Hoy, los herederos de Chávez, mantienen la misma lógica política perversa de su predecesor y aspiran continuar el plan de destrucción nacional en ciernes
Dr. Ángel Rafael Lombardi Boscán
De antemano me confieso pecador. En el año 1992, a la temprana de edad de 25 años, y habiendo ganado un concurso en la Universidad del Zulia, fui uno de los tantos venezolanos que celebramos el Golpe de Estado que unos militares “heroicos” le daban a una democracia en descomposición, la misma que tuvo como partida de nacimiento el 23 de enero del año 1958. El desorden y la anomia nos hermanaba a todo un colectivo necesitado de redención social y de una historia como “hazaña de la libertad”, yo añadiría, de progreso.
Al desorden, una vez más, había que ponerle mano dura, y quién mejor que los militares nacionalistas con la bandera de la anticorrupción. Y es que el sector castrense era en ese entonces uno de los mejores vistos por la opinión pública. Gozaban de prestigio con todo y los recurrentes escándalos de los numerosos Ministros de la Defensa fugados al exterior por oscuros asuntos de corrupción. Además, estos oficiales y sub oficiales intermedios, parecían llenos de buenas intenciones y con un discurso de salvación que se notó sincero. La mayoría de los venezolanos, nos volcamos a brindar nuestro desinteresado apoyo a un proyecto que lucía prometedor porque hacía el principal énfasis en lo social y popular, aunque sin renunciar al sistema de libertades, todo ello nos convenció a votar por Chávez en las elecciones de 1998 donde obtuvo un apoteósico triunfo electoral.
Ya en 1999, a través de la novedad de un Referéndum constituyente, se derogó la Constitución del año 1961 con el apoyo de un 80% de los electores. No había duda que Chávez venía con la intención de refundar al país sobre unas bases que en un principio la gran mayoría aceptó. La flamante nueva Constitución del año 1999 representó la gran esperanza de una conducción de la política radicalmente diferente y a favor de las grandes mayorías, tradicionalmente excluidas de nuestra historia. Yo debo aclarar, ya en éste interciso, que no estuve a favor de la nueva Constitución porque razonaba, que la del año 1961, había sido ejemplar y progresista, y que el asunto no era de nuevas leyes sino de dirigentes y ciudadanía que las cumpliese. Además, me lució sospechoso la ampliación del periodo presidencial y que más luego se propusiera la reelección indefinida.
Ya antes del Golpe del 2002 la crispación política echaba por la borda la posibilidad de construir una nueva Venezuela con el concurso de todos los sectores. El chavismo asumía la democracia como un juego del disimulo para ir socavando su institucionalidad e imponer una nueva hegemonía política. El Referéndum Revocatorio del 2004 y el Consultivo del 2007 demostraron a las claras que el organismo electoral se constituía en un instrumento dócil del nuevo caudillo y su cohorte militar. Posteriormente la alianza estratégica con los cubanos ahondó en los mecanismos de control y represivos para garantizar a perpetuidad el mantenimiento del régimen. Obviamente, existe en Venezuela una ciudadanía pro democrática y moderna que se ha resistido.
Hoy, los herederos de Chávez, mantienen la misma lógica política perversa de su predecesor y aspiran continuar el plan de destrucción nacional en ciernes. El chavismo degeneró en un completo engaño y quienes lo respaldamos en su momento nos merecemos el castigo de éste padecimiento por haber sido miopes y ciegos. Hoy, la salida, a diferencia de 1992, tiene que ser democrática y civilizada, es fundamental aprender de la Historia.
* Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ