximos días, los gobiernos de Estados Unidos, de Francia y de la Gran Bretaña deberán decidir si intervienen militarmente en Siria, con el apoyo de la OTAN pero sin autorización de la ONU, o si abren otra oportunidad a la búsqueda de una salida política negociada. Su decisión tendrá efectos sobre el orden internacional global.
No cabe duda de que el régimen del presidente Asad, basado en una coalición de seis partidos dominados por el partido árabe socialista Baaz, es de naturaleza dictatorial y recurre a brutales métodos de represión. El Baaz, tanto en Siria como en Irak, se militarizó desde 1966 en adelante y se convirtió en organización despótica y corrupta, perdiendo el carácter civil y casi socialdemócrata que quiso darle su fundador, Michel Aflaq, en la década de los 1940. De sus virtudes originales sólo le quedó el laicismo, enemigo del islamismo teocrático.
Por otra parte, el bando rebelde sirio también causa serias preocupaciones desde el punto de vista democrático. Aunque en su seno militan auténticos representantes de la “primavera árabe”, crece la influencia de grupos islamistas radicales, imprudentemente financiados por monarquías sunitas. Numerosos observadores occidentales opinan que, si en el bando rebelde se impusiese el islamismo extremista, ello representaría el peor peligro, realmente totalitario, frente al cual la dictadura laica de Asad sería el mal menor y un muro de contención. No compartimos este criterio: aun conociendo el peligro de una marea islamista totalitaria, creemos que esta no saldría derrotada sino más bien fortalecida por una política de exclusiva represión militar al estilo del dictador de Damasco. Contra viento y marea, los intentos de diálogo o de negociación parecen representar la única esperanza de solución que podría, no sólo, devolver la paz a Siria y alentar la del Medio Oriente en su conjunto, sino también crear un ambiente mundial propicio para la convivencia equilibrada y constructiva de las potencias.
En este sentido, nunca debe olvidarse la suma importancia geoestratégica de Siria como parte del área Asia Occidental-África del Norte, ni el puesto que por tradición histórica le corresponde a Rusia en ese espacio. Obama –gobernante con gran sentido de responsabilidad histórica- anhela un gran acuerdo estratégico entre Estados Unidos y Rusia para estabilizar aquella y otras zonas estratégicas del mundo. Por ello ha decidido esperar el informe de los expertos en armas químicas y los debates del congreso estadounidense. Le toca a Putin (gobernante con méritos pero inclinado a la malcriadez), acoger la tácita invitación de su colega norteamericano a una gran negociación bi- y multi-lateral, en busca de una solución política al conflicto sirio y otros del Medio Oriente.
Demetrio Boersner