El venezolano de hoy en día ha asumido el conformismo como una norma frente a la escasez, los malos servicios y lo cotidiano
Venezuela es un país de privilegios incomparables. El petróleo es uno de ellos, pero hay opiniones diversas al respecto.
Para unos ser un país petrolero es la causa de nuestras muchas contradicciones que ha impedido diversificar nuestra economía. Para otros hay sido la salvación política y para muchos una gracia divina que ha permitido sobrevivir en medio de tanta crisis.
A la luz de los hechos, el saldo desde que fue descubierto nuestro primer yacimiento petrolero, no es precisamente el más positivo, comparativamente hablando con otras naciones con el mismo recurso, de allí que la crónica es propicia para reflexionar sobre lo mal que nos hemos manejado desestimando las ventajas que sobre otros, nos dio la naturaleza.
Recuperar la escala de valores
En verdad hemos hecho muy poco para invertir nuestro principal recurso y también es poco lo que hacemos por evitar que la desmotivación nos termine de desmoronar como sociedad.
No vamos a echar toda la culpa a los gobernantes de todos estos tiempos, pero digamos que al menos un 75% es obra y causa de las erróneas acciones en materia de políticas públicas, con mayor énfasis en la última década donde se ha vivido el mayor tiempo de bonanza producto de los altos precios del petróleo.
Contrariamente a lo que es el deber ser, este tiempo lo que ha venido produciendo en la población venezolana es una desmotivación que se refleja en todos los órdenes, afectando lastimosamente al ciudadano del cualquier índole y estrato social.
En todo este tiempo se privilegió más lo dogmático sobre el humanismo, un contrasentido que hoy muestra sus cicatrices por el terrible efecto que ha causado a la sociedad.
El tiempo de las vacas gordas no fue invertido en educación ni en infraestructura, sino en intentar desarrollar un eje ideológico continental con un solo socio capitalista y muchos beneficiados donde al final cada cual marca su estrategia de acuerdo a su conveniencia, como son los casos de Brasil, Ecuador y Argentina.
Esta intención nos distrajo del objetivo fundamental que fue incapaz de producir una economía diversa, un signo monetario fuerte y una vigorosa fuente de producción generadora de empleos.
En contraste nos hemos dedicado a devorar nuestras propias instituciones y al parque productor con la consecuente parálisis que entre otros males ha comenzado a erosionar severamente a la sociedad.
Y es allí uno de los factores que más preocupa, el lado humano.
El país debe hacer un esfuerzo por recuperar la escala de valores porque nuestro nivel de competitividad ha quedado muy rezagado.
Conducente es también reflexionar sobre la actitud que está asumiendo el venezolano que puede resumirse en baja autoestima, conformismo y desmotivación, lo cual debe constituirse en una alerta social, ajeno a quienes usan esa acepción para manipular con un discurso que busca conexión con los pobres.
El venezolano de hoy en día ha asumido el conformismo como una norma frente a la escasez, los malos servicios y lo cotidiano.
La desmotivación es otra de las cosas que hemos adoptado frente a la carencia de oportunidades, al igual que la aceptación del deterioro en todos los órdenes, todo ello deriva en una pobre autoestima y una muy baja motivación al logro.
Ante esta cruda realidad, cabe preguntarse, ¿Es posible revertir esta conducta?.
Optimistamente, decimos que sí, pero depende única y exclusivamente de la voluntad de cada quien haciendo el mayor esfuerzo posible por liberarse de esta fatiga mediática que tanto daño está haciendo a la salud mental del venezolano.
Caracas: amasijo de desencuentros
A ello que hay sumarle la desigualdad en la que vivimos, la cual ha sido una característica común que tiene sus variantes.
Antes fueron los amos del Valle y hoy son los boliburgueses. Aquellos fueron terratenientes, empresarios, los de hoy todo lo han obtenido a expensas del latrocinio y la promoción de los antivalores, en contraste con el hombre nuevo que nos quieren vender.
Frente al papel que no cumple el Estado, frente a la mediocridad reñida con el talento, la familia juega un rol trascendente.
Vivimos en permanente angustia sin norte definido.
Caracas, que es la capital y donde hemos estado la mayor parte, es un amasijo de desencuentros, ironías y anarquías mezclada entre lo mediocre, lo inhumano, lo incoherente y lo inconcebible.
Lo que antes era una ciudad señorial, de techos rojos, premodernista, con ciudadanos de buenas costumbres, hoy es un refugio de pesares sin planificación urbana, abarrotada basura, de escasos proyectos, plagada de malvivientes que dibujan una realidad terrible.
No exageramos un línea en esta crónica. Más bien nos quedamos cortos si nos comparamos con otras ciudades y países de la región, incluyendo los que por conveniencia se arroparon con la cobija del Alba.
Durante una década hemos sido tontos útiles para contribuir con el progreso y bienestar de otros sin advertir nuestra propia realidad que cada vez es más crítica.
No existe, con excepción de Venezuela y Haití, un país en América Latina que padezca por papel tualé, granos, leche y comestibles básicos.
Esa es la más pura y cruel verdad que nos deshonra como país, como sociedad y nos avergüenza como ciudadanos.
Estamos en presencia de una involución inconcebible. En el pasado era normal disfrutar de los espacios públicos. Hoy somos prisioneros en nuestras propias ciudades.
Disfrutar un café al aire libre en amena tertulia es cosa del pasado en medio de nuestra propia verdad: la inseguridad.
Las costumbres buenas han desaparecido y asumidas por el desplante. La motivación al logro ya es algo de voluntad propia.
El Estado no es capaz de promover iniciativas mientras viva plegado a dogmas. Manipulará, si, pero los resultados serán nefastos.
Ni hablar de nuestros estándares educativos, cuyo mayor logro es la Misión Robinson. Lo que antes era un asiento de estudios en Latinoamérica hoy es un prototipo de fuga de cerebros porque sencillamente le generación que se levanta carece de espacios en su propio país.
Se nos vendió un credo salvador y entramos en un retroceso espeluznante que nos dividió como sociedad.
Y lo peor, entre la queja y la autoestima perdida quienes nos dirigen parecen cumplir el cometido perfecto de equipararnos ante el irónico mar de la felicidad cubano donde la vida vale tan poco que muchos prefieren entregársela al mar ante la miseria oprobiosa que cercena libertades.
Ojalá no nos toque transitar ese escenario tan deleznable como balseros del aire.
Ya con lo perdido, es bastante…
Son crónicas de lo cotidiano.
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ARENA Y CAL
LA SALIDA del ministro Merentes de la vicepresidencia económica da pie a varias especulaciones. Uno, que no pudo con la situación cambiaria. El Sicad fue un fracaso. Dos, que se impuso el fundamentalismo del Monje GIordani. Tres, que Maduro fue conminado por el partido a reemplazar a su amigo. Cuatro: Merentes sale definitivamente del gobierno. Sus últimas declaraciones no gustaron.
MUY RARO. De nuevo el Psuv suspendió las juramentaciones de su comando regional y municipales que iba arealizarse el jueves en Los Teques, aduciendo una «agenda muy apretada», desconocemos si una corporación política tiene otra agenda que no sea la política. Lo cierto es que hay mucho ruido y decepción y una de las causas es que no ha podido ensamblarse el comando con todos los factores que confluyen en el llamado Gran Polo Patriótico.
La página de Jairo Cuba / Jairo Cuba / Twitter: @jaircuba