Para “vencer” es necesario “convencer”. Y “convencer” es “vencer con”: Más que “patear barrio”, se trata es de hacer política desde, con y para las mayorías…
El lenguaje no es “inocente”. Hablamos como pensamos, pensamos como vivimos, no al revés. Las estructuras verbales son resultado de pre-existentes estructuras mentales. No hay palabras “casuales”, hay ideas causales. No, no se trata esta columna de una disertación sobre “programación neurolingüística”. En realidad estamos hablando de sociología, de política, de comunicación. Es decir: hablamos de personas, de seres humanos, de pueblo. De nosotros, pues.
El lenguaje de los “grandes carujos”…
“Patear barrios” es una expresión que probablemente tiene su origen en la jerga militar. Para conocerlo y operar sobre él, la infantería “patea” el terreno, mientras la aviación lo sobrevuela y la marina lo bombardea a distancia. No es “casual” (por el contrario, es lamentablemente previsible) que si el país tiene 14 años -ya algo más de media generación- bajo la hegemonía política de un proyecto fuertemente impregnado por los lamentables antivalores del militarismo, expresiones con ese origen sean usadas incluso por quienes juran ser portadores de un mensaje “alternativo”.
Así, es frecuente ver a dirigentes demócratas anunciando que van a designar “comandos” para dirigir una “campaña” electoral, o que van a “desplegar” sus activistas para obtener una victoria por “arrase”. Todas estas expresiones son “comunes” pero, repetimos, no inocentes: Expresan el substrato cultural de un país que, de doscientos años de vida, sólo ha tenido gobiernos civiles en menos de una cuarta parte de ese tiempo. Un país con pocos Vargas y muchos Carujos…
Romper la doble tenaza con algo más que palabras…
Así llegamos al punto que nos interesa: La manera como el discurso civilista, democrático, puede convertirse en ampliamente mayoritario. Ese discurso -pese al terrorismo de Estado, pese a la hegemonía comunicacional, pese al ventajismo atroz- ha encontrado desde 2006 respaldo creciente, hasta ser enarbolado hoy por medio país. Pero para derrotar a quienes tienen en sus manos las palancas del poder del Petro-Estado es necesario mucho más que ser la mitad de Venezuela. En efecto, la autocracia militarista ha construido un tinglado institucional que le permite continuar en el poder aun habiendo perdido el favor y sobre todo el fervor de las mayorías. En esas condiciones, para que el discurso democrático obtenga victorias (electorales, sí, pero también políticas, sociales, culturales, en la más amplia acepción del término) es necesario no “vencer” sino convencer a densos sectores que hasta ahora han estado bajo la doble tenaza de la influencia simbólica y de la extorsión clientelar del capitalismo de Estado disfrazado de “socialismo del Siglo XXI”.
“Convencer” a esos compatriotas de las bondades de la democracia no como “etiqueta” sino como forma de vida no se trata de “explicarles” las evidentes incompetencias del gobierno, ni de buscar el supuesto “eslabón perdido” argumental que les permita identificar las causas reales y los reales responsables de los problemas que han determinado el deterioro de su calidad de vida en los últimos 14 años. No se trata, en síntesis, de un problema “lingüístico”, de ubicar los “códigos” de lo popular-venezolano para “traducir” con ellos el discurso de la democracia occidental, como si de un diccionario bilingüe (“demócrata-popular, popular-demócrata”) se tratara.
La mejor manera de “convencer” es “vencer con”…
Las dificultades para llegar al otro medio país no son sólo de carácter simbólico o lingüístico. Estos problemas -reales, que duda cabe- son a su vez consecuencias de otro, más importante: esos sectores pro-oficialistas que es necesario convencer para construir una amplia mayoría democrática viven en el marco de la pobreza urbana y de la pobreza rural, y están integrados por personas que durante muchos años han sido excluidos, y que hoy viven una contradicción amarga: la misma dirección política que alguna vez les habló de “inclusión”, “derechos”, “participación protagónica” y “soberanía del pueblo” hoy los agrede, los condena a vivir en pobreza creciente, con servicios deficientes, con inseguridad galopante, siempre con la palabra “revolución” en la boca, lo que ha hecho que la misma se destiña, se vacíe, y signifique cada vez menos, si alguna vez significó algo.
Hacer evidente esa contradicción, lograr que esos hermanos nuestros rompan la doble cadena de la estafa simbólica y el chantaje clientelar, no es un asunto de tener “las palabras adecuadas” o la “clarividencia” necesaria para sentenciar, de manera tan prepotente como inútil, “éste modelo es inviable”… El asunto va mucho más allá. Como dijimos antes, para “vencer” es necesario “convencer”. Y -particularmente en este caso- “convencer” es “vencer con”: Para que nuestras “palabras adecuadas” lleguen hasta esos hermanos es necesario que estemos junto a ellos, en su día a día, en las mil y una luchas concretas que el venezolano de a pie libra a diario por la subsistencia. Si estamos allí, codo a codo, compartiendo rabia y acción, angustia y movilización, indignación y esperanza, entonces si habrá una posibilidad inmensa de que ese hermano nuestro escuche nuestra palabra, y entienda que esa lucha específica que está dando (por empleo, por vivienda, por servicios, por seguridad, por vialidad, por salud, por lo que sea), forma parte de una pelea más grande: la que estamos dando millones de venezolanos porque Venezuela vuelva a ser una República gobernada por y para los venezolanos, y no una mezcla de potrero con cuartel teledirigido desde un museo de cera en el Caribe.
¿”Patear” barrio? ¡no! ¡“Vencer con” él!
Todo esto ha sido comprendido y expresado por dirigentes muy importantes, como Capriles, Falcón, Aveledo, Ledezma y un etcétera largo, en el que se cuenta ese millar de líderes locales que hoy son diputados, alcaldes o concejales. Por ello esos dirigentes han planteado la necesidad de relanzar la Unidad y transformarla -de la alianza electoral que hoy es- en la alianza política que debe ser, capaz de expresar la fuerza social que quiere cambio de verdad en democracia y libertad.
Es cierto. Todavía hay en la oposición algunos que no entienden esto, o que no quieren entender. Esos, que llaman despectivamente “patear barrios” el esfuerzo sistemático por con-vencer. Los mismos que admiran “primaveras” egipcias o ucranianas, pero que no encuentran aún razones o maneras de movilizarse en solidaridad con nuestros hermanos hacinados en los refugios o marcados como reses para poder entrar a un mercal. También para ellos el método es el diálogo, el debate sin etiquetas y sobre todo la invitación a actuar juntos, a vencer juntos, a con-vencer.
2014 será un año sin comicios, pero no un año “sin elecciones”. Este será el año en el que podremos elegir entre seguir siendo resistencia o convertirnos efectivamente en alternativa. Para ello es menester hablar con los no convencidos, y “vencer con” ellos a nuestros adversarios comunes: a quienes, como en Cuba, desean destruir la Patria para luego reinar sobre sus escombros.
Chuo Torrealba / @chuotorrealba