Todos conocemos las perversiones del sistema electoral venezolano, pero eso jamás debe llevarnos a abandonar el terreno. Dejar de dar la pelea no es una opción, porque la única manera de resguardarnos del fraude es a través de la participación masiva
Brian Fincheltub
Brian@juventudsucre.com
@Brianfincheltub
En los últimos años los venezolanos acudimos a cada proceso electoral como si se tratara del último. Siempre nos preparamos para el peor escenario y no falta quien nos diga en la cola del supermercado “hay que comprar comida, porque no se sabe lo que va a pasar”. A decir verdad en nuestro país los procesos electorales han adquirido una significación única, sobre todo cuando los espacios de expresión se han reducido significativamente.
Es así como el voto y la protesta adquieren un mismo sentido. Votar y protestar a la vez es la consigna que más se repite, entendiendo el sufragio como un ejercicio de ciudadanía activo que no se limita a elegir un candidato, sino a rechazar un modelo que se ha convertido en la ruina de nuestro país.
Lo que para cualquier otra nación pudiese representar un proceso rutinario, para gran parte de los venezolanos se traduce en la oportunidad de decirle al mundo que somos millones los que no nos rendimos. Que somos millones los que no nos entregamos, que seguimos luchando contra el relato oficial que vende internacionalmente a Venezuela como el país “más feliz del mundo”.
Ni somos el país más feliz del mundo, ni la mayoría de los venezolanos es madurista ¿Pero cómo se mide eso? Desde afuera siempre han visto el caso venezolano con escepticismo debido a las “victorias” electorales que ha obtenido el chavismo en los procesos electorales. Pareciera que a la hora de medir el nivel de aceptación de un sistema el único elemento que cuenta es el voto. Porque si habláramos de protestas nuestro país rompería records en todos los sentidos. Pero a los guardianes de la democracia no les importa eso, les importa es la legitimidad de origen que otorgan las elecciones.
Tenemos un gobierno con una cuestionada legitimidad de origen y de ejercicio que se enfrenta a otro proceso electoral. El ambiente está plagado de nuevo de turbulencia: Ley Habilitante, intervenciones a comercios y una economía que parece no dar más. Nuevamente la oposición se enfrenta al poder del Estado, con poderes públicos actuando con beligerancia para sacar del juego a algunos candidatos, como es el caso de Baruta y Valencia.
Todos conocemos las perversiones del sistema electoral venezolano, pero eso jamás debe llevarnos a abandonar el terreno. Dejar de dar la pelea no es una opción, porque la única manera de resguardarnos del fraude es a través de la participación masiva. Lo que si debemos tener en cuenta es que nadie más defenderá nuestros derechos si nosotros mismos no somos capaces de hacerlo.
Nadie nos arrebatará una elección si estamos organizados, si permanecemos en los centros de votación para presenciar la auditoría ciudadana, si ayudamos a quienes están en cola para que participen sin inconvenientes.
Hoy salimos nuevamente a las calles a protestar contra un gobierno que cree que puede torcernos el brazo, confundiendo paciencia con estupidez. Pero no nos olvidemos que la protesta más importante la tenemos el 8 de diciembre. Ni somos estúpidos, ni vamos a permitir que se impongan por la fuerza sobre la mayoría del país. Hoy a protestar y luego a votar.