Como nunca antes, esta encrucijada del 7 de octubre es tiempo de los nuestros, hora de hacer por nosotros mismos. Los ciudadanos de un país llamado Venezuela hemos sido convocados para fijar, el próximo domingo, la ruta común para los próximos seis años: la profundización de la revolución bolivariana o el camino del progreso, como lo han definido los abanderados de las dos posiciones antagónicas entre las que hemos de elegir.
Cuando concluye el lapso electoral, no es hora de que los articulistas nos manifestemos por una u otra alternativa, seguramente ya lo habremos hecho. Es tiempo de ponderar la importancia de votar.
La ciudadanía consiste en el vínculo político de la persona con el Estado que le permite participar en el sistema político del mismo, y que puede ser ejercido por los nacionales de un país. En Venezuela si no tenemos 18 años de edad no somos ciudadanos, al no poder ejercer ninguno de los derechos políticos consagrados en la Constitución. Si somos mayores de 18 años, y por decisión judicial pesa sobre nosotros interdicción civil o inhabilitación política, dejamos de ser ciudadanos mientras no podamos ejercer los derechos específicos de la condición de tales.
De otra parte, el ciudadano que no ejerce sus derechos políticos no hace uso de su ciudadanía, es, si se quiere, un ciudadano de segunda o tal vez de tercera, ya que no interviene en las decisiones fundamentales de la República.
Si no votas, otros decidirán por ti. Quien no vota, quien no elige sus autoridades, no tiene derecho luego de reclamarle a estas sus conductas, acciones u omisiones. El ciudadano verdadero es aquel que ejercita sus derechos políticos, no dejando en manos de otros la decisión sobre el destino común. Es tan simple como decir, yo no permito que otros me tracen la ruta o indiquen el camino.
He escuchado por televisión un acertado mensaje conforme al cual votar es gratis y la abstención puede resultar cara. Cuánta verdad encerrada en tan pocas palabras. El ejercicio del derecho al voto hecho en condiciones normales no cuesta nada, salvo el esfuerzo -bien merecido- de trasladarnos al centro electoral y esperar el tiempo necesario para ser llamado a la mesa donde se ha de sufragar. Por el contrario, no votar puede resultarnos muy caro, ya que otros darán a la República el destino que ellos quieran, que puede resultar un desastre según nuestra propia perspectiva.
A partir del período democrático que se inició en 1958, luego de la caída de la dictadura del Gral. Pérez Jiménez, en las primeras elecciones el número de electores que participaba era cercano al 100 %, lo que se diferencia abismalmente de los últimos comicios (y no me refiero solamente a los últimos 14 años), ya que ahora la abstención suele ubicarse por encima del 30 % y en algunos casos ha estado en el orden del 50 %, lo que significa que varios millones de venezolanos dejan en manos de otros la definición de su ruta de patria. Interesante esta encrucijada de 2012 para que asumamos con mayor responsabilidad nuestro compromiso ciudadano.
No invento la pólvora -ni digo nada que no se haya dicho ya mil veces- cuando afirmo que el voto en Venezuela es secreto. La mejor demostración es que a partir del momento en que votamos con máquinas electorales, nadie puede decir -y si no que me desmienta- que su voto fue conocido, que descubrieron por quién voto. Luego, ¿miedo a qué?, ¿miedo a quién? Votemos con la alegría buena de quien sabe estar haciendo lo correcto, estar aportando su voluntad para el destino del país. Votemos por los nuestros y por nosotros; hagámoslo por quien nos dé la gana, es nuestro derecho.
Paciano Padrón