Si el fin de las FARC no es dejar las armas sino acceder al poder electoralmente, está negociando Santos con ellas ¿la paz o la democracia?
Elinor Eli
Para no ser cómplice por omisión, bajo el riesgo de que me descalifiquen como “enemiga de la paz”, como se viene haciendo con quienes expresan su preocupación legítima por las graves consecuencias que pudieren derivarse de las condiciones y los precedentes terribles que se están sentando en la negociación de “paz” entre el gobierno de Santos y las FARC, doy mi opinión al respecto (“paz” porque el verdadero objetivo para ambos actores pareciera ser el poder y no precisamente como un medio para garantizar el respeto de la dignidad de la persona humana y el bien común – como debería ser- sino todo lo contrario).
De entrada el que la negociación no se esté realizando en un territorio neutral y democrático sino en Cuba, promueve el totalitarismo comunista, lo cual favorece los planes de las FARC. Por otro lado, mediante el Canal de TV El Tiempo, defensor de la negociación, se ha sugerido que una vez que las FARC se incorporen como partido político se les dé la posibilidad de tener su canal de TV, cuando en ese mismo programa de opinión se admitió que hay división en ellas, un grupo no quiere abandonar las armas ¿Qué tal? Entonces ¿De qué paz hablan cuando se avizora que una parte de las FARC continuará con sus crímenes contra la humanidad, conservará el territorio tomado y financiará a la otra parte que se incorporará a la política con total impunidad -precedente además gravísimo en denegación de justicia y en promoción del crimen, el daño hay que hacerlo en grande para librarse del peso de la Ley-.
¿Acaso no ven que las FARC cambian la estrategia pero no el objetivo de destruir la democracia y tomar el poder para imponer el totalitarismo comunista mediante el uso de las instituciones e instrumentos democráticos –elecciones, Ley, justicia, etc.-? como ocurrió en lo que fue la República de Venezuela con la pacificación e incorporación a la política de los guerrilleros comunistas, que 40 años más tarde demostraron que nunca se convirtieron, no cambiaron el qué sino el cómo.
Conciudadano colombiano, mírese en el espejo venezolano, si no desea, entre otros males, perder la democracia –libertad, justicia, igualdad y paz-, ni que su patria sea invadida y dirigida por Cuba, ni que su nación sea dividida, empobrecida y corrompida por especialistas en lograr un cambio cultural para que la gente haga el mal convencida de que hace bien, es hora de que se active, de que se pronuncie en contra, de que no sea cómplice por omisión de la traición, de la inmoralidad, de los que negocian la democracia de Colombia.
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