En el Hospital J.M. de los Ríos, Lourdes Alzuru mira con fe a su hija de nueve años concentrada mientras desliza el arco por las cuerdas de un violín antes de empezar su sesión de quimioterapia contra el cáncer que le detectaron hace pocos meses.
«Esto hace que se olvide de todo», explica a la AFP esta madre de 43 años de Los Teques (Miranda) que cada dos semanas acude con la pequeña Victoria -a la que le extirparon un tumor en el ovario- a este hospital, donde junto a otros pacientes oncológicos reciben clases de música del Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles.
«El Sistema» lleva casi cuatro décadas rescatando a niños de la pobreza y la delincuencia a través de la música, y en los últimos años ha desplegado programas específicos en cárceles, hospitales, refugios y comunidades indígenas remotas.
En el centro de Caracas, éste hospital infantil es el primero que implementó, en junio de 2012, el programa musical para niños y jóvenes en centros de salud: los músicos de «El Sistema» les dan clases mientras están hospitalizados o recibiendo quimioterapia, les hacen conciertos y les prestan instrumentos para que practiquen en sus largos períodos de convalecencia.
«Los niños aprenden muy rápido, sobre todo los que están en hospitalización, porque están todo el día aquí y no tienen más que hacer: o el ocio o aprender algo», explica Marlon Franco, músico e impulsor de este programa.
Con el rostro pálido tapado a medias por un gorro de colores que esconde la pérdida de cabello por la agresividad del tratamiento, Victoria saca notas del violín entre risas, y forma un cuarteto improvisado con otros niños que tocan las maracas, la mandolina y el cuatro (instrumento de cuerda del folclore venezolano).
«También quiero aprender a cantar», dice la niña a una de las profesoras.
Música para alegrar y soportar malestares
«La música y en general todas las artes contribuyen a que el niño tenga una visión mucho más positiva, que se pueda relajar y aceptar mucho mejor el tratamiento por ejemplo contra la leucemia», explica en una sala de la sección de hematología la doctora Susana Pachano, jefa de ese servicio.
A pocos metros de ella, tendidos en sus camas mientras reciben tratamiento a través de sondas, varios niños escuchan absortos la cálida melodía del vals «Viajera del río», interpretada por un trío de violín, maracas y contrabajo.
«Les alegra todo el malestar de la quimioterapia, las transfusiones, a ellos y a su familia», agrega la doctora.
En la sala de espera, entre un pequeño tobogán, juguetes y dibujos en las paredes, el joven director de orquesta Dietrich Paredes, una de las promesas surgidas de «El Sistema», la inmensa obra estatal de asistencia social fundada en 1975 por el maestro José Antonio Abreu, arenga a dos niños, que se disponen a tocar sendos cuatros junto a otros músicos.
«A seguir luchando, estamos orgullosos de ustedes», les anima antes de que empiecen los primeros compases de una versión de «El gabán», acompañados por dos mandolinas, unas maracas, un violín y un contrabajo, bajo la atenta mirada, entre esperanzada y triste, de sus familiares.
Yaczuly Echeverria, una estudiante de filosofía de 23 años y profesora de violín en este hospital, explica que el vínculo que se crea con los niños es «más íntimo, más familiar», pues no se les trata «con lástima, sino como un ser humano que está en crecimiento y que en estos momentos está pasando por un momento muy difícil».
Echeverría explica que su labor es «de una gran satisfacción», pero admite que a veces se vuelve muy dura. «Nos entristecemos cuando los niños se agravan, cuando fallecen. Tratamos de darle ánimos y esperanza a los niños, a los padres. Intentamos que el momento que pasamos con ellos sea un momento de felicidad, independientemente de lo que pase después», explica.
AFP