Nuestra influencia de iglesia católica y el hecho de ser un pueblo creyente nos lleva a desplazar el reclamo civil del daño moral a un plano no terrenal, con aquello de “allá arriba hay un Dios que para abajo ve”, cuando realmente Dios poco o nada tiene que ver con ese conflicto que generó responsabilidad civil o penal
Analizando muchas de las solicitudes que me llegan he conseguido varios patrones que se repiten, uno de ellos y el menos analizado, es el vinculado con el llamado daño moral, que merece una indemnización según lo establecido en el Código Civil, producto de esas lesiones no visibles que generan las acciones imprudentes de las personas.
Lamentablemente, el deterioro del sistema de valores y de principios ha ido acompañado de un proceso de deshumanización de los ciudadanos. No sólo no acatamos y respetamos las normas de convivencia social, sino que a título particular el egoísmo se ha apoderado de las personas, al punto que pareciera no importar la lesión emocional que se ocasione a otro. Cuando se piensa en un proceso emocional, hay que pasearse por todo aquello que internamente genera una marca en la psiquis y produce dolor, ese dolor que puede ser más profundo y duradero que cualquier golpe o agresión física directa. Por esta razón la violencia psicológica contra la mujer es severamente sancionada ya que científicamente se ha comprobado que sus secuelas y consecuencias son en muchas oportunidades irreversibles. En situaciones de pareja es muy común observar daños morales o emocionales.
¿Y la indemnización?
Más allá de infidelidad, agresión, falta de pago de la manutención de niños y adolescentes hay un desgaste impactante que contribuye a la disminución de la autoestima, a la autodestrucción y a marcar las próximas relaciones con patrones dolorosos que impiden un verdadero desarrollo de la libertad emocional.
No todos los conflictos generan daño moral, pero sí mucha de ellas, sobre todo aquellas que han producido un desgaste adicional en una de las partes producto del pleito y que debe ser calculado pecuniariamente. Si nos ponemos a revisar en nuestra cotidianeidad conseguiremos que inclusive se nos causa daño moral con decisiones de índole político, pues la confrontación y polarización en si misma provoca un desgaste permanente que pareciera no conseguir indemnización posible, en moneda de curso legal.
Parte de la falta de cultura jurídica es no sólo no saber cómo exigir el cumplimiento de los derechos, sino también no insistir en que se demande la indemnización por ese conjunto de hechos que producen inestabilidad emocional que es comparable con eso que coloquialmente mencionamos como “me duele el corazón”. Nuestra influencia de iglesia católica y el hecho de ser un pueblo creyente nos lleva a desplazar el reclamo civil del daño moral a un plano no terrenal, con aquello de “allá arriba hay un Dios que para abajo ve”, cuando realmente Dios poco o nada tiene que ver con ese conflicto que generó responsabilidad civil o penal.
Pérdida de valores
No quiero insistir sólo en el cálculo monetario del daño, que pasa por un proceso de autovaloración de nuestras emociones y nuestra psiquis, cosa que es no sólo difícil, sino casi imposible de calcular de una manera justa, pues dependerá de nuestra propia valoración, acompañado claro está de elementos probatorios que sirvan para justificarlo, uno de ellos por excelencia ha sido aquél que comprueba asistencia a médicos especialistas, compra de medicinas, entre otros.
Resulta importante introducir en la cultura social el fortalecimiento de las sanciones morales, esas que no se traducen en moneda, tampoco en sentencia sobre bienes o personas, sino que se toman sobre aquél que ha dañado moralmente a otro, propias de grupos o colectivos y que son facilitadoras de la educación ciudadana sustentadas en repudio, que puede resultar más sancionador que una multa, dependiendo del sistema de valores de quien aplica y quien recibe.
He allí la clave de la valoración del daño moral, de su cálculo y de la posibilidad de aplicación de sanciones morales. En Venezuela hemos perdido de manera asombrosa y entristecedora nuestro sistema de valores, al punto que pareciera que nada tiene importancia, siendo que el respeto, la solidaridad, la educación, el compromiso, la honestidad, la puntualidad, entre otros han no sólo pasado de moda sino desaparecido. La violencia, la agresión, la polarización, el conflicto permanente entre tendencias, clases sociales, entre lo legal y lo ilegal, han tomado posesión de los espacios necesarios para el respeto ciudadano. Una muestra de ellos son los linchamientos y todas aquellas acciones que implican toma de justicia por propia mano.
Respetar al otro
La recuperación de espacios para el valor es una tarea importante del liderazgo político, si es que lo hay, pero una tarea importante para los grupos sociales: familia, escuela, iglesia, equipos deportivos, asociaciones civiles, y todo aquél espacio que agrupe personas bajo un fin común, donde las reglas no sólo se impongan sino que se logre su internalización transformándola en un valor. Cuando se parte de principios y valores, aún y cuando exista un conflicto, el daño moral ocasionado a otro será no sólo menor, sino probablemente inexistente, aspecto éste que logran las sociedades más avanzadas y donde hay más y mejor funcionamiento del sistema de justicia formal. Apostar a los valores o cobrar el costo del desvalor permitirán el necesario equilibrio entre las fuerzas sociales y un importante despertar en el manejo de las relaciones interpersonales basadas en el respeto al otro.
TIPS PARA QUE TE DEFIENDAS
1. En las universidades hay que insistir en la enseñanza de aspectos relevantes sobre el daño moral o emocional. Educar a los futuros litigantes o decisores a que comprendan que hay que respetar a la persona más allá de una indemnización propia del caso en litigio.
2. En las aulas debemos introducir ejercicios prácticos que permitan a los alumnos desde temprana edad proteger su dignidad, moralidad, honor y reputación, desde la valoración de sí podremos lograr elevar el costo de actos que lesiones moralmente.
3. Toda campaña, desde los medios, los partidos, o los grupos colectivos que esté orientada a la mediación, conciliación, respeto al otro y al rescate de valores y principios será la clave para el fortalecimiento de la convivencia ciudadana. Ejemplo de ello es la acción inicial de los equipos de futbol cuando antes de cada partido leen manifiestos sobre el respeto o la tolerancia, como mensaje social de importancia.
4. La familia debe recuperar su rol, olvidarse sólo de producir el sustento, que ya es bastante importante, pero recuperar la transmisión y el ejercicio de los valores en el hogar, que será un claro ejemplo cara afuera. Si no hay hogar, o si no hay valores en ese hogar estaremos marcando el rumbo claro de nuestras sociedades.
Mónica Fernández | @monifernandez