Los afiches que vimos en Caracas, en los que anónimos cobardes representaron a María Corina Machado, Leopoldo López y a Henrique Capriles, forman parte de la estrategia de deshumanizar al oponente, para hacerle con ello blanco más fácil de críticas, de desprecio o de agresiones, lo que no es nuevo, ni tampoco es o ha sido privativa de Chávez o de Maduro
Voy a comenzar esta entrega haciendo trampa. No se froten las manos amigos maduristas, no se las voy a poner tan fácil, ni voy a andar pidiéndole a ministras que me firmen dólares fáciles para que puedan, a mí sí, abrirme una investigación penal que me mande a los calabozos del SEBIN. La “trampa” que haré será consignar en esta entrega, como nota introductoria, parte de mi libro (fíjense, publicado en 2009) “El gobierno de la intolerancia”, sobre las etapas por las que pasa, cuando se ejecuta desde el poder, la intolerancia absoluta, todo ello de cara a la necesaria explicación sobre lo que buscan los afiches que esta semana que pasó vimos en Caracas, en los que anónimos cobardes representaron a María Corina Machado, Leopoldo López y a Henrique Capriles, siguiendo otro de los excesos persecutorios de Maduro, como la “Trilogía del mal”.
En dicho texto refiero cuanto sigue:
“Primero, la despersonalización.
La primera de las evidentes herramientas de persecución contra la disidencia en Venezuela, se identifica con la descalificación de todo aquél que se atreva a evidenciar sus posturas disidentes o sea “distinto”.
Héritier (me refiero en el libro a Francoise Héritier, y a su ensayo “La intolerancia”, que es parte de una compilación de Paul Ricoeur, publicada en castellano en 2002 sobre el tema) en su obra ya comentada, nos explica cómo esto ha ocurrido en otros momentos históricos y en otros contextos de la manera siguiente: “…En el fondo, se trata de negarle al otro su condición verdaderamente humana para poder excluirlo, hacerle daño, intentar impedirle, incluso, una ‘supervivencia’ post mortem. Para la ideología Nazi los judíos no solamente son infrahumanos, sino animales, “ganado”, para emplear una expresión muy manida…”; y sigue, dando cuenta de la realidad de este primer nivel de intolerante persecución, “…La intención primordial no es humillar, sino pura y simplemente negar la condición de ser humano al otro…”. De esta forma, llega a la siguiente e importante conclusión “…Tolerar significa entonces aceptar la idea de que los hombres no se definen simplemente como libres e iguales ante el Derecho, sino que la categoría de hombres corresponde a todos los seres humanos sin excepción…”. Por eso el primer paso hacia a la intolerancia es la despersonalización o deshumanización del que se asume como opuesto”.
Deshumanizada estrategia
Como se ve, la estrategia de deshumanizar al oponente, para hacerle con ello blanco más fácil de críticas, de desprecio o de agresiones, no es nueva, ni tampoco es o ha sido privativa de Chávez o de Maduro. Nuestros persecutores locales no están, en este sentido, descubriendo el agua tibia. Si uno revisa la historia universal, se da cuenta de que desde tiempos inmemoriales los intolerantes se han valido de la descalificación del “otro” y de su deshumanización, como pasos previos a la persecución, y eventualmente, a la aniquilación.
La caricaturización, por ejemplo, de los judíos durante la Alemania Nazi, en la que se les mostraba poco menos que como unos monstruos culpables de todos los males del pueblo alemán (y cualquier parecido con nuestra realidad no es simple coincidencia), la “demonización” de la que fueron víctimas pensadores como Galileo Galilei, Nicolás Copérnico o Charles Darwin, a cargo de la iglesia católica, y hasta las quemas de libros, primero a cargo de los intolerantes chinos (en el año 212 A.C el emperador chino Qin Shi Huang ordenó la quema de los libros contrarios a su visión de poder, lo que más tarde reprodujo la “involución” cultural de Mao), pero luego ejecutadas también por los Nazis (por ejemplo el 10 de mayo de 1933 en la Bebelplatz), e incluso por Pinochet, cuando mandó en 1986 a quemar 15.000 copias de “Las aventuras de Miguel Littin, clandestino en Chile”, tuvieron todas como base la pretensión de “privar de humanidad”, y consecuentemente de sus atributos ciudadanos y de su capacidad de expresión, a quienes se oponían al poder.
“El legado de Chávez”
Fue Chávez el que comenzó en Venezuela estas prácticas. Fue Chávez el que como parte de su dudoso “legado”, acuñó contra todo el que se opusiera, primero la calificación de “escuálido”, para pasar luego a llamarnos desde “criminales” hasta “terroristas”. Lo hizo además deliberadamente, consciente del impacto y de “la pegada” que sus calificativos tenían entre sus seguidores contra la población opositora. Chávez sabía, como lo sabe hoy Maduro, que no es lo mismo ni sirve igual al poder que todos nos tengamos y nos entendamos como “hermanos”, que por el contrario vernos y entendernos, a la fuerza, como “enemigos”, o como menos que seres humanos, dependiendo de nuestras posturas políticas.
Al día de hoy, y muchos somos víctimas de esto continuamente, el “debate de las ideas”, cuando éstas se expresan, comienza desde el oficialismo siempre, y allí se queda, en la descalificación de la persona, que no del argumento; por eso Maduro evade con cobarde saña debatir los problemas que se viven y se denuncian, como la inflación, la escasez o la inseguridad, y prefiere optar por el señalamiento del “otro”, del que no le cree ni piensa como él, como parte y causa del “mal”. Revisemos sus discursos, si es que así pueden llamárseles, para darnos cuenta de que casi en su totalidad los dedica, delirios aparte, a hacer apología de Chávez y a echarle, eso sí, la culpa de todo lo que nos pasa a los demás.
Intolerancia criminal
Luego de los de Machado, López y Capriles vimos, aunque en menor medida, otros afiches. En estos encarnan la “Trilogía del mal” Maduro, Diosdado y Cilia Flores ¿Intolerancia “a la inversa”, hija nefasta de la del poder y en hombros de una oposición que ya no se cala más abusos? Puede ser, aunque más me luce como una sutil maniobra, al estilo del G2, para “balancear” las cosas y dar pie a golpes de pecho y a desgarre de vestiduras rojas, todo para distraernos de la dura realidad que padecemos. La prueba está en que en ninguno de los casos hemos escuchado a la Fiscal General decir “ni pío”, y eso que los pajaritos en la era de Maduro están a la orden del día, y aunque les duela o lo nieguen, estas expresiones de intolerancia son francamente criminales.
Claro, indagar con objetividad quiénes montaron esos afiches revelaría no pocas sorpresas, tanto si fuesen los oficialistas los autores de los primeros, como si fuesen los opositores los de los segundos, y ya sabemos que una de las primeras víctimas de la revolución, desde que Chávez fue candidato y juró no ser comunista, ha sido la verdad.
Mal destino al que nos llevan estas expresiones y maneras, vengan de donde vengan. El venezolano promedio, el que no está preso en sus reconcomios, tanto en un bando como en el otro, está harto de estas estériles confrontaciones, de la deshumanización de los unos o de los otros, y de ver en el reflejo que le devuelve el espejo todas las mañanas a un superviviente al que el poder le miente con descaro mientras Maduro trata de ocultar que no sabe gobernar sino imitar, perseguir e insultar. Nada más.
Gonzalo Himiob Santomé
Twitter: @himiobsantome