La guerra en Siria comenzó como una protesta pacífica inspirada en los acontecimientos de la llamada primavera árabe que condujo a profundos cambios políticos en Tunes, Libia y Egipto. Sin embargo, gradualmente se convirtió en una cruel y compleja guerra civil que en tres años ha cobrado la vida de más de 100 mil personas y ha provocado el desplazamiento de varios millones. Se estima que de una población de 23 millones antes del inicio de la guerra, dos millones han abandonado el país y 4 millones y medio han abandonado sus hogares y se han instalado en zonas limítrofes, sobre todo en la frontera con Líbano.
En Siria, un gobierno relativamente sólido mantiene el control de la capital y de algunas zonas estratégicas del país gracias al apoyo que recibe de algunos países amigos, principalmente Rusia e Irán. Una porción considerable de sunitas, provenientes principalmente de la clase media se mantiene leal al régimen. Al interior del régimen, la mayoría sunita se enfrenta a la minoría dominante alawita. La Fuerza Armada leal a Bashar al-Asad no ha logrado controlar a la oposición étnicamente fragmentada, multirreligiosa, desorganizada e indisciplinada, aun recurriendo a la violencia indistinta y a bombardeos indiscriminados que afectan mayormente al sector más débil de la población: niños, mujeres y personas mayores.
La violencia en el conflicto sirio es más brutal como resultado de esa diversa composición de la población que se refleja tanto en los factores políticos y militares que apoyan al régimen, como en la variedad de los grupos que le adversan.
Las fuerzas rebeldes consisten en una diversidad de factores opositores apoyados por grupos jihadistas extranjeros pertenecientes a la organización terrorista Al Qaeda, que luchan por el control del resto del país. Esa insurgencia fragmentada en grupos rivales suele enfrentarse en luchas fratricidas que persiguen impedir que alguno de ellos se beneficie de la gloria de ser el vencedor y limita su capacidad de derrocar al régimen.
Con su violencia el régimen persigue no solo derrotar a los rebeldes sino también debilitarlos para evitar que se consoliden estructuras gubernamentales paralelas. Sin embargo, paradójicamente, la violencia indiscriminada del régimen induce a los insurgentes a incrementar sus ataques para mantener y elevar internacionalmente su reputación e internamente su efectividad. Además contribuye a que la población civil acreciente su apoyo a los rebeldes.
A todas estas, la comunidad internacional se limita a observar el desarrollo de los acontecimientos y a expresar cínicamente su deseo de que cesen las hostilidades. Las principales potencias han mantenido una actitud de cautelosa neutralidad que tiene como motivación las experiencias infelices de las intervenciones en Iraq y en Libia. Incluso Estados Unidos, que en un comienzo anunció su disposición a intervenir directamente en el conflicto, ha dado marcha atrás como resultado del poco apoyo recibido de los países europeos y se limita a proporcionar asistencia humanitaria a los rebeldes, lo que a su vez ha exacerbado las rivalidades existentes. Rusia en cambio, proporciona material bélico al régimen sirio al mismo tiempo que aboga por una solución negociada del conflicto.
Los esfuerzos por lograr un acuerdo en la conferencia actualmente en curso para lograr esa solución negociada se han estrellado contra las firmes y divergentes posiciones de los contendores. Los rebeldes exigen que la conferencia conduzca a la renuncia o la destitución de Bashar al Asad. Éste, como es de esperar, se niega a entregar el poder. Ha resultado ser un sátrapa tan cruel y despiadado como lo fue Muamar el Gadafi. Está dispuesto a permanecer en el poder aun a costa de la vida y los sufrimientos de sus connacionales.
Además, ambos bandos temen que el vencedor en la guerra emprenderá una campaña de persecución y eliminación de los responsables políticos y militares del otro bando. Esto hace que cualquier intento de solución negociada que contemple un gobierno con participación de ambos bandos hasta que se efectúan elecciones, resulte también descartada. Cada una de las partes teme que una vez constituido ese gobierno compartido, la otra desconozca lo convenido.
En mi opinión, y ojalá me equivoque, la guerra continuará hasta que haya un vencedor o alguno de los bandos se dé por vencido, Sin embargo, una victoria militar resulta indeseable. Si triunfa el régimen, la dictadura de al-Asad se tornará todavía más cruel, fortalecida con el apoyo de Irán. Si triunfan los rebeldes se instaurará un gobierno de facciones rivales, fortalecido con la presencia de los islamistas radicales. Siria se convertirá en un país tan inestable como Iraq y en una fuente de amenazas para la comunidad internacional no islamita.
Esto, unido al fracaso de la diplomacia directa y la crueldad del conflicto hace necesario y urgente que la comunidad internacional organizada intervenga enérgicamente, no militarmente, sino con todos los medios pacíficos a su alcance, para poner fin al conflicto.
Adolfo R. Taylhardat
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