Es cierto: Henrique Capriles Radonski, gobernador del estado Miranda, fue quien mejor resistencia opuso a los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en quince años. Con justicia se convirtió en el líder de la oposición cuando se impuso a otros cinco candidatos en las primarias de febrero de 2012. Pero tras cuatro procesos electorales con resultados adversos y sin nuevos comicios la oposición ha comenzado a replantearse de qué manera enfrentará al chavismo en el corto plazo.
En estos días sus principales voceros tratan de sacar un balance positivo de las elecciones municipales del domingo pasado, a la vez que se reúnen entre ellos para iniciar lo que Ramón Guillermo Aveledo, el secretario de la Mesa de la Unidad (MUD), la alianza de partidos opositores, ha llamado una introspección. Está claro que la estrategia pactada hace casi dos años –derrotar al gobierno por la vía electoral y subordinarlo todo, incluso la necesaria discusión sobre la visión del país, a conseguir más votos que su contraparte- ha culminado con el resultado del domingo, bueno o malo según la interesada interpretación de las cifras.
Es cierto que la oposición sumó más alcaldías –de 55 pasó a 76-, que hubo un avance si se miden sus votos de esta contienda con respecto a los obtenidos en los comicios regionales de diciembre de 2012, que gobernará en 19 de las 24 provincias, pero la amplia derrota en el voto nacional obliga a reconsiderar por qué razón se volvió a ensanchar la brecha que en abril, cuando se midieron Maduro y Capriles, fue de 1.49%. Hoy la diferencia es casi la misma que obtuvo el fallecido Hugo Chávez en octubre de 2012 (55.07% versus 44.71%).
El viernes pasado el Consejo Nacional Electoral dio los resultados definitivos. El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y sus alianzas capitalizaron 242 alcaldías, el 72,24% de las 335 en disputa y una suma de 5.277.491 sufragios (54% de los votos). La MUD y sus aliados obtuvieron 75 alcaldías, 22.39% del total, con 4.423.897 votos (44% de las papeletas válidas). No pocos observadores atribuyen ese resultado a la desmovilización de las bases opositoras promovida por Capriles tras declararse ganador de las elecciones sobrevenidas del 14 de abril. En aquella ocasión el gobernador prefirió evitar el estallido de un conflicto civil a gran escala y continuar su reclamo por la vía judicial a sabiendas de que sería muy difícil lograr su objetivo siguiendo ese camino.
Hoy no está en discusión la unidad de la oposición, pero sí la estrategia para enfrentar a Maduro. Ramón Guillermo Aveledo ha colocado su cargo a la orden para repensar el futuro de la alianza. En paralelo se destaparon diferencias hasta ahora ventiladas puertas adentro. En un sintonizado programa de radio matutino Aveledo criticó a los parlamentarios que colocaron en la agenda temas que no estaban en el radar de intereses de la MUD, que se centró en señalar las consecuencias de la crisis socioeconómica legada por el modelo chavista. “Nos distrajimos en el Esequibo o la nacionalidad colombiana de Maduro”, dijo.
Fue una alusión directa al trabajo de algunos diputados opositores reunidos en un grupo llamado “La movida parlamentaria”. En noviembre, en plena campaña electoral y junto a miembros del partido Voluntad Popular, los parlamentarios viajaron al Esequibo, en la frontera con Guyana, para reafirmar la soberanía sobre el territorio, protestar in situ el otorgamiento de concesiones petroleras en aguas territoriales de Venezuela y dejar en claro, especialmente a los militares venezolanos, el aparente desinterés del Gobierno por atender la silenciosa expansión de los intereses de Guyana. La líder del grupo es la diputada independiente María Corina Machado.
Al mismo tiempo Henrique Capriles criticó, aunque sin mencionarlo, al líder del partido Voluntad Popular, Leopoldo López, quien en un comunicado de prensa resaltó la mayoría obtenida por su organización dentro de la alianza opositora en las municipales. A la luz de esos resultados la tolda es hoy el principal partido de la oposición. “Todos los alcaldes están en sus cargos gracias al trabajo de la unidad”, dijo a la salida de la proclamación de uno de ellos, el burgomaestre de la zona metropolitana de Caracas Antonio Ledezma.
En esas dos diferencias públicas se asoma una grieta que divide a la oposición en dos: entre aquellos que apuestan a seguir una ruta centrada en lo electoral, donde se encuentran Acción Democrática (socialdemócrata) Copei (socialcristiano) y sus líderes, los viejos dirigentes que barrió Chávez en 1998, y quienes, sin desconocer lo previsto en la Constitución, creen que hay que estimular un desenlace en el corto plazo para evitar que las consecuencias de la profunda crisis económica del próximo año provoquen la salida de Maduro y una sucesión no deseada, que venga incluso dentro del chavismo.
Ellos son los dirigentes opositores surgidos en estos últimos tres lustros. Los primeros están dispuestos a dialogar con el gobierno sin tomar en cuenta que la convocatoria pública de Maduro a los alcaldes tiene una condición: que todos ellos trabajen en sus municipios bajo los lineamientos del Plan de la Patria 2013-2019, el último programa de gobierno escrito por Hugo Chávez, convertido en ley de la República por la mayoría chavista en el Poder Legislativo a principios de diciembre. Los segundos no consideran un mal menor la supuesta colisión de este plan con la Constitución venezolana, ni la complicidad del Consejo Nacional Electoral con el ventajismo del Gobierno, y son partidarios de estimular y acompañar la protesta de los ciudadanos en la calle.
Es un enfrentamiento generacional de consecuencias que aún no es posible avizorar. La oposición enfrenta de nuevo una encrucijada. O se convierte en un adversario a la medida del gobierno, que cumpla con las formalidades electorales cada vez que la convoquen, porque entiende que de esa forma podrá convertirse algún día en mayoría, o se arriesga a seguir un camino incierto que puede terminar en un nuevo abismo o en una ruta inédita al palacio de Miraflores. Las apuestas están abiertas.