El pecado de Adán nos despojó de la gloria de Dios y a partir de ese momento, las consecuencias de la transgresión de las leyes del Padre Creador se pasaron de generación en generación, convirtiéndonos a todos los seres humanos en pecadores.
“Pero todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno ¡no hay uno solo!”, leemos en el versículo 3 del Salmo 53.
Quizás muchas personas aseguren que están libres de pecado porque no han matado a nadie, no han robado, asisten a la iglesia o hacen buenas obras.
Sin embargo, para Dios es más importante un corazón sincero, que reconozca su condición pecaminosa.
“Si afirmamos que no tenemos pecados, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad”, leemos en el versículo 8 del capítulo 1 de la Primera Epístola de Juan.
Dios conoce nuestras debilidades, sabe que nuestra condición humana nos hace propensos a caer en tentaciones.
Por eso envió a su Hijo Jesucristo en forma de hombre, para que viviera como nosotros pero sin pecar y que pagara por nuestros pecados muriendo en la cruz del calvario, para que con su sangre nos limpiara y así garantizar nuestra entrada al trono celestial.
En la Primera Epístola de Pedro capítulo 3 versículo 18 leemos: “Porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios”.
Por la misericordia del Padre Celestial y por el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo, estamos libres de pecado, pero para disfrutar de esta bendición debemos dar un paso de fe y recibirlo en nuestro corazón como nuestro Salvador personal.
El cristianismo no es una religión, sino un estilo de vida con Jesucristo como nuestro Señor y Salvador.
Dios te bendiga y te guarde. Hasta el próximo encuentro con La Palabra de Dios
Lic. Beatriz Martínez (CNP 988)/ beaperiodista@hotmail.com / wwwlapalabradedios.blogspot.com
La Palabra de Dios