Una mujer octogenaria acaricia un espejo deteriorado por los años. Lo sostiene y se mira. Ve su reflejo y sonríe. Un acto simple, pero que para Sarita significa la vida.
Había esperado meses de meses por una operación que parecía no llegar nunca: viajes al hospital, filas eternas, cancelaciones de horas y un trato aparentemente inhumano hacia una anciana octogenaria ciega.
Su espera es una de las historias retratadas en «La última estación», una película documental sobre cinco ancianos que viven en un asilo, con sus obsesiones y problemas. Abandonados por sus familiares, solos.
Finalmente Sarita se mira -con todo lo que esa aparentemente simple palabra significa- en el espejo. Y su historia se convierte en una de las pocas con final esperanzador del grupo de ancianos.
Como describió Robert Greene, documentalista y crítico británico, miembro del prestigioso British Film Institute (BFI), «La última estación» es «un poema sobre la muerte, que evoca la triste magia que el gran arte sobre el final de la vida a veces puede alcanzar, al mismo tiempo que da un aspecto de observación clarividente de la realidad práctica de un hogar de ancianos de Chile».
«Desgarradora, encantadora, trascendente y llena de increíbles momentos capturados, ‘La última estación’ es un insoportablemente bien logrado movimiento cinematográfico», continúa Greene, quien ubicó el documental en el segundo lugar de su lista de las 25 mejores películas de no ficción de 2013.
El abandono a través del lente
«Nos concentramos en don Juan, locutor en la radio; Morena que recién llega a un hogar; don Luis, que recoge hojas en el jardín de una sala de postrados; Dorian, constantemente tratando de comunicarse con su familia; y Sarita, una mujer ciega que está esperando ser operada», le cuenta a BBC Mundo Catalina Vergara, codirectora y productora de la película.
Cinco abuelos de distintas edades, condiciones y capacidades, pero que comparten algo en común: habitan ese lugar donde van a parar los que estorban. Ese limbo entre lo que fue la vida y lo que será la muerte: la última estación.
«¿A uno lo vienen a dejar o lo vienen a botar?«, se pregunta Juan, un anciano que tiene su propio programa de radio para transmitirle a sus pares más débiles, aquellos que no pueden salir del asilo o están definitivamente postrados, un pedazo de vida exterior: el sonido de las olas rompiendo en las rocas, un paseo a la montaña o atravesar un lago en bote.
Casi no tiene diálogo, pero casi no lo necesita. Está compuesta por una yuxtaposición de imágenes que hablan por sí solas. Con un lenguaje lento, nostálgico, lleno de pausas, planos generales y acción-no-acción.
«No es una película fácil, es lenta, los personajes no se mueven», reconoce Cristián Soto, codirector y director de fotografía en conversación con BBC Mundo.
Pero mientras no pasa nada, pasa de todo. Un reflejo bastante fidedigno de lo que es envejecer.
«¿Como Amour?», es la pregunta habitual que muchos hacen al escuchar del documental, refiriéndose a la película de Michael Haneke sobre una pareja de ancianos en el final de su vida, cuando se la recomendé. Y la respuesta es: probablemente parecida, pero peor.
Esta es la versión sin romanticismo, con ancianos que no tuvieron la oportunidad de quedarse en su propia casa ni de contratar enfermeras privadas, cuyos hijos no necesariamente están preocupados por su salud ni los van a ver.
A pesar de haber sido filmada en cinco distintos hogares y sus directores visitaron decenas más, pareciera que los personajes están en el mismo plano espaciotemporal.
«La idea siempre fue sentir que era un mismo lugar. La sensación que te daban los hogares era muy similar, el silencio, la incomunicación entre ellos mismos. Grabamos en distintas infraestructuras, pero en un mismo lugar: una última estación», explica Soto.
«Tenemos que contar esta historia»
La idea surgió hace varios años ya. Cristián Soto y Catalina Vergara fueron a un asilo de ancianos en busca de extras para una película. «Visitamos una sala de postrados y la imagen fue muy fuerte. La sensación, la atmósfera… fue muy importante. Los dos al salir dijimos: ‘Tenemos que hacer un proyecto, contar esta historia'», recuerda hoy Vergara.
Pasaron cinco años trabajando, cuatro de grabación y uno de edición. Se ganaron varios fondos públicos chilenos y además lograron una coproducción con Alemania.
Finalmente estrenaron la película en festivales internacionales a fines de 2012. En Chile se estrenó en agosto pasado y en febrero volverán a mostrarla, esta vez en la Cineteca Nacional. Y 2014 será el año de Latinoamérica, ya que esperan distribuirla a nivel continental.
Pero el segundo lugar en la lista de Greene no ha sido el único reconocimiento.
La película ganó el gran premio del Festival Internacional de Pärnu en Estonia y el primer premio en la competencia Sole Luna en Italia. Además, fueron seleccionados para participar en festivales de renombre internacional como Leipzig, Edimburgo y el Cinema Eye Honors de Nueva York.
Además se ganaron el premio del público del Festival Internacional de Documentales de Santiago de Chile (Fidocs).
«No nos esperábamos una tan buena recepción. La reacción de la gente es muy interesante, porque a pesar de estar en el otro lado del mundo, [lo que muestra la película] es una realidad universal. Nos pasó casi lo mismo en la mayoría de los países a los que yo fui a mostrarla», asegura Soto.
Tal vez porque a pesar de no tener mayor diálogo, movimiento o planos espectaculares en términos de producción, «La última estación» tiene ese poder de mostrar lo que todos saben, pero nadie quiere que le digan.
Es un viaje a lo evidente, una cachetada de realidad contada a través de la herramienta más poderosa de todas: la imagen.
BBC