El hecho político actual es consecuencia de la desastrada diablura que entregó los destinos del país a una secta de ignaros fanáticos del credo marxista
Germán Gil Rico
Durante los 40 años de la República Civil y Democrática (1958-1998), tiempos de la “Revolución Democrática” adelantada por Rómulo Betancourt, la alternancia en el ejercicio del gobierno se realizó sin traumas desestabilizadores. La conversación telefónica con el adversario derrotado y la breve alocución radiotelevisada del triunfador, sin altisonancias injuriosas, daban señales inequívocas de que Venezuela caminaba hacia la meta del desarrollo socioeconómico con el aplomo de país civilizado. Así, en el interregno del triunfo y la juramentación del Presidente electo, los líderes de los partidos minimizaban la exposición mediática mientras evaluaban, con actitud crítica, el desarrollo de la actividad proselitista a la luz de la resulta del conteo de los votos, puntualizando aciertos y errores que pudieran haber determinado el triunfo o el fracaso, libres del fantasma de marginamientos y purgas, en oportunidades, sangrientas. Pero, además, se revisaba la propuesta del país ambicionado; la táctica para penetrar espacios que se hacían esquivos y el método para que el ciudadano de a pié, en tanto que beneficiario de la acción gubernamental, hiciera suyo un sistema que elevaba los niveles de su calidad de vida.
Por supuesto que cuanto hoy ocurre no es posible parangonarlo con acontecimientos y conductas del reciente pasado cincuentón, porque la tierra gira y en su trayecto sideral genera transformaciones en las especies (la humana de primera) que nos hacen crecer física e intelectualmente, obligándonos a la búsqueda de metas superiores, a no detenernos y caminar siempre hacia adelante, en el sentido en que giran las manecillas del reloj. De allí la perplejidad que nos agobia al descubrirnos pasajeros de un autobús que retrocede a cien kilómetros por hora y sin espejo retrovisor. Porque el hecho político actual es consecuencia de la desastrada diablura que entregó los destinos del país a una secta de ignaros fanáticos del credo marxista, en nombre del cual se han arruinado naciones y derramado la sangre de millones de seres y que, por humanísticamente inviable, se derrumbó en silencio a finales del pasado siglo, tanto en la URSS como en los países satélites de Europa.
Y digo, el Presidente de la República, por sobre su ilegitimidad de origen y desempeño, es el líder de la nación y en función de tal el llamado a señalar el rumbo a seguir, pero el ilegítimo que funge de tal ha virado la proa que enfilaba hacia el Norte de la paz y la convivencia hacia el de la incertidumbre y la confrontación entre hermanos. A lo mejor su ilegitimidad de origen no le permite más salida. Por eso, autobús a toda máquina, cual lanza en ristre, rueda veloz hacia el precipicio sin que nadie le detenga, lo cual no revestiría mayor gravedad a no ser porque su envestida lanza al país a las ignotas profundidades de un averno sociopolítico y económico, detonantes de los grandes estallidos sociales.
Como se ha dicho, los votos contabilizados no dan título de hegemonía a ninguno de los actores. Entonces, ¿qué hacer?… Nada, si el ilegítimo no quiere graduarse de usurpador, tiene que convocar al diálogo sin amenazas y sin condicionamientos. Fácil, marca el número del celular que Ramón Guillermo Aveledo porta en el bolsillo superior izquierdo de su saco y estará comunicado con la MUD para iniciar el diálogo inter pares. Pero ese es un sueño. Por eso la MUID debe revisarse. Proponer al país un proyecto acorde con lo que la nación aspira, en palabras (el vigor de la palabra, César Gil dix) propias del común; ascender a los cerros, descender a las quebradas, trillar los caminos del llano y repechar las cuestas de los andes, predicando las bondades de la educación y del trabajo como fuentes y palancas del ascenso social. Si, predicando como los fundadores de la República Civil Democrática que hicieron posible la Revolución Democrática que deambula mal herida desde 1999, pero en vías de recuperación.
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