PATCHOGUE, Nueva York. Cecilia Bonilla, dueña de un restaurant ubicado en la estación de trenes de Patchogue, recuerda vívidamente a Marcelo Lucero, a quien le vendía todos los días un café por la mañana hasta que el ecuatoriano fue asesinado a unos metros de su negocio en noviembre de 2008. Ella se sorprende al pensar lo mucho que han cambiado las cosas en esta localidad de Long Island, en las afueras de Nueva York, donde reinaba un feo ambiente de intolerancia racial cuando Lucero fue apuñalado, según muchos inmigrantes hispanos.
Cinco años atrás abundaban las agresiones físicas a la comunidad inmigrante, que no eran denunciadas por sus víctimas porque no confiaban en la policía. El asesinato de Lucero alteró esa dinámica.
AP