La hegemonía continúa su enjaulamiento progresivo de la nación, y las fuerzas que defienden la democracia constitucional no pueden o no saben evitarlo
En este terminar del 2013 y empezar del 2014 se siente un aire pesado en el ambiente nacional. Uno que suele producirse cuando se aminoran las energías de cambio y cuando tiende a diseminarse un conformismo madurado en la decepción. Pues bien, aunque hayan razones para ello -el manejo de las elecciones municipales, o el tono sobrancero de Maduro, o los incordios de la oposición, o el panorama ominoso de la economía, la política y la sociedad-, hay que hacer todos los esfuerzos necesarios y posibles para no dejarse envolver por ese aire pesado, casi tóxico, que ataca las entendederas y en especial la espera de bienes futuros, es decir la esperanza.
Para muchos no es tarea fácil y se entiende. La hegemonía continúa su enjaulamiento progresivo de la nación, y las fuerzas que defienden la democracia constitucional no pueden o no saben evitarlo. Algunos elementos de esas fuerzas ni siquiera quieren, y por eso la llamada asimilación al régimen imperante no es una amenaza remota sino una realidad concreta. Así las cosas, el año 2013 no termina mal, políticamente hablando, para el poder establecido; lo que significa que el 2014 no empieza bien para la aspiración de superar la hegemonía y avanzar por un camino de apertura y pluralismo. Y no se requiere un sexto sentido para apreciarlo.
Los jóvenes son especialmente perceptivos al respecto. Y por eso se plantean una vida fuera de Venezuela y no son pocos los que la buscan y la encuentran. Y ello no está condicionado por preferencias políticas o por categorías socio-culturales, sino que acontece a lo largo y ancho de todos los espectros económicos, sociales, regionales de nuestra demografia juvenil. No los aplaudo pero no los culpo. Venezuela ha malbaratado criminalmente su siglo XXI, y la gente joven no quiere cargar con esa factura o esa carga brutal que la puede condenar a un fracaso sin salida.
De allí que la crisis que padece el país sea de alcance existencial y la cosa se agrava porque una parte considerable de los venezolanos no lo ve de esa manera, o no lo quiere aceptar o sencillamente no le importa. Y no faltan quienes juran y perjuran que nunca hemos estado mejor y que la actualidad venezolana es una especie de paraíso social donde reina la «suprema felicidad colectiva»… La propaganda oficial insiste sin descanso sobre ese particular y con una reconocida capacidad de manipulación comunicacional y política. Maduro y compañía se concentran en dicho espejismo y acaso con renovado descaro.
Motivos de más, entonces, para seguir luchando por la reconstrucción general de Venezuela. No se debe convalidar a una satrapía corrupta, despótica, depredadora y desfasada -aunque poderosamente habilidosa para presentarse como un «socialismo benefactor»-, así tenga el apoyo del un porcentaje considerable de los electores, según las cifras del CNE; uno de los organismos más representativos de la satrapía. Se debe, eso sí, luchar para superarla a través de todos los instrumentos y mecanismos que permite y legitima la defensa de los derechos democráticos del pueblo venezolano.
Respetables historiadores han manifestado que Venezuela logró superar situaciones peores que las del presente, y aunque quepa la discusión sobre este tipo de aseveraciones, sí resulta claro que el país posee importantes reservas de recursos humanos y naturales que bien manejados y orientados podrían generar una transformación afirmativa de la nación venezolana. Las catástrofes peruana y colombiana de finales del siglo XX, dejadas atrás en el siglo XXI, también deben ser consideradas al evaluar nuestra realidad y sus perspectivas.
No me rindo. Por mi país, por mi gente, por su futuro, no me rindo. Y espero que usted, estimado lector, tampoco.
flegana@gmail.com / Fernando Luis Egaña