Desde 2008, el orden internacional se encuentra trastornado por los efectos de la “gran recesión” económica
Demetrio Boersner
Entre numerosos analistas de política internacional occidentales –sobre todo estadounidenses- se manifiesta una extraña manía de negarle al presidente Barack Obama los más mínimos méritos en materia de política exterior y de calificarlo de débil, indeciso, desorientado, inmoral, “enterrador del prestigio de su país”, y otros calificativos aún peores Al mismo tiempo, sin embargo –como lo señala el columnista David Ignatius en The Washington Post,- nada menos que el 79 por ciento de los ciudadanos norteamericanos comunes manifiestan su apoyo a la política seguida por Obama en el caso de Siria y estiman que con ella está sirviendo los mejores intereses de su país.
El mencionado analista estima –y nosotros compartimos su opinión- que en este caso el pueblo ve más claro que las élites, y que efectivamente Obama está teniendo éxito en una política exterior a la vez firme y prudente, que salvaguarda la posición de Estados Unidos como primera potencia en un nuevo orden mundial multipolar, que le granjea el respeto del resto del mundo, incluida Rusia, y que no sólo puede llevar la paz a Siria y al Medio Oriente, sino propiciar un saludable equilibrio geopolítico global.
Desde 2008, el orden internacional se encuentra trastornado por los efectos de la “gran recesión” económica. Estados Unidos ha perdido su puesto de preeminencia unipolar indiscutida, y el pueblo norteamericano está conforme con que así sea, rechazando al hegemonismo unilateral y favoreciendo una política liderazgo positivo en un marco multilateral. Obama, como estratega a la vez visionario (demócrata social) y realistamente astuto, ha diseñado y puesto en marcha una política exterior que refleja estas nuevas necesidades. Ha echado por la borda el unilateralismo intervencionista de su predecesor y en todo conflicto comienza por ensayar la vía de la negociación y la solución política, sin dejar de mostrar que no rehúye el uso de la fuerza en ciertos casos, incluida la liquidación física a larga distancia de sus peores enemigos.
Una de las ideas acertadas de Obama es la de que Rusia –gran potencia histórica aunque sufriera un eclipse temporal después de 1990- debe formar parte de cualquier acuerdo geoestratégico importante. Por ello propuso un magno acuerdo bilateral con el presidente Putin, quien primero se mostró renuente, pero luego aceptó que más vale buscar un arreglo multilateral al conflicto sirio, que correr el riesgo de una acción militar norteamericana que arrebatara a Rusia su influencia sobre Siria. También para el infortunado pueblo sirio, es probable que menor será su padecimiento si espera un arreglo internacional convalidado por la ONU, que si sufriera una intervención militar extranjera (por “humanitaria” o “sancionadora” que sea), añadida a la violencia ya existente en el país.