Esta será una columna difícil. Como mis entregas son dominicales, cuando ustedes mis estimados amigos puedan leer estas líneas, será día de elecciones, así que tengo prohibido escribir cualquier cosa que pueda leerse como un llamado a votar por cualquier tendencia política. Cualquier crítica o apología, según el caso, a las maneras de hacer las cosas de los unos o de los otros, puede ser malinterpretada como proselitismo político, y las normas que rigen para eventos como el de hoy no permiten hacer llamados públicos a votar por nadie en particular.
Por supuesto, sería sencillo hacer, como lo he hecho en los últimos años, un sentido llamado al voto, rogándole a los que tienen aún dudas que no pierdan esta nueva oportunidad de afirmarse como militantes de cualquiera de las dos visiones que están hoy en pugna en nuestro país. Soy de los que cree que en las batallas políticas, perdónenme el símil militarista, no se renuncia a nuestras armas ni se le ceden espacios al oponente, y siento con toda sinceridad, más sin ingenuidad alguna, que el voto es un medio innegociable de participación en los asuntos públicos. La ecuación es sencilla: Si te proclamas demócrata y pacifista, si crees en verdad que los destinos de las naciones deben decidirlos las mayorías en las urnas electorales, no puedes renunciar a tu derecho a votar, pues tal renuncia implica aceptar que estás dispuesto a recurrir a otras formas diferentes, las de la violencia o las de los “caminos verdes”, para cambiar o mantener el estado las cosas, según el lugar en el que se sitúen tus preferencias políticas.
Como los consejos normalmente sólo sirven a quien los da, que no a quien los recibe, sólo destaco que mirando hacia atrás, las consecuencias de no votar siempre han terminado siendo peores que las de sí hacerlo, así que aunque no fuese por una cuestión de principios y valores, al menos por razones pragmáticas, nadie debería renunciar hoy a la posibilidad de expresarse políticamente, independientemente de cuáles sean sus preferencias políticas.
Sin embargo, sinceramente creo que a estas alturas quienes iremos a votar tenemos claras las razones por las que sí lo haremos, mientras que quienes no acudirán a la cita electoral, también saben muy bien por qué no votarán. Al final del día, pese a las implicaciones colectivas que ciertamente tiene, votar o no votar es un asunto de propia conciencia y de asunción personal de responsabilidades, nada más. Mi hija es pequeña y no vota aún, y ya antes he expresado que jamás quiero que en unos años me reproche, que cuando pude participar y marcar la diferencia renuncié a hacerlo. Eso me sería imperdonable.
Así que la cuestión que me ocupa hoy ya no es tanto si ir a votar o no, eso queda ya en cada quien, sino pensar un poco en el “después”, en lo que debe hacerse luego de este evento electoral para lograr la nación libre, próspera y solidaria con la que estoy seguro, todos soñamos.
Más allá de lo que arrojen los resultados del día de hoy, la verdad es que nuestro país amanecerá mañana en las mismas condiciones en las que se encontraba ayer. Por muchas razones no me atrevo a anticipar victorias “arrolladoras” de nadie, prefiero optar por creer que tendremos un resultado que confirmará que el país sigue dividido en dos bloques de ciudadanos, virtualmente iguales en calidad y cantidad, que ven el país y nuestro destino de maneras radicalmente diferentes.
Algo debemos estar haciendo mal, y me refiero a todos los bandos políticos, si por ejemplo y en primer término no hemos logrado convencer a la totalidad de los ciudadanos de que el voto es una manera segura y cabal de expresar nuestras posiciones políticas. Eso es una realidad que está allí, y de nada vale negarla. No se trata de si esta es una elección que históricamente demuestra altos índices de abstención lo cual, de suyo, en un país como el nuestro es muy grave; ni de que se nos haga creer que votando estamos avalando abusos con los que no comulgamos, sino de analizar por qué muchos, sea cual sea el bando en el que militen, siguen creyendo en los pajaritos preñados de las patadas a la mesa y en la mentira de la violencia como mecanismo de resolución de los conflictos sociales y políticos. Parte del trabajo que hay que empezar de ahora en adelante tiene que ver entonces con la generación de una conciencia política cívica diferente, menos inmediatista, menos violenta, más democrática y humanista, y a ello debemos darnos todos, so pena de volver a cometer errores históricos que ya deberían haber sido superados.
Otra cosa importante a encarar de hoy en adelante es la reivindicación de la lucha política, pacífica eso sí, democrática y constitucional también, más no por ello menos vehemente o efectiva, en áreas distintas de las netamente electorales. El voto es la herramienta esencial de todo demócrata, más no es su única herramienta. Sin descuidar los eventos electorales futuros, es menester que hagamos comprender a nuestros liderazgos que el trabajo político debe tener un horizonte mucho más amplio que el de cualquier elección. Los verdaderos líderes se hacen, no se proclaman, se gestan desde las entrañas mismas del pueblo y se curten del contacto directo, sin intermediarios, día a día y sin descanso, con las realidades que enfrentan sus seguidores. Lo demás es disociación y disfraz. Un general puede tener muchos galones o estrellas al hombro, pero si jamás ha arriesgado su pellejo, si no empuñado una espada, o derramado su sangre al lado de quienes luchan con él por aquello en lo que creen, si no está dispuesto a caer con los suyos en la batalla, siempre será un simple figurín sin más luces que las que le alumbran cuando habla en cámara de lo que no conoce ni ha vivido. El pueblo, y me aventuro a decir que hablo de todo el pueblo venezolano, está cansado de que se requiera su lealtad irrestricta y ciega sólo cuando se avecina una elección. A todos, de eso estoy seguro, nos gustaría ver a nuestros líderes en la calle con nosotros todo el tiempo, ayudándonos a solucionar nuestras cuitas cotidianas, pero además formándose, generando ideología y ¿Por qué no? Lealtad real y admiración, no miedo. Algunos, los menos, lo están haciendo, pero otros lamentablemente, no. Esa es una realidad que debe cambiar.
Necesitamos más líderes que se hayan labrado su propio camino, que no desconozcan el pasado, pero que tampoco le hagan pedestal sobre el que se montan, oportunistas, sin más mérito que el de haber tenido la ocasión de hacerlo. Necesitamos dejar de votar por unos u otros sólo porque las condiciones así nos lo exigen, o porque “no queda otra”. Necesitamos personas coherentes, serias, preparadas y honestas, en las que podamos creer, y que con su ejemplo y sus luces nos demuestren, todos los días, que podemos confiar en ellas
En conclusión, la lucha democrática es electoral, pero no es sólo electoral. Buen líder será el que lo entienda, y a partir de ahora, empiece a actuar en consecuencia.