Parecieran no asimilarse las realidades que vivimos en todos los planos de la vida nacional, bien por no querer hacerlo conscientemente, bien por comodidad, por cobardía o hasta por complicidad
Oswaldo Álvarez Paz
No pretendo ser más inteligente que nadie. Tampoco menos que quienes alardean presuntuosamente sobre sí mismos, pero percibo una grave crisis con relación a la inteligencia nacional. Parecieran no asimilarse las realidades que vivimos en todos los planos de la vida nacional. Bien por no querer hacerlo conscientemente, bien por comodidad, por cobardía o hasta por complicidad con el pretexto de la supervivencia. Una de las consecuencias más graves de esto es que la verdad se mantiene escondida o, al menos, disimulada en nombre de la política. Para mí resulta incomprensible continuar como vamos, confundiendo derrotas con victorias, victorias como simples casualidades o juegos habilidosos, comunismo con socialismo del siglo XXI, elecciones amañadas y fraudulentas con expresión de la voluntad de la nación, dictadura con democracia aunque “limitada”. El aparato productivo se destruye en nombre del “bienestar” del pueblo, de la lucha contra el capitalismo salvaje mientras ese pueblo se hunde en la miseria convertido en legiones crecientes de mendigos por cuenta de una revolución a la cubana que todos deberíamos saber a lo que conduce.
Venezuela está muy mal y camina hacia peor. Los resultados del 8-D, lejos de significar un freno para el proceso comunistoide que se impone, deja un sabor a consolidación de un régimen que no se desgastará por el solo transcurso del tiempo. Tiene objetivos claros y estrategias bien definidas para alcanzarlos. En estas circunstancias los errores que puedan cometer nunca serán mortales. Siempre corregibles, sin abandonar el rumbo hacia los objetivos señalados.
La institucionalidad democrática es destruida de manera consciente para levantar, sobre las ruinas, el Estado comunal. Está a la vista. No avanza más rápidamente por la elevada cultura democrática y libertaria del ciudadano común. Sin embargo, está en peligro de erosionarse como consecuencia de la necesidad existencial creciente en cada familia. Ese es el propósito. Una nación de mendigos dependientes, a todos los niveles, hasta para comernos un pedazo de pan o sobrevivir laboral o económicamente arrimados al Estado-gobierno. Estamos más cerca de esa meta que hace quince, diez, cinco años o seis meses. Por el contrario estamos muchísimo más lejos de nuestra razón de ser definida en la Constitución y en la estructura básica de un ordenamiento jurídico relativizado y maleable. La vida en libertad desaparece. El crimen avanza como hampa organizada y protegida por el régimen. Digan lo que digan los analistas, hoy estamos un poco peor que antes del domingo 8-D. Es hora de abandonar personalismos o intereses de grupos políticos o económicos. De centrarnos en el objetivo del cambio radical, necesario y urgente. No sobra tiempo.
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