Carmen, como cualquier venezolano de fuera de Caracas, a duras penas consigue acostumbrarse a vivir entre apagones. En su casa no faltan las velas y procura mantener toda su comida congelada para que aguante fría cuando llegue el más que seguro inminente corte de la electricidad.
«No pasa una semana sin que se vaya por lo menos una hora. Desde el último apagón del martes 3, se va todas las madrugadas entre una y dos horas», le cuenta a BBC Mundo desde su casa, cercana a la frontera con Colombia en el estado Apure.
El calor del tórrido llano venezolano se hace insoportable cuando no hay enchufe que aguante lo que hace falta para alimentar un aire acondicionado. Y si se va la luz, se va el agua. El problema llega a afectar la vida cotidiana hasta tal punto que ni siquiera puede planear quedarse en casa para ver una película o un partido de fútbol. «Eso es todo un lujo», lamenta esta madre de tres hijos de 37 años.
Con altos y bajos, la situación es parecida desde 2007. Este miércoles el gobierno presenta el último intento para enderezarla, la «Gran Misión Eléctrica». Un plan destinado a fortalecer el sistema eléctrico buscando fuentes alternativas y a contener la demanda, y sobre todo reforzar la presencia de las fuerzas armadas e implicar a las comunidades rurales en la vigilancia de las instalaciones para prevenir los supuestos saboteos.
Los electrodomésticos: víctimas
Más allá de las horas de trabajo perdidas por no tener luz, una de las preocupaciones cotidianas es la comida: «No compro salchichas ni jamón ni nada que no pueda congelarse porque se daña con los cambios de temperatura». «A mi hijo le doy el tete del clima para que no se acostumbre a tomarlo tibio», relata.
Lo que suele pagar los platos rotos son los electrodomésticos. Carmen cuenta que ha tenido que gastar mucho dinero en protectores contra los cambios de tensión. Lo único que no tenía uno de esos protectores era su teléfono inalámbrico: el gran apagón del día 3 de septiembre se lo echó a perder.
En Sucre (este), la vida de Mercedes (55) es un poco más fácil porque sí se ha podido permitir el desembolso que supone disponer de un generador eléctrico. «No lo prendo siempre porque funciona con gasoil y es muy desagradable», matiza.
Sin embargo, también le cuenta a BBC Mundo su mala experiencia con los electrodomésticos debido a que, como relata «no es solamente los apagones, sino que hay bajones y de repente viene más fuerte y se explotan los bombillos».
«Se me han dañado muchos aparatos: dos microondas, tres televisores y una nevera a lo largo de varios años. A muchísima gente le sucede y nadie responde, por supuesto», comenta.
La mujer explica que además tiene una tienda de bisutería en el centro de la ciudad y que la situación para el comercio es «terrible». «Lleva tres semanas que la luz está tan baja que el aire acondicionado no enfría. Y eso sucede mucho. Además, no hay punto de venta y la gente no paga con efectivo».
¿Y Caracas?
Sea en la Venezuela andina, en el llano, en la Amazonía o las islas del Caribe, dondequiera que se pregunte por la situación de la electricidad, las respuestas son más o menos las mismas: la vida pasa por estar preparado para los cortes de electricidad.
En cualquier lado, salvo en Caracas, donde, con excepción del apagón del pasado 3 de septiembre, hacía años que no se vivía una situación así. La excepcionalidad caraqueña se la explica a BBC Mundo el ingeniero Miguel Lara por razones técnicas y por una decisión política.
Según Lara, primero, la demanda lleva varias décadas relativamente estacionaria, pero además, el sistema de la capital fue diseñado de forma «lo suficientemente redundante» para estar protegido, capaz de aislar a la ciudad del resto del país y «con su generación propia manejar un volumen importante de la demanda sin caerse o reponiéndose en media hora».
«Además, hay una decisión política porque es donde están los medios de comunicación nacionales e internacionales, con lo que cualquier racionamiento ordenado tendría mucho más impacto. En 2009 ya hubo un intento que duró un día», comentó Lara.
El gran apagón
Ahora bien, Caracas comparte con el resto de Venezuela aquello de las bombillas tiritando por las subidas y bajadas de tensión como cosa de todos los días y a los electrodomésticos como víctimas cotidianas.
Eso, hasta que el pasado 3 de septiembre Caracas cayó en lo mismo a lo que está acostumbrado el resto del país: el apagón. El ministro de Energía Eléctrica, Jesse Chacón, explicó que la causa fue el desprendimiento de una malla colocada en un vertedero de residuos sólidos.
Chacón dijo sospechar que había sido manipulada, alimentando así la tesis del sabotaje, ya adelantada por el presidente Nicolás Maduro a los pocos minutos del inicio del apagón. «Desmentimos la teorías de algunos líderes y expertos de la oposición que señalaron que se produjo por un exceso de transmisión de energía», dijo.
Pero para el ingeniero Lara, la explicación del ministro oculta que más allá del elemento puntual que falló, el hecho que afectara en cadena a dos tercios del país «es consecuencia de la decisión de operar el sistema por encima de las condiciones de seguridad para evitar racionamientos».
El ingeniero considera que el sistema eléctrico venezolano lleva tiempo sometido a una política muy agresiva con la que buscaban evitar los cortes y el racionamiento, y su consecuente coste político.
¿Sabotaje?
Lara apunta que la actitud poco conservadora del gobierno es una especie de apuesta a que nada grave sucederá. Apuesta que el pasado 3 de septiembre acabó perdiendo y se produjo el gran apagón que mantuvo a gran parte del país sin electricidad durante horas.
El problema lo sitúa en que el gobierno no está atacando las causas de los problemas. «Cada día habrá peor servicio porque las acciones son las mismas: denunciar sabotaje, aprobar decretos de emergencia y repartir bombillos ahorradores como si la alta demanda fuera culpable», dijo.
Y si bien la tesis del sabotaje tiene cierto eco en el núcleo duro de los seguidores del gobierno, fuera de ese círculo, reina el escepticismo, como por ejemplo, en Carmen, que recuerda que los apagones que sufre «no son de ahora». «Decían que era por la sequía y ahora está peor y los ríos bajan llenos. Como ahora afecta a más zonas del país, es que se armó el alboroto».